Semana Santa ¿tiempo de ocio o de penitencia?

Es curiosa esa ambivalencia que existe en España para bifurcar un mismo concepto y vivirlo al unísono.

Cuando yo era chiquita, allá en Valladolid, donde la Semana Santa es un acontecimiento importante, quizá el más importante del año desde el punto de vista turístico, se vivía el Domingo de Ramos con auténtico alborozo. Para empezar, íbamos a la procesión de "la borriquilla" todas las niñas y niños de diferentes colegios con nuestros trajes de gala y portando una palma (una vez, la mía se me cayó al suelo en plena procesión por lo enorme que era). Por la tarde, siempre "estrenábamos" algo. El resto de los días, que en su origen eran días de penitencia (recordemos que las procesiones se crearon con este fin), al tiempo eran días festivos, no había "cole" y las procesiones, si bien en Castilla son tremendamente sobrias, incluso dramáticas, estaban siempre rodeadas por una multitud, lo cual suponía una tremenda "anormalidad" en las calles de la ciudad. Por aquel entonces todavía se estilaba lo de cubrir con un telón morado las imágenes de las iglesias, a las que la gente acudía para "visitar iglesias", un ritual que se realizaba en Jueves Santo y que consistía en visitar y rezar en siete iglesias diferentes delante del "monumento" o altar especialmente adornado e iluminado para la ocasión. Tengo también en mi memoria de lo "remoto" que en aquellos días apenas se veía la televisión y que los mayores, en todo caso, aprovechaban para hacer vida social, encontrarse con familiares y amigos, etc. Lo dicho, mezcla de penitencia y ocio, aún dentro de las normas. Si a eso le añadimos las típicas "torrijas" (además de visitar iglesias se visitaban casas de amigos para probar las "torrijas", aderezadas con vino dulce) nos encontramos con que la gente, en términos generales, no estaba muy por la labor de quedarse sólo con la penitencia.

Hoy en día la Semana Santa es tiempo vacacional y únicamente las personas muy religiosas (que aún siguen siendo muchas) acuden a los "Oficios" que se celebran en las iglesias. Lo curioso, y eso sí que me llama poderosamente la atención, es ver a conocidos, que no son creyentes, participando en los desfiles procesionales, vistiendo el hábito de tal o cual cofradía y manteniendo a pies juntillas la tradición de sus mayores. Los desfiles procesionales, que en un momento se creyó que irían a menos o incluso que desaparecerían, han ido a más y constituyen una poderosa llamada turística. Y también continúa la costumbre de los penitentes que a veces caminan descalzos detrás de la imagen procesional. 


Que tengan unos días tranquilos y que cada cual los utilice de acuerdo con sus creencias o costumbres.


Personalmente no quiero romper tradiciones porque son muchos los recuerdos que tengo almacenados con respecto a estas fechas. Veré los desfiles procesionales de la ciudad en la que vivo, que suelen estar muy bien organizados y alguna torrija "caerá" también.


Damablanca.

Este poema de Miguel de Unamuno, hombre controvertido, creyente y no-creyente, de luchas interiores (ese "misticismo" unamuniano es algo tremendamente personal e inherente al autor), siempre me ha parecido uno de los mejores poemas religiosos de la lengua española. No sé si estarán de acuerdo, sean creyentes o no.

Quedan las procesiones. Los huevos de Pascua.
Los ramos bendecidos y las visitas a las siete iglesias.
Quedan las viejas películas sobre Jesús, repetidas hasta el cansancio.

A falta de esencia. Queda la cáscara.

Muy bueno tu comentario, anahuel. Es cierto, en los temas que encarnan cierto grado de espiritualidad, la sociedad suele quedarse con la cáscara, con las normas, con lo aparente.

Un abrazo,

Damablanca.