Y me pongo a escribir un libro...
+2
Ana Yajaira Salazar
Damablanca
6 participantes
Página 2 de 3.
Página 2 de 3. • 1, 2, 3
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Ésta es la nueva versión del párrafo:
"No había entre ellos ademanes de afecto, como mucho, un extraño y frío respeto que sólo la ebriedad de mi padre, bastante común, por cierto, era capaz de hacer estallar convirtiendo su llegada en una bronca nocturna que solía durar unos veinte minutos. Veinte minutos espantosos, ruidosos, terribles en el que se intercambiaban todo tipo de adjetivos, algo que, por otra parte, dotaban a ese extraño hogar de un cierto matiz vital. El resto de la jornada todo estaba absolutamente muerto."
Bss
Damablanca.
"No había entre ellos ademanes de afecto, como mucho, un extraño y frío respeto que sólo la ebriedad de mi padre, bastante común, por cierto, era capaz de hacer estallar convirtiendo su llegada en una bronca nocturna que solía durar unos veinte minutos. Veinte minutos espantosos, ruidosos, terribles en el que se intercambiaban todo tipo de adjetivos, algo que, por otra parte, dotaban a ese extraño hogar de un cierto matiz vital. El resto de la jornada todo estaba absolutamente muerto."
Bss
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Aquí dejo una nueva entrega.
CARTAS A LA LUNA.
Perdóneme, señora luna, si le incomodo constantemente con mis cartas simbólicas, sin remitente y sin sello. Lo mismo que los náufragos arrojan botellas al mar con mensajes (nunca entendí de dónde sacan las botellas, el papel y el bolígrafo o la estilográfica) yo le escribo a usted con la perseverancia de quien espera encontrar una respuesta en los goznes de la brisa o en la copa de un árbol, llena de cava, si es posible, sin mayores pretensiones que revolcar mis palabras en el eco de la nocturnidad como simple desahogo.
Dígame usted, señora mía, usted que penetra en la noche de todos y cada uno de los habitantes de este raro planeta, de dónde surgen las ideas que surgen, pues todos conocemos el poder de su influjo en la masa encefálica de los llamados seres humanos. Y si las grandes ideas se consultan con la almohada o los grandes descubrimientos a veces le son entregados al científico a través de los sueños, explíqueme cómo es posible que toda la sabiduría almacenada en el entrecejo de la luna lunera se quede allí, sin posibilidad de retorno. Porque no retorna. Aquí se cometen los mismos errores cada vez que la rueda del tiempo da una vuelta, lo cual me hace suponer que usted, señora luna, en sus diferentes ciclos, lo que nos suelta son los errores almacenados en la memoria de la noche y no los aciertos.
Ya sabemos que el humano es una criatura inteligente, pero poco. Ya sabemos que se trata del único ser creado capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Ya sabemos que los duendes nocturnos, cuando perciben que una piedra en concreto posee la suficiente perversidad, se la ponen al hombre o a la mujer de turno en medio del camino repetidas veces, pero, creo yo, que si algo positivo tiene la luna, es precisamente su capacidad de iluminar los caminos bien entrada la noche y no estaría de más algún rayo clarificador de la conciencia cuando la opacidad se apodera del alma, como tantas veces sucede.
Por todo lo anteriormente expuesto, he llegado a la conclusión de que es usted una perfecta impostora, burladora de poetas, explotadora de soñadores y aliada de las tinieblas, a las que amenaza con su claridad pero no para bien del hombre, sino para que éste, seguro de que bajo el influjo de la luna toda audacia es posible, se confíe y caiga en las garras de aquéllas. El hombre la considera su compañera y su musa y no, usted guarda celosamente los secretos palpados y robados en la oscuridad y los esconde celosamente en las arcas de su cara oculta como el avaro que entierra sus tesoros para que nadie, ni él mismo, puedan disfrutarlos.
Así pues, por el poder que me concede mi título de habitante de la Tierra, a cuyo alrededor usted gira, no se le olvide, declaro a la luna pájaro rapaz invertebrado y enemigo de los sueños y las ideas, hipócrita de postín, enamoradora de gatos y búhos, enredadora de la inteligencia, intrigante y traidora del sol, a quien roba sus rayos para entregárnoslos a nosotros dulcemente, como quien barre las calles con el tenue combustible de las miradas arcaicas. Engañabobos, pues boba es la condición de quien no aprende de sus propios errores o de los errores de sus antepasados, fiando su conocimiento a la inspiración de la musa lunar.
CARTAS A LA LUNA.
Perdóneme, señora luna, si le incomodo constantemente con mis cartas simbólicas, sin remitente y sin sello. Lo mismo que los náufragos arrojan botellas al mar con mensajes (nunca entendí de dónde sacan las botellas, el papel y el bolígrafo o la estilográfica) yo le escribo a usted con la perseverancia de quien espera encontrar una respuesta en los goznes de la brisa o en la copa de un árbol, llena de cava, si es posible, sin mayores pretensiones que revolcar mis palabras en el eco de la nocturnidad como simple desahogo.
Dígame usted, señora mía, usted que penetra en la noche de todos y cada uno de los habitantes de este raro planeta, de dónde surgen las ideas que surgen, pues todos conocemos el poder de su influjo en la masa encefálica de los llamados seres humanos. Y si las grandes ideas se consultan con la almohada o los grandes descubrimientos a veces le son entregados al científico a través de los sueños, explíqueme cómo es posible que toda la sabiduría almacenada en el entrecejo de la luna lunera se quede allí, sin posibilidad de retorno. Porque no retorna. Aquí se cometen los mismos errores cada vez que la rueda del tiempo da una vuelta, lo cual me hace suponer que usted, señora luna, en sus diferentes ciclos, lo que nos suelta son los errores almacenados en la memoria de la noche y no los aciertos.
Ya sabemos que el humano es una criatura inteligente, pero poco. Ya sabemos que se trata del único ser creado capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Ya sabemos que los duendes nocturnos, cuando perciben que una piedra en concreto posee la suficiente perversidad, se la ponen al hombre o a la mujer de turno en medio del camino repetidas veces, pero, creo yo, que si algo positivo tiene la luna, es precisamente su capacidad de iluminar los caminos bien entrada la noche y no estaría de más algún rayo clarificador de la conciencia cuando la opacidad se apodera del alma, como tantas veces sucede.
Por todo lo anteriormente expuesto, he llegado a la conclusión de que es usted una perfecta impostora, burladora de poetas, explotadora de soñadores y aliada de las tinieblas, a las que amenaza con su claridad pero no para bien del hombre, sino para que éste, seguro de que bajo el influjo de la luna toda audacia es posible, se confíe y caiga en las garras de aquéllas. El hombre la considera su compañera y su musa y no, usted guarda celosamente los secretos palpados y robados en la oscuridad y los esconde celosamente en las arcas de su cara oculta como el avaro que entierra sus tesoros para que nadie, ni él mismo, puedan disfrutarlos.
Así pues, por el poder que me concede mi título de habitante de la Tierra, a cuyo alrededor usted gira, no se le olvide, declaro a la luna pájaro rapaz invertebrado y enemigo de los sueños y las ideas, hipócrita de postín, enamoradora de gatos y búhos, enredadora de la inteligencia, intrigante y traidora del sol, a quien roba sus rayos para entregárnoslos a nosotros dulcemente, como quien barre las calles con el tenue combustible de las miradas arcaicas. Engañabobos, pues boba es la condición de quien no aprende de sus propios errores o de los errores de sus antepasados, fiando su conocimiento a la inspiración de la musa lunar.
Última edición por Damablanca el Mar Dic 21, 2010 1:55 am, editado 1 vez
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Dama, en el cuento del estornudo, yo me quedaría con la primera versión, y le dejaría al lector imaginar las escenas.
No lo he comentado aun, pero los últimos cuentos me han gustado mucho. Gracias Dama.
Ety
No lo he comentado aun, pero los últimos cuentos me han gustado mucho. Gracias Dama.
Ety
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Gracias a ti, Ety
Bss
Damablanca.
Bss
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Gracias.
Aquí dejo otra historia.
LA GATA BLANCA.
Raúl estaba leyendo un libro. Podía contemplarle a mis anchas desde la ventana que da al patio. Yo, con la luz apagada y los ojos encendidos le observaba y le observaba. Raúl respiraba tranquilo, acariciaba las hojas del libro y las giraba pausadamente. Hacía calor, un calor insoportable. Yo también respiraba despacio, como Raúl. En cierto modo estábamos el uno junto al otro, sin que nada se interpusiera entre nosotros. Sólo esos malditos metros de distancia y su indeferencia. Jamás me había mirado de frente, ni siquiera cuando coincidíamos en el ascensor. Yo era un ser invisible para él y me comportaba como un ser invisible. Deseaba más que nada en el mundo estar junto a Raúl, sentir de cerca su aliento y su piel. Deseaba su cercanía con tal fuerza que...repentinamente algo cambió en mí. Descubrí que mi cuerpo se movía de forma distinta, aunque seguía siendo la misma. Contemple mis manos y ¡cielos! No eran mis manos, eran dos patitas de gata. De un salto me coloqué delante del espejo y apenas con un rayo de luna iluminando la habitación vi que me había convertido en una preciosa gata blanca. De inmediato sentí un deseo irrefrenable de saltar por la ventana hasta el cercano tejado. Un brinco y ¡allí estaba! sobre las tejas que tantas veces había contemplado a través de los cristales. De pronto, detrás de la chimenea, surgió como un fantasma un gatazo enorme, blanco y negro, que me miró con ojos incandescentes. Huí por la cornisa como un relámpago, aquel gato blanco y negro con pinta barriobajera me perseguía y de pronto, sin saber cómo, me vi en la ventana de Raúl maullando como una desesperada. Sin pensarlo un instante salté sobre la mesa. El gato, al ver a Raúl que se había puesto en pie con cara de estupefacción, se detuvo y él le espantó con una palmada. Luego me miró. ¡Dios mío, Raúl me miraba! Y sonriéndome me acarició mientras susurraba...¡Vaya! una señorita tan bonita no debería andar sola a ciertas horas de la noche. Creí desmayarme, ¡Raúl me estaba acariciando! Cerré los ojos y él me llevó en sus brazos hasta la cocina. Allí me preparó un platito con leche y galletas y yo, alborozada, me lo zampé todo con cara de agradecimiento. Por supuesto, no estaba dispuesta a salir de allí y así se lo hice saber cuando intentó devolverme al tejado. Empecé a revolverme y a gruñir ¿Tienes miedo, eh, señorita? Bueno, por esta noche te dejaré quedarte aquí, pero no te hagas ilusiones, yo no tengo tiempo para cuidar animalitos aunque sean tan preciosos como tú.
¡Nadie puede imaginarse lo que yo sentí ante tamaño comentario! ¡Mil gracias a quien corresponda por haberme convertido en gata! Allí me quedé toda la noche. Cuando estuve segura de que Raúl se había dormido llegué hasta su cama y hecha un rebujito me acomodé a su lado para sentir su aliento y su piel, tal como había soñado tantas veces. No pegué ojo. Contemplaba las estrellas y escuchaba la profunda respiración de Raúl hasta que poco a poco empezó a amanecer. Cuando percibí que se despertaba, salté de la cama con una agilidad que nunca habría imaginado en mí y me tumbé junto a la cocina, donde él me había dejado la noche anterior. Raúl se levantó, encendió la tostadora, vino hasta donde yo estaba y de nuevo me acarició. Me sentía transportada a la gloria cuando de repente ¡pun! de la tostadora saltó un chispazo y las tostadas empezaron a arder. En ese preciso instante ¡Ay! me desperté junto a la ventana que da al patio. Era de día y de la cocina de Raúl se escapaba un fuerte olor a quemado.
Damablanca.
Aquí dejo otra historia.
LA GATA BLANCA.
Raúl estaba leyendo un libro. Podía contemplarle a mis anchas desde la ventana que da al patio. Yo, con la luz apagada y los ojos encendidos le observaba y le observaba. Raúl respiraba tranquilo, acariciaba las hojas del libro y las giraba pausadamente. Hacía calor, un calor insoportable. Yo también respiraba despacio, como Raúl. En cierto modo estábamos el uno junto al otro, sin que nada se interpusiera entre nosotros. Sólo esos malditos metros de distancia y su indeferencia. Jamás me había mirado de frente, ni siquiera cuando coincidíamos en el ascensor. Yo era un ser invisible para él y me comportaba como un ser invisible. Deseaba más que nada en el mundo estar junto a Raúl, sentir de cerca su aliento y su piel. Deseaba su cercanía con tal fuerza que...repentinamente algo cambió en mí. Descubrí que mi cuerpo se movía de forma distinta, aunque seguía siendo la misma. Contemple mis manos y ¡cielos! No eran mis manos, eran dos patitas de gata. De un salto me coloqué delante del espejo y apenas con un rayo de luna iluminando la habitación vi que me había convertido en una preciosa gata blanca. De inmediato sentí un deseo irrefrenable de saltar por la ventana hasta el cercano tejado. Un brinco y ¡allí estaba! sobre las tejas que tantas veces había contemplado a través de los cristales. De pronto, detrás de la chimenea, surgió como un fantasma un gatazo enorme, blanco y negro, que me miró con ojos incandescentes. Huí por la cornisa como un relámpago, aquel gato blanco y negro con pinta barriobajera me perseguía y de pronto, sin saber cómo, me vi en la ventana de Raúl maullando como una desesperada. Sin pensarlo un instante salté sobre la mesa. El gato, al ver a Raúl que se había puesto en pie con cara de estupefacción, se detuvo y él le espantó con una palmada. Luego me miró. ¡Dios mío, Raúl me miraba! Y sonriéndome me acarició mientras susurraba...¡Vaya! una señorita tan bonita no debería andar sola a ciertas horas de la noche. Creí desmayarme, ¡Raúl me estaba acariciando! Cerré los ojos y él me llevó en sus brazos hasta la cocina. Allí me preparó un platito con leche y galletas y yo, alborozada, me lo zampé todo con cara de agradecimiento. Por supuesto, no estaba dispuesta a salir de allí y así se lo hice saber cuando intentó devolverme al tejado. Empecé a revolverme y a gruñir ¿Tienes miedo, eh, señorita? Bueno, por esta noche te dejaré quedarte aquí, pero no te hagas ilusiones, yo no tengo tiempo para cuidar animalitos aunque sean tan preciosos como tú.
¡Nadie puede imaginarse lo que yo sentí ante tamaño comentario! ¡Mil gracias a quien corresponda por haberme convertido en gata! Allí me quedé toda la noche. Cuando estuve segura de que Raúl se había dormido llegué hasta su cama y hecha un rebujito me acomodé a su lado para sentir su aliento y su piel, tal como había soñado tantas veces. No pegué ojo. Contemplaba las estrellas y escuchaba la profunda respiración de Raúl hasta que poco a poco empezó a amanecer. Cuando percibí que se despertaba, salté de la cama con una agilidad que nunca habría imaginado en mí y me tumbé junto a la cocina, donde él me había dejado la noche anterior. Raúl se levantó, encendió la tostadora, vino hasta donde yo estaba y de nuevo me acarició. Me sentía transportada a la gloria cuando de repente ¡pun! de la tostadora saltó un chispazo y las tostadas empezaron a arder. En ese preciso instante ¡Ay! me desperté junto a la ventana que da al patio. Era de día y de la cocina de Raúl se escapaba un fuerte olor a quemado.
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
COMPRADORA NO-COMPULSIVA.
¡Por fin! ¡Ya están aquí las rebajas! Ni la crisis ni el paro van a poder frenar, como todos los años, la sed de consumo que ni siquiera las navidades parecen haber satisfecho. Un año sediento, sin comprar, es como para que cualquiera se suba por las paredes.
Marichu es una mujer caprichosa, pero ni su sueldo ni el de su marido dan de sí como para sumergirse en el derroche. Lo suyo es el reciclaje. Para esto posee una imaginación y una habilidad inauditas. De las sobras del cocido es capaz de preparar croquetas para una larga temporada. El pan duro lo reconvierte en sopa. Le añade cintas bordadas a los pantalones de la nena para que el crecimiento no la obligue a comprar unos nuevos, y quedan tan chulos, de lo más “fashion”, para que luego digan que las cosas hay que tirarlas. A las camisas de su marido, por supuesto, les da la vuelta a cuello y puños y quedan como nuevas. En cuanto a su propio armario, es increíble cómo de una blusa heredada de su tía, puede, con ciertos recortes y apaños, crear otra absolutamente nueva y distinta. Tiñe o forra los zapatos, arregla los bolsos, les corta el pelo a su marido, a la niña e incluso a sí misma, aunque alguna vez se le ha escapado un trasquilón, pero ya se sabe “burro mal “esquilao”, a los quince días, “igualao”. Es una joya, la tal Marichu.
Que conste que no se lo critico en absoluto. Al contrario, todas deberíamos aprender de ella. Su visión de la vida es totalmente ecológica, la basura que genera es mínima, pues hasta las mondas de la fruta las aprovecha para mermelada, con las cortinas viejas compone cojines y fundas para el tresillo, sabe pintar los techos y paredes sin recurrir a profesionales, arregla grifos y le ha obligado a su esposo a realizar un cursillo de electricidad para recomponer esos electrodomésticos que parecen venir al mundo con la fecha de caducidad marcada.
Las mujeres como Marichu tienen muy preocupados a los técnicos estudiosos de la crisis económica. Han llegado a la conclusión de que si todas las amas de casa copian semejante modelo, la economía puede llegar a colapsarse. Así que las compradoras compulsivas pueden dormir tranquilas. Ellas son el carburante del sistema económico.
Bss
Damablanca.
¡Por fin! ¡Ya están aquí las rebajas! Ni la crisis ni el paro van a poder frenar, como todos los años, la sed de consumo que ni siquiera las navidades parecen haber satisfecho. Un año sediento, sin comprar, es como para que cualquiera se suba por las paredes.
Marichu es una mujer caprichosa, pero ni su sueldo ni el de su marido dan de sí como para sumergirse en el derroche. Lo suyo es el reciclaje. Para esto posee una imaginación y una habilidad inauditas. De las sobras del cocido es capaz de preparar croquetas para una larga temporada. El pan duro lo reconvierte en sopa. Le añade cintas bordadas a los pantalones de la nena para que el crecimiento no la obligue a comprar unos nuevos, y quedan tan chulos, de lo más “fashion”, para que luego digan que las cosas hay que tirarlas. A las camisas de su marido, por supuesto, les da la vuelta a cuello y puños y quedan como nuevas. En cuanto a su propio armario, es increíble cómo de una blusa heredada de su tía, puede, con ciertos recortes y apaños, crear otra absolutamente nueva y distinta. Tiñe o forra los zapatos, arregla los bolsos, les corta el pelo a su marido, a la niña e incluso a sí misma, aunque alguna vez se le ha escapado un trasquilón, pero ya se sabe “burro mal “esquilao”, a los quince días, “igualao”. Es una joya, la tal Marichu.
Que conste que no se lo critico en absoluto. Al contrario, todas deberíamos aprender de ella. Su visión de la vida es totalmente ecológica, la basura que genera es mínima, pues hasta las mondas de la fruta las aprovecha para mermelada, con las cortinas viejas compone cojines y fundas para el tresillo, sabe pintar los techos y paredes sin recurrir a profesionales, arregla grifos y le ha obligado a su esposo a realizar un cursillo de electricidad para recomponer esos electrodomésticos que parecen venir al mundo con la fecha de caducidad marcada.
Las mujeres como Marichu tienen muy preocupados a los técnicos estudiosos de la crisis económica. Han llegado a la conclusión de que si todas las amas de casa copian semejante modelo, la economía puede llegar a colapsarse. Así que las compradoras compulsivas pueden dormir tranquilas. Ellas son el carburante del sistema económico.
Bss
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Quisiera tener una amiga como Marichu y poder recurrir a ella en "emergencias", pero reconozco que genéticamente resulto muy diferente, aunque procuro reciclar y no despilfarrar no tengo esas manos maravillosas para recomponer todo. En cambio mi mamá sí sabía hacerlo muy bien.
Ety
Ety
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Si la crisis continúa, dentro de poco, todas seremos Marichu.
Bss
Damablanca.
Bss
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Una nueva entrega. A éstos también les pilló la crisis en su momento.
ME LO DECÍA MI ABUELITO, ME LO DECÍA MI PAPÁ.
Así empezaba una conocida canción que seguía: “trabaja niño, nunca pienses que sin dinero vivirás”.
Pedro y María se casaron por lo civil aunque más bien debería decirse que se casaron “por lo militar”, pues el padre de María, un militar con graduación “de los de antes”, les obligó a legalizarse cuando supo que su hija estaba dispuesta a irse a vivir con el novio. Claro que eso eran otros tiempos, unos veinte años atrás. Pero como María en el fondo, lo que pretendía era una rebelión filial, pues se casaron por lo civil, aunque en lo demás todo fue como en todas la bodas al uso: vestido blanco, banquete, invitados y pastel gigante.
Quince días duró la luna de miel en Cancún, que hace veinte años era lo más de lo más. El sufrido militar pagó el viaje para que los chicos no se privaran del capricho, después de haber transigido y firmar los papeles.
Al principio todo fue miel sobre hojuelas: piso nuevo, muebles nuevos, coche nuevo, fines de semana en la sierra…
Los problemas empezaron después, cuando nació su primer y único vástago, cuando tenían que turnarse para darle el biberón y llegar ambos al trabajo como dos “zombies”, sin dormir, porque Raulito no quería dejarse acunar por los brazos de Morfeo ni por ésas. En vano protestaban a la guardería para que durante el día no le dejaran pegar ojo. El crío tenía el sueño cambiado. Entre eso y los agobios por el pago de la hipoteca y los plazos del coche, la llama del amor incandescente se fue diluyendo poco a poco en un sentimiento de mutua desconfianza, de torpeza, de culparse el uno al otro no se sabía muy bien de qué, pero de algo.
Y un mal día Pedro se quedó sin trabajo y con el sueldo de María no llegaba. Tal vez se habían precipitado. Sin unas oposiciones seguras no debieron nunca haberse casado y menos tener al nene. Y por supuesto, la culpa se la echaron a los padres que les habían empujado a tomar tal decisión. No a la hipoteca, no al coche, no a la planificación familiar: la culpa la tenían el padre de ella y los padres de él que estuvieron de acuerdo en que “los chicos deben casarse”.
No sé qué sería de ellos. Supe por unos conocidos que el embarque se había ido a pique y que según me dijeron María regresó al hogar paterno con Raulito, que Pedro también había regresado al hogar de sus progenitores en espera de tiempos mejores y que se le veía muy a menudo con la dueña de la tintorería del barrio, viuda y algo mayor que él.
Maldito dinero, maldita inexperiencia, ¡qué lástima de pareja que no soportó los primeros embites de la marejada! Porque la vida es un mar inmenso plagado de tormentas y eso no nos lo cuentan en la escuela. Si lo supiéramos, nos embarcaríamos bien provistos de un bote salvavidas y un paraguas, por si salpica.
"Me lo decía mi abuelito" de José Agustín Goytisolo
Me lo decía mi abuelito,
me lo decía mi papá,
me lo dijeron muchas veces
y lo olvidaba muchas más.
Trabaja niño no te pienses
que sin dinero vivirás.
Junta el esfuerzo y el ahorro
ábrete paso, ya verás,
como la vida te depara
buenos momentos. Te alzarás
sobre los pobres y mezquinos
que no han sabido descollar.
Me lo decía mi abuelito
me lo decía mi papá
me lo dijeron muchas veces
y lo olvidaba muchas más.
La vida es lucha despiadada
nadie te ayuda, así, no más,
y si tú solo no adelantas,
te irán dejando, atrás, atrás.
¡Anda muchacho y dale duro!
La tierra toda, el sol y el mar,
son para aquellos que han sabido
sentarse sobre los demás.
Me lo decía mi abuelito
me lo decía mi papá
me lo dijeron muchas veces
y lo he olvidado siempre más.
José Agustín Goytisolo (1928-1999)
¡Ay qué pena, la jungla ésta!
Damablanca.
ME LO DECÍA MI ABUELITO, ME LO DECÍA MI PAPÁ.
Así empezaba una conocida canción que seguía: “trabaja niño, nunca pienses que sin dinero vivirás”.
Pedro y María se casaron por lo civil aunque más bien debería decirse que se casaron “por lo militar”, pues el padre de María, un militar con graduación “de los de antes”, les obligó a legalizarse cuando supo que su hija estaba dispuesta a irse a vivir con el novio. Claro que eso eran otros tiempos, unos veinte años atrás. Pero como María en el fondo, lo que pretendía era una rebelión filial, pues se casaron por lo civil, aunque en lo demás todo fue como en todas la bodas al uso: vestido blanco, banquete, invitados y pastel gigante.
Quince días duró la luna de miel en Cancún, que hace veinte años era lo más de lo más. El sufrido militar pagó el viaje para que los chicos no se privaran del capricho, después de haber transigido y firmar los papeles.
Al principio todo fue miel sobre hojuelas: piso nuevo, muebles nuevos, coche nuevo, fines de semana en la sierra…
Los problemas empezaron después, cuando nació su primer y único vástago, cuando tenían que turnarse para darle el biberón y llegar ambos al trabajo como dos “zombies”, sin dormir, porque Raulito no quería dejarse acunar por los brazos de Morfeo ni por ésas. En vano protestaban a la guardería para que durante el día no le dejaran pegar ojo. El crío tenía el sueño cambiado. Entre eso y los agobios por el pago de la hipoteca y los plazos del coche, la llama del amor incandescente se fue diluyendo poco a poco en un sentimiento de mutua desconfianza, de torpeza, de culparse el uno al otro no se sabía muy bien de qué, pero de algo.
Y un mal día Pedro se quedó sin trabajo y con el sueldo de María no llegaba. Tal vez se habían precipitado. Sin unas oposiciones seguras no debieron nunca haberse casado y menos tener al nene. Y por supuesto, la culpa se la echaron a los padres que les habían empujado a tomar tal decisión. No a la hipoteca, no al coche, no a la planificación familiar: la culpa la tenían el padre de ella y los padres de él que estuvieron de acuerdo en que “los chicos deben casarse”.
No sé qué sería de ellos. Supe por unos conocidos que el embarque se había ido a pique y que según me dijeron María regresó al hogar paterno con Raulito, que Pedro también había regresado al hogar de sus progenitores en espera de tiempos mejores y que se le veía muy a menudo con la dueña de la tintorería del barrio, viuda y algo mayor que él.
Maldito dinero, maldita inexperiencia, ¡qué lástima de pareja que no soportó los primeros embites de la marejada! Porque la vida es un mar inmenso plagado de tormentas y eso no nos lo cuentan en la escuela. Si lo supiéramos, nos embarcaríamos bien provistos de un bote salvavidas y un paraguas, por si salpica.
"Me lo decía mi abuelito" de José Agustín Goytisolo
Me lo decía mi abuelito,
me lo decía mi papá,
me lo dijeron muchas veces
y lo olvidaba muchas más.
Trabaja niño no te pienses
que sin dinero vivirás.
Junta el esfuerzo y el ahorro
ábrete paso, ya verás,
como la vida te depara
buenos momentos. Te alzarás
sobre los pobres y mezquinos
que no han sabido descollar.
Me lo decía mi abuelito
me lo decía mi papá
me lo dijeron muchas veces
y lo olvidaba muchas más.
La vida es lucha despiadada
nadie te ayuda, así, no más,
y si tú solo no adelantas,
te irán dejando, atrás, atrás.
¡Anda muchacho y dale duro!
La tierra toda, el sol y el mar,
son para aquellos que han sabido
sentarse sobre los demás.
Me lo decía mi abuelito
me lo decía mi papá
me lo dijeron muchas veces
y lo he olvidado siempre más.
José Agustín Goytisolo (1928-1999)
¡Ay qué pena, la jungla ésta!
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
SUEÑOS DE MUJER.
“Bajo el marco delgado de la pálida luna, en los resquicios del silencio, las palabras de amor suenan a gloria, incandescente discurso de los amantes doblegados entre sí, el uno a los sentidos del otro…”. Así hablaba Darío Adolfo, el locutor nocturno de Radio Madrid mientras Paquitina escuchaba extasiada, sentada en la mesa camilla, con cara de sueño, después de haberle llevado el vaso de leche a Doña Consuelo, su madre, que ya dormía desde hacía casi una hora.
Todas las noches acudía sin falta a la cita con el locutor venezolano que hacía furor entre todas las solteras y muchas casadas del barrio. Justo a medianoche, después de que sonara la inconfundible sintonía del “Claro de luna” de Debussy, Paquitina, con ojos de carnero degollado, se ensimismaba deleitándose con aquella voz dulcísima a la vez que varonil, serena a la vez que fogosa, con ese acento venezolano, llegado a España desde la América sureña, esa cadencia, esa síncopa verbal, como por descuido, que hacía estallar los corazones femeninos. Ni el anuncio de “Gallina blanca”, situado estratégicamente en medio del programa podía romper el estrecho vínculo creado entre Darío Adolfo y sus radioyentes.
“Amaré siempre el susurro de tus labios, las dos lágrimas que se desprenden de tus ojos en el momento de la despedida, la pasión que se refleja en tus pupilas, el serpenteo de tus cabellos oreados por la brisa…” Aunque nunca llegó nadie a llamar al médico de urgencia, las palpitaciones de las oyentes podrían haberse resuelto en un infarto. Menos mal que los anuncios acudían al rescate de aquellas mentes abducidas por el magnético encanto de Darío Adolfo.
En el bar del barrio habían puesto un televisor. Televisión Española había engalanado la radiodifusión del país con la novedad de la imagen en la pequeña pantalla y andaba buscando fichajes para presentar la programación. Por supuesto, indagaban entre los famosos de la radio para encontrar locutores que pudieran convertirse en “tele-estrellas”. Paquitina no veía la hora ni el día en que Darío Adolfo se asomara a la televisión. Gastaría todos sus ahorros en uno de aquellos aparatos. En el fondo, todas las mujeres del barrio deseaban lo mismo, y sus maridos también, porque estaban hartos de tener que ir al bar para ver el partido.
“Déjame que palpe tus dedos menudos, blancos y suaves como el armiño, a ti, que me escuchas en esta noche de luz rezagada, a ti que en la distancia me haces llegar el latido de tus sienes, dedico mis palabras y mis sueños…” Al otro lado del transistor, junto al micrófono, Darío Adolfo, de nombre natural Paco García, nacido y criado en Lavapiés, entonaba con acento venezolano, como cada noche, el folio que le había pasado Mary Luz, la periodista que redactaba los guiones, harto ya de que le endosaran el programa de medianoche, a pesar del éxito obtenido, cuando a él lo que le haría subirse por las paredes sería retransmitir en directo desde el Bernabéu. Con la televisión ni soñaba. Su imagen de estibador de puerto bajito no era la más apropiada para la pequeña pantalla.
Damablanca.
“Bajo el marco delgado de la pálida luna, en los resquicios del silencio, las palabras de amor suenan a gloria, incandescente discurso de los amantes doblegados entre sí, el uno a los sentidos del otro…”. Así hablaba Darío Adolfo, el locutor nocturno de Radio Madrid mientras Paquitina escuchaba extasiada, sentada en la mesa camilla, con cara de sueño, después de haberle llevado el vaso de leche a Doña Consuelo, su madre, que ya dormía desde hacía casi una hora.
Todas las noches acudía sin falta a la cita con el locutor venezolano que hacía furor entre todas las solteras y muchas casadas del barrio. Justo a medianoche, después de que sonara la inconfundible sintonía del “Claro de luna” de Debussy, Paquitina, con ojos de carnero degollado, se ensimismaba deleitándose con aquella voz dulcísima a la vez que varonil, serena a la vez que fogosa, con ese acento venezolano, llegado a España desde la América sureña, esa cadencia, esa síncopa verbal, como por descuido, que hacía estallar los corazones femeninos. Ni el anuncio de “Gallina blanca”, situado estratégicamente en medio del programa podía romper el estrecho vínculo creado entre Darío Adolfo y sus radioyentes.
“Amaré siempre el susurro de tus labios, las dos lágrimas que se desprenden de tus ojos en el momento de la despedida, la pasión que se refleja en tus pupilas, el serpenteo de tus cabellos oreados por la brisa…” Aunque nunca llegó nadie a llamar al médico de urgencia, las palpitaciones de las oyentes podrían haberse resuelto en un infarto. Menos mal que los anuncios acudían al rescate de aquellas mentes abducidas por el magnético encanto de Darío Adolfo.
En el bar del barrio habían puesto un televisor. Televisión Española había engalanado la radiodifusión del país con la novedad de la imagen en la pequeña pantalla y andaba buscando fichajes para presentar la programación. Por supuesto, indagaban entre los famosos de la radio para encontrar locutores que pudieran convertirse en “tele-estrellas”. Paquitina no veía la hora ni el día en que Darío Adolfo se asomara a la televisión. Gastaría todos sus ahorros en uno de aquellos aparatos. En el fondo, todas las mujeres del barrio deseaban lo mismo, y sus maridos también, porque estaban hartos de tener que ir al bar para ver el partido.
“Déjame que palpe tus dedos menudos, blancos y suaves como el armiño, a ti, que me escuchas en esta noche de luz rezagada, a ti que en la distancia me haces llegar el latido de tus sienes, dedico mis palabras y mis sueños…” Al otro lado del transistor, junto al micrófono, Darío Adolfo, de nombre natural Paco García, nacido y criado en Lavapiés, entonaba con acento venezolano, como cada noche, el folio que le había pasado Mary Luz, la periodista que redactaba los guiones, harto ya de que le endosaran el programa de medianoche, a pesar del éxito obtenido, cuando a él lo que le haría subirse por las paredes sería retransmitir en directo desde el Bernabéu. Con la televisión ni soñaba. Su imagen de estibador de puerto bajito no era la más apropiada para la pequeña pantalla.
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
La magia que trasmite la radio es precisamente que cada cual "crea" la imagen
a su manera, le da cuerpo a esa voz y surgen las fantasías.
La imagen en directo a través de los medios audiovisuales es otra cosa. Un
retrato, un reflejo de personas, espacios, objetos, etc.
Besos,
Ana Yajaira
Ana Yajaira Salazar- Cantidad de envíos : 1098
Edad : 69
Localización : Isla Margarita, Estado Nueva Esparta. Venezuela
Fecha de inscripción : 01/09/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Es cierto que la radio es mágica, pero funciona solamente cuando se pone en contacto con la capacidad de fantasear del oyente, entonces, como en el caso de Paquitina, se crean mundos que ni el mejor escritor de ficción podría superar.
Gracias Dama por invitarnos a soñar.
Ety
Gracias Dama por invitarnos a soñar.
Ety
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Vamos a por otra.
LA DUDA.
-Nunca debiste haberme seguido hasta aquí.
-¿Y qué querías que hiciera? Era la única forma de hablar contigo a solas.
-Ya hablamos a solas.
-Pero no me escuchaste. Saliste huyendo como si se tratara del diablo. Y no se te ocurre otra cosa que esconderte en el garaje.
-Peor que el diablo. El diablo nunca habría dicho algo semejante y el garaje es el único lugar que se me ocurrió para llorar a escondidas.
-Pero sabes que es verdad, comprendo que te duela, pero es verdad.
-Han sido cinco años de mi vida ¿comprendes?
-Lo que no comprendo es que no te percataras, que en ningún momento te hayas sentido digamos...abandonada.
-Nunca. No más que las esposas de otros banqueros. Llegaba muchas veces tarde y cansado, es cierto, incluso había momentos en que me trataba con cierta frialdad, pero es lógico en un hombre con tantas responsabilidades sobre sí. No puedo creerte, además si él es...como tú dices que es... ¿cómo estás tú tan seguro? ¿o es que acaso tú también...?
-Calla, creo que te he dado sobradas muestras acerca de mis tendencias sexuales hace un momento.
-Él también.
-¿Seguro?
-Bueno no sé...es distinto.
-Ya lo creo que es distinto. Lo comprobé el mismo día en que entré a trabajar en el banco y me lo presentaron. El repaso que me dio con la mirada...es comparable con el que repaso que yo te di a ti el día que pasaste por el despacho. Me sentí como un San Sebatián cubierto de saetas que me enviaba con sus ojos y yo, quieto, sin decir nada. Además, en el banco hay cuchicheos, no soy el primero al que invita a pasar un fin de semana con vosotros en la finca. Mira, yo no tengo nada en contra de las tendencias sexuales de cada cual, pero lo que no soporto es la hipocresía, la manipulación y en su círculo el “qué dirán” tiene un valor de letra de cambio.
-No debiste venir.
-Tenía que hacerlo.
-Estabas muy seguro de que caería en tus brazos.
-Digamos que una mujer casada con él...bueno era de suponer que al menos te sentirías sola.
-¿Y cómo sé yo que es cierto lo que dices?
-El dinero embota el cerebro. Ata cabos. Piensa. Te ha venido utilizando de tapadera, te ha cubierto de joyas con una única intención: embotar tu cerebro.
-Me has confundido.
-Te estoy abriendo los ojos, nada más.
-¿Y ahora qué hacemos? Él sigue ahí, lleva casi dos horas con este maldito periódico entre las manos, no podemos salir de aquí mientrás él esté ahí.
-Divórciate.
-¿Divorciarme? Estás loco. Es tan listo como avaro. Me dejaría sin un céntimo y a estas alturas ya no puedo cambiar de vida.
-Si descubre lo nuestro será lo mismo, pero peor, porque le estarás dando motivos. Él no va a soportar que su tapadera se comporte como una mujer normal.
-¿Seguir contigo? ¿y quién te garantiza que yo vaya a seguir contigo?
-Si prefieres seguir en tu papel de tapadera, tal vez las joyas y el Mercedes te ayuden a pasar el invierno.
-¡Calla! ¡No puedo pensar! ¡Necesito pensar, tener pruebas!
-Tienes todo el tiempo del mundo y en cuanto a las pruebas...yo podría conseguírtelas, pero no estoy dispuesto.
-Pero... ¿Qué hace Cosme?
-¡Don Bartolomé, Don Bartolomé!
¡Señora, señora! ¡Vengan todos! A Don Bartolomé le ha repetido el infarto. ¡Dios mío! ¡Está...!
Damablanca.
LA DUDA.
-Nunca debiste haberme seguido hasta aquí.
-¿Y qué querías que hiciera? Era la única forma de hablar contigo a solas.
-Ya hablamos a solas.
-Pero no me escuchaste. Saliste huyendo como si se tratara del diablo. Y no se te ocurre otra cosa que esconderte en el garaje.
-Peor que el diablo. El diablo nunca habría dicho algo semejante y el garaje es el único lugar que se me ocurrió para llorar a escondidas.
-Pero sabes que es verdad, comprendo que te duela, pero es verdad.
-Han sido cinco años de mi vida ¿comprendes?
-Lo que no comprendo es que no te percataras, que en ningún momento te hayas sentido digamos...abandonada.
-Nunca. No más que las esposas de otros banqueros. Llegaba muchas veces tarde y cansado, es cierto, incluso había momentos en que me trataba con cierta frialdad, pero es lógico en un hombre con tantas responsabilidades sobre sí. No puedo creerte, además si él es...como tú dices que es... ¿cómo estás tú tan seguro? ¿o es que acaso tú también...?
-Calla, creo que te he dado sobradas muestras acerca de mis tendencias sexuales hace un momento.
-Él también.
-¿Seguro?
-Bueno no sé...es distinto.
-Ya lo creo que es distinto. Lo comprobé el mismo día en que entré a trabajar en el banco y me lo presentaron. El repaso que me dio con la mirada...es comparable con el que repaso que yo te di a ti el día que pasaste por el despacho. Me sentí como un San Sebatián cubierto de saetas que me enviaba con sus ojos y yo, quieto, sin decir nada. Además, en el banco hay cuchicheos, no soy el primero al que invita a pasar un fin de semana con vosotros en la finca. Mira, yo no tengo nada en contra de las tendencias sexuales de cada cual, pero lo que no soporto es la hipocresía, la manipulación y en su círculo el “qué dirán” tiene un valor de letra de cambio.
-No debiste venir.
-Tenía que hacerlo.
-Estabas muy seguro de que caería en tus brazos.
-Digamos que una mujer casada con él...bueno era de suponer que al menos te sentirías sola.
-¿Y cómo sé yo que es cierto lo que dices?
-El dinero embota el cerebro. Ata cabos. Piensa. Te ha venido utilizando de tapadera, te ha cubierto de joyas con una única intención: embotar tu cerebro.
-Me has confundido.
-Te estoy abriendo los ojos, nada más.
-¿Y ahora qué hacemos? Él sigue ahí, lleva casi dos horas con este maldito periódico entre las manos, no podemos salir de aquí mientrás él esté ahí.
-Divórciate.
-¿Divorciarme? Estás loco. Es tan listo como avaro. Me dejaría sin un céntimo y a estas alturas ya no puedo cambiar de vida.
-Si descubre lo nuestro será lo mismo, pero peor, porque le estarás dando motivos. Él no va a soportar que su tapadera se comporte como una mujer normal.
-¿Seguir contigo? ¿y quién te garantiza que yo vaya a seguir contigo?
-Si prefieres seguir en tu papel de tapadera, tal vez las joyas y el Mercedes te ayuden a pasar el invierno.
-¡Calla! ¡No puedo pensar! ¡Necesito pensar, tener pruebas!
-Tienes todo el tiempo del mundo y en cuanto a las pruebas...yo podría conseguírtelas, pero no estoy dispuesto.
-Pero... ¿Qué hace Cosme?
-¡Don Bartolomé, Don Bartolomé!
¡Señora, señora! ¡Vengan todos! A Don Bartolomé le ha repetido el infarto. ¡Dios mío! ¡Está...!
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Otro monólogo posmoderno de una desencantada buscando paraguas.
Y YO SIN NOVIO.
Ahí está, sentado a su lado como un fantasma: ¡lo que ha sido durante toda su vida! La única división entre él y el ataúd es ese cristal. Siempre que vengo a un tanatorio me da por pensar en lo mismo: mientras estemos a este lado del cristal, bien nos va. ¡Pobre José Antonio! Siempre detrás de Carmen, riéndole las gracias, aplaudiendo todo lo que ella hacía, sin apenas opinión propia. ¡Pobrecillo! Es como si su única misión en la vida hubiera sido ganar a montones todo el dinero que ella gastaba, claro, que, bien mirado, si no hubiera sido por Carmen este hombre no habría salido del agujero del despacho en toda su vida. Pero es que ¡hay que ver, Carmen! ¡vaya vida que te has propinado! ¡es que no has rascado bola desde que naciste! Ahora estás ahí quietecita para siempre, pero ¡que te quiten lo bailao, guapa! Que siendo yo una chiquilla escuchaba comentarios en la familia, que si vaya coche que se ha comprado Carmen, que si vaya casa, curioso, de José Antonio nadie decía nada, como si él no pintara en el asunto. Tú me mirabas simplemente como la prima Guillermina, la nieta pequeña de la abuela, la que vino a este mundo cuando ya nadie la esperaba y tuvo que entrar en la familia por la gatera. ¡Pobre de mí!. ¡Menuda diferencia, Carmen! Y dice tu sobrina que siempre fuiste una burguesa inútil, que yo soy otra cosa: “Tú Guillermina eres una mujer actual, una mujer que desempeña una labor en la sociedad, no como tu prima Carmen a la que le han servido toda la vida el desayuno en la cama”. Claro, Carmen, yo me levanto a las seis de la mañana, desayuno, me arreglo, tomo el autobús y a las ocho menos cuarto estoy como un clavo delante del ministerio. Yo soy una persona útil , aunque mi utilidad consista en pasear el portafolios por los distintos departamentos, una labor sin la cual se tambalearía la estabilidad del país. Me rompes los esquemas, Carmen.
Es que, prima Carmen, has sido una burguesa inútil, pero tuviste varios novios y elegiste a José Antonio que ha sido toda tu vida tu perrito faldero y proveedor de talonarios. Has educado a tus hijos como te ha venido en gana y todos han bailado a tu son, lo que tú has querido y sin rechistar. Hoy te lloran, Carmen y me pregunto quién me llorará a mí el día que me toque estar al otro lado del cristal. A mis cuarenta y ocho soy una soltera crónica que no ha vendido una escoba en su vida: primero porque era pecado y me daba miedo y después ni miedo, ni pecado ni nada, es que ya no se me acercaba nadie porque se me trasparentaban los pensamientos y allí había un cartel enorme que decía: “Se busca marido con urgencia, no importan los detalles” y como no soy precisamente agraciada y los hombres por mucho que digan que el intelecto es lo que vale, falsos, todos piensan otra cosa, en fin, Carmen, que de buena gana sería capaz incluso de heredarte a tu José Antonio, que aunque ya no está para trotes, al menos acompañaría, como te está acompañando a ti ahora, desde este lado del cristal en el que por suerte, todavía nos encontramos.
Adiós Carmen.
Hola José Antonio. ¡Qué gran pérdida! Te acompaño en el sentimiento...
Damablanca.
Y YO SIN NOVIO.
Ahí está, sentado a su lado como un fantasma: ¡lo que ha sido durante toda su vida! La única división entre él y el ataúd es ese cristal. Siempre que vengo a un tanatorio me da por pensar en lo mismo: mientras estemos a este lado del cristal, bien nos va. ¡Pobre José Antonio! Siempre detrás de Carmen, riéndole las gracias, aplaudiendo todo lo que ella hacía, sin apenas opinión propia. ¡Pobrecillo! Es como si su única misión en la vida hubiera sido ganar a montones todo el dinero que ella gastaba, claro, que, bien mirado, si no hubiera sido por Carmen este hombre no habría salido del agujero del despacho en toda su vida. Pero es que ¡hay que ver, Carmen! ¡vaya vida que te has propinado! ¡es que no has rascado bola desde que naciste! Ahora estás ahí quietecita para siempre, pero ¡que te quiten lo bailao, guapa! Que siendo yo una chiquilla escuchaba comentarios en la familia, que si vaya coche que se ha comprado Carmen, que si vaya casa, curioso, de José Antonio nadie decía nada, como si él no pintara en el asunto. Tú me mirabas simplemente como la prima Guillermina, la nieta pequeña de la abuela, la que vino a este mundo cuando ya nadie la esperaba y tuvo que entrar en la familia por la gatera. ¡Pobre de mí!. ¡Menuda diferencia, Carmen! Y dice tu sobrina que siempre fuiste una burguesa inútil, que yo soy otra cosa: “Tú Guillermina eres una mujer actual, una mujer que desempeña una labor en la sociedad, no como tu prima Carmen a la que le han servido toda la vida el desayuno en la cama”. Claro, Carmen, yo me levanto a las seis de la mañana, desayuno, me arreglo, tomo el autobús y a las ocho menos cuarto estoy como un clavo delante del ministerio. Yo soy una persona útil , aunque mi utilidad consista en pasear el portafolios por los distintos departamentos, una labor sin la cual se tambalearía la estabilidad del país. Me rompes los esquemas, Carmen.
Es que, prima Carmen, has sido una burguesa inútil, pero tuviste varios novios y elegiste a José Antonio que ha sido toda tu vida tu perrito faldero y proveedor de talonarios. Has educado a tus hijos como te ha venido en gana y todos han bailado a tu son, lo que tú has querido y sin rechistar. Hoy te lloran, Carmen y me pregunto quién me llorará a mí el día que me toque estar al otro lado del cristal. A mis cuarenta y ocho soy una soltera crónica que no ha vendido una escoba en su vida: primero porque era pecado y me daba miedo y después ni miedo, ni pecado ni nada, es que ya no se me acercaba nadie porque se me trasparentaban los pensamientos y allí había un cartel enorme que decía: “Se busca marido con urgencia, no importan los detalles” y como no soy precisamente agraciada y los hombres por mucho que digan que el intelecto es lo que vale, falsos, todos piensan otra cosa, en fin, Carmen, que de buena gana sería capaz incluso de heredarte a tu José Antonio, que aunque ya no está para trotes, al menos acompañaría, como te está acompañando a ti ahora, desde este lado del cristal en el que por suerte, todavía nos encontramos.
Adiós Carmen.
Hola José Antonio. ¡Qué gran pérdida! Te acompaño en el sentimiento...
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
EL MISTERIO DE "LA JUSTINA".
A nadie le amarga un dulce, a menos de que se trate de un dulce amargo. Cada cual se busca su azucarillo para endulzar o su paraguas si la lluvia de la vida viene arreciando y nos lo pone difícil.
La Justina, como la llamaban en el barrio, era una mujer de armas tomar. Viuda desde los cuarenta, madre de tres hijos varones, había sabido arañar los muros de su destino hasta llegar en escalada forzosa y descenso de vértigo hasta el otro lado. Claro que en el camino se había dejado algo más que las uñas a base de fregar suelos. Las cervicales la tenían hecha polvo. Hasta que espabiló. Dicen las malas lenguas que había recibido ayudas varias sin que nadie supiera muy a ciencia cierta de donde procedían las tales ayudas ni a qué se debían. Lo cierto es que los tres hijos andaban estudiando carrera y la Justina siempre decía a todo el mundo que los estudios de los chavales corrían a cargo de los hermanos del difunto, cosa poco creíble teniendo en cuenta las malas relaciones que la buena mujer siempre mantuvo con su familia política, que, por otra parte, no andaba precisamente sobrada como para pagarle carreras a los sobrinos.
¿Qué puede llegar a hacer una mujer viuda, sola, madre de tres hijos, más lista que el hambre, pero sin haber aprendido a dibujar la “o” con un canuto? Mas no, la respuesta simplona que a cualquiera podría venírsele a la mente no entraba dentro de las cuentas de la Justina, que por la memoria de su ausente y por sus tres hijos, siempre fue una mujer decente.
La Felisa, vecina de la Justina desde que ambas se casaran con sus respectivos, cotilla como nadie, vigilante diurna y a veces nocturna, sabedora de todos los indicios y amiga de los correveidiles del barrio, siempre la tuvo bajo acecho, especialmente desde los inicios de la viudedad, varios años atrás, a sabiendas de que la pobre mujer estaba sin marido y sin blanca. Para sonsacar, por las tardes se enredaba con la Justina en amena charla, le contaba cuanto había averiguado de los chismorreos del barrio a ver si la otra soltaba prenda, pero nada. Hoy le tocaba la china al frutero. Se decía que el hijo, Juanjo, se iba a separar de su mujer, que ella se había dado a la bebida y que… La viuda escuchaba, se salía por la tangente y dejaba a su comadre enredada entre dudas.
La Felisa vigilaba, la Justina lo sabía y escurría el bulto cada vez que tenía que salir de casa con cuidado de no ser vista. ¿Pero adónde iba y de dónde venía la Justina? Muy discreta ella, con su abrigo negro, el que se compró para el funeral y que guardaba como oro en paño, peinadita y arreglada casi parecía una señora cuando todos los jueves por la tarde, a primera hora, mientras las cotorras del vecindario andaban viendo la telenovela, ella agarraba el autobús y se iba hasta el metro. De allí a la Plaza de España y en la cafetería de cierto hotel, en un rincón discreto, la esperaba como un clavo un conocido guionista de televisión. Se habían conocido tres años atrás, cuando ella fregaba los suelos en los pasillos de Prado del Rey.
- Buenas tardes, Justina, a ver qué me trae usted hoy.
Buenas tardes Don Alberto, pues verá, llevo toda la semana apuntando la historia de Juanjo y Teresita, el hijo y la nuera del frutero…
Era un éxito aquel “reality show”. Historias auténticas, como la vida misma. Las actrices parecían genuinas heroínas del pueblo cada vez que interpretaban el papel que el guionista les encajaba. Era bien fácil, se cambiaban los nombres, se exageraba un poco y…nunca supo Felisa el buen negocio que sin saberlo le había proporcionado a la Justina, que en su papel de co-guionista, se llevaba sus buenos sobres.
Damablanca.
A nadie le amarga un dulce, a menos de que se trate de un dulce amargo. Cada cual se busca su azucarillo para endulzar o su paraguas si la lluvia de la vida viene arreciando y nos lo pone difícil.
La Justina, como la llamaban en el barrio, era una mujer de armas tomar. Viuda desde los cuarenta, madre de tres hijos varones, había sabido arañar los muros de su destino hasta llegar en escalada forzosa y descenso de vértigo hasta el otro lado. Claro que en el camino se había dejado algo más que las uñas a base de fregar suelos. Las cervicales la tenían hecha polvo. Hasta que espabiló. Dicen las malas lenguas que había recibido ayudas varias sin que nadie supiera muy a ciencia cierta de donde procedían las tales ayudas ni a qué se debían. Lo cierto es que los tres hijos andaban estudiando carrera y la Justina siempre decía a todo el mundo que los estudios de los chavales corrían a cargo de los hermanos del difunto, cosa poco creíble teniendo en cuenta las malas relaciones que la buena mujer siempre mantuvo con su familia política, que, por otra parte, no andaba precisamente sobrada como para pagarle carreras a los sobrinos.
¿Qué puede llegar a hacer una mujer viuda, sola, madre de tres hijos, más lista que el hambre, pero sin haber aprendido a dibujar la “o” con un canuto? Mas no, la respuesta simplona que a cualquiera podría venírsele a la mente no entraba dentro de las cuentas de la Justina, que por la memoria de su ausente y por sus tres hijos, siempre fue una mujer decente.
La Felisa, vecina de la Justina desde que ambas se casaran con sus respectivos, cotilla como nadie, vigilante diurna y a veces nocturna, sabedora de todos los indicios y amiga de los correveidiles del barrio, siempre la tuvo bajo acecho, especialmente desde los inicios de la viudedad, varios años atrás, a sabiendas de que la pobre mujer estaba sin marido y sin blanca. Para sonsacar, por las tardes se enredaba con la Justina en amena charla, le contaba cuanto había averiguado de los chismorreos del barrio a ver si la otra soltaba prenda, pero nada. Hoy le tocaba la china al frutero. Se decía que el hijo, Juanjo, se iba a separar de su mujer, que ella se había dado a la bebida y que… La viuda escuchaba, se salía por la tangente y dejaba a su comadre enredada entre dudas.
La Felisa vigilaba, la Justina lo sabía y escurría el bulto cada vez que tenía que salir de casa con cuidado de no ser vista. ¿Pero adónde iba y de dónde venía la Justina? Muy discreta ella, con su abrigo negro, el que se compró para el funeral y que guardaba como oro en paño, peinadita y arreglada casi parecía una señora cuando todos los jueves por la tarde, a primera hora, mientras las cotorras del vecindario andaban viendo la telenovela, ella agarraba el autobús y se iba hasta el metro. De allí a la Plaza de España y en la cafetería de cierto hotel, en un rincón discreto, la esperaba como un clavo un conocido guionista de televisión. Se habían conocido tres años atrás, cuando ella fregaba los suelos en los pasillos de Prado del Rey.
- Buenas tardes, Justina, a ver qué me trae usted hoy.
Buenas tardes Don Alberto, pues verá, llevo toda la semana apuntando la historia de Juanjo y Teresita, el hijo y la nuera del frutero…
Era un éxito aquel “reality show”. Historias auténticas, como la vida misma. Las actrices parecían genuinas heroínas del pueblo cada vez que interpretaban el papel que el guionista les encajaba. Era bien fácil, se cambiaban los nombres, se exageraba un poco y…nunca supo Felisa el buen negocio que sin saberlo le había proporcionado a la Justina, que en su papel de co-guionista, se llevaba sus buenos sobres.
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
VIEJA USANZA
Estaban ahí. Cuadros antiguos, suelos de baldosa antigua, archivadores en las oficinas, mesas, sillas. Todo se presentaba ante los ojos infantiles como nacido ayer. Aún yacen en mis pupilas las imágenes de todos aquellos objetos en uso: desde los vagones de madera, los viejos “mercancías” que de cuando en cuando surcaban las vías junto al merendero, hasta los muebles silenciosos y oscuros en el salón de la abuela. Aquellos objetos poseían la solera de quien lleva años haciéndose presente, y por lo mismo, su dignidad imponía respeto. Nunca se me habría ocurrido pensar que todo ese arsenal de cachivaches viejos, bien cuidados porque no había otros para sustituirlos, que cubrían las necesidades de los centros oficiales y de las viviendas españolas, hubieran tenido su inicio, su época, que habían estado hermanados con otros momentos y otras gentes, que habían convivido con páginas de nuestra historia, que tuvieron su principio y que, inevitablemente, tendrían su fin.
Valladolid estaba plagado de estas imágenes. Desde el reloj del café hasta el mobiliario público. Todo lo que no es objeto de anticuario por su calidad, está condenado a la vejez y al abandono. También entre las cosas existe “clasismo” dependiendo de su valor objetivo de mercado. Nadie se detiene ante el afán de renovación cuando el dinero lo permite. Los trastos no sienten, no aman, no distinguen entre el papel de objeto ornamental y el rincón del desván o la trastienda del chamarilero. Sólo nosotros, pequeños dioses del entorno inmediato, tenemos la capacidad de otorgarles un rango superior dependiendo de lo que signifiquen en el equipaje del recuerdo.
A veces siento una pequeña punzada interior cuando en alguna de esas películas “bien ambientadas” aparece una colcha parecida a la de mi abuela o cuando regreso a mi ciudad y en mitad de la noche, reconozco el sonido de un reloj lejano que no ha cambiado o cuando escucho el “tan-tan” de alguna campana vespertina, igual que entonces, cuando no le daba ningún valor al tiempo, cuando todo parecía estar ahí de forma natural y para siempre.
La vida fluye aprisa, demasiado aprisa. Nada es “para siempre”. Todo es cambiante, como las aguas de los ríos, ningún minuto se repite y nadie nos lo advirtió. Nadie nos avisó de que andamos subidos a un tren que apenas se detiene en cada parada y que únicamente nosotros marcamos nuestro rumbo.
Por eso, de vez en cuando, en mi imaginación, rememoro los viejos objetos y me aferro a las sensaciones que provocaron en mí. Para no perderme. Para vincularme a las apariencias, para pretender que las cosas no han cambiado. Y es que, en el fondo, sigues siendo la misma aunque las células de tu cuerpo se empeñen en demostrar lo contrario.
Damablanca.
Estaban ahí. Cuadros antiguos, suelos de baldosa antigua, archivadores en las oficinas, mesas, sillas. Todo se presentaba ante los ojos infantiles como nacido ayer. Aún yacen en mis pupilas las imágenes de todos aquellos objetos en uso: desde los vagones de madera, los viejos “mercancías” que de cuando en cuando surcaban las vías junto al merendero, hasta los muebles silenciosos y oscuros en el salón de la abuela. Aquellos objetos poseían la solera de quien lleva años haciéndose presente, y por lo mismo, su dignidad imponía respeto. Nunca se me habría ocurrido pensar que todo ese arsenal de cachivaches viejos, bien cuidados porque no había otros para sustituirlos, que cubrían las necesidades de los centros oficiales y de las viviendas españolas, hubieran tenido su inicio, su época, que habían estado hermanados con otros momentos y otras gentes, que habían convivido con páginas de nuestra historia, que tuvieron su principio y que, inevitablemente, tendrían su fin.
Valladolid estaba plagado de estas imágenes. Desde el reloj del café hasta el mobiliario público. Todo lo que no es objeto de anticuario por su calidad, está condenado a la vejez y al abandono. También entre las cosas existe “clasismo” dependiendo de su valor objetivo de mercado. Nadie se detiene ante el afán de renovación cuando el dinero lo permite. Los trastos no sienten, no aman, no distinguen entre el papel de objeto ornamental y el rincón del desván o la trastienda del chamarilero. Sólo nosotros, pequeños dioses del entorno inmediato, tenemos la capacidad de otorgarles un rango superior dependiendo de lo que signifiquen en el equipaje del recuerdo.
A veces siento una pequeña punzada interior cuando en alguna de esas películas “bien ambientadas” aparece una colcha parecida a la de mi abuela o cuando regreso a mi ciudad y en mitad de la noche, reconozco el sonido de un reloj lejano que no ha cambiado o cuando escucho el “tan-tan” de alguna campana vespertina, igual que entonces, cuando no le daba ningún valor al tiempo, cuando todo parecía estar ahí de forma natural y para siempre.
La vida fluye aprisa, demasiado aprisa. Nada es “para siempre”. Todo es cambiante, como las aguas de los ríos, ningún minuto se repite y nadie nos lo advirtió. Nadie nos avisó de que andamos subidos a un tren que apenas se detiene en cada parada y que únicamente nosotros marcamos nuestro rumbo.
Por eso, de vez en cuando, en mi imaginación, rememoro los viejos objetos y me aferro a las sensaciones que provocaron en mí. Para no perderme. Para vincularme a las apariencias, para pretender que las cosas no han cambiado. Y es que, en el fondo, sigues siendo la misma aunque las células de tu cuerpo se empeñen en demostrar lo contrario.
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Me ha gustado mucho. Gracias Dama.
Ety
Ety
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Nostálgica que es una, Ety.
Bss
Damablanca
Bss
Damablanca
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
LA MÚSICA Y EL VIENTO.
Andaba errante la música por esos caminos de Dios, buscando un lugar donde resguardarse de la noche. Encontró una pequeña caverna horadada en un promontorio, pero estaba habitada por alimañas que no le permitieron entrar. Entonces probó a encaramarse a la copa de un árbol, pero el árbol no quiso saber nada de músicas. Se acurrucó luego sobre unas piedras que parecían insensibles a su melodía y decidió que aquél sería el lugar adecuado.
Sin embargo, a punto estaba de quedarse dormida, cuando apareció el viento, quien se quedó contemplándola con cara de curiosidad. “¿No eres tú la musica?” Le espetó en la cara con un aliento helado. “Sí, respondió ella cubriéndose el rostro.” “¿Y qué haces por estos caminos, en vez de andar resguardada en palacios, teatros y salas de conciertos?” “Ya ves, amigo viento, corren malos tiempos para la lírica.”
Quedóse el viento callado y quieto durante unos instantes. Él había estado siempre secretamente enamorado de la música y verla así, tan desvalida, tan indefensa, le provocaba enojo y ternura al mismo tiempo. “Haremos un trato”, le dijo. “Te llevaré sobre mis hombros allá donde puedan reconocerte y acogerte como tú mereces.” La música movió la cabeza con aire dubitativo. “También mi hermana, la poesía, anda errante por esos mundos sin encontrar cobijo digno, somos un par de incomprendidas y suelen suplantarnos con máscaras de carnaval”. “No importa”, dijo el viento. “Con mi ayuda llegarás a todos los rincones adonde ahora se te cierran las puertas, nadie puede ponerle puertas al viento y si vienes conmigo, todos te escucharán, quieran o no”.
Parecióle buena idea a la música aliarse con el viento. A fin de cuentas, nada tenía que perder ni tampoco un lugar determinado adonde ir. Y así la música y el viento iniciaron un viaje eterno, recorrieron los cuatro puntos cardinales del orbe y la música llegó a todos los oídos y fue amada por todos. No así la poesía, quien herida por el desprecio, se refugió en una torre de cristal donde sólo quienes la conocen bien acuden a visitarla de cuando en cuando.
Damablanca.
Andaba errante la música por esos caminos de Dios, buscando un lugar donde resguardarse de la noche. Encontró una pequeña caverna horadada en un promontorio, pero estaba habitada por alimañas que no le permitieron entrar. Entonces probó a encaramarse a la copa de un árbol, pero el árbol no quiso saber nada de músicas. Se acurrucó luego sobre unas piedras que parecían insensibles a su melodía y decidió que aquél sería el lugar adecuado.
Sin embargo, a punto estaba de quedarse dormida, cuando apareció el viento, quien se quedó contemplándola con cara de curiosidad. “¿No eres tú la musica?” Le espetó en la cara con un aliento helado. “Sí, respondió ella cubriéndose el rostro.” “¿Y qué haces por estos caminos, en vez de andar resguardada en palacios, teatros y salas de conciertos?” “Ya ves, amigo viento, corren malos tiempos para la lírica.”
Quedóse el viento callado y quieto durante unos instantes. Él había estado siempre secretamente enamorado de la música y verla así, tan desvalida, tan indefensa, le provocaba enojo y ternura al mismo tiempo. “Haremos un trato”, le dijo. “Te llevaré sobre mis hombros allá donde puedan reconocerte y acogerte como tú mereces.” La música movió la cabeza con aire dubitativo. “También mi hermana, la poesía, anda errante por esos mundos sin encontrar cobijo digno, somos un par de incomprendidas y suelen suplantarnos con máscaras de carnaval”. “No importa”, dijo el viento. “Con mi ayuda llegarás a todos los rincones adonde ahora se te cierran las puertas, nadie puede ponerle puertas al viento y si vienes conmigo, todos te escucharán, quieran o no”.
Parecióle buena idea a la música aliarse con el viento. A fin de cuentas, nada tenía que perder ni tampoco un lugar determinado adonde ir. Y así la música y el viento iniciaron un viaje eterno, recorrieron los cuatro puntos cardinales del orbe y la música llegó a todos los oídos y fue amada por todos. No así la poesía, quien herida por el desprecio, se refugió en una torre de cristal donde sólo quienes la conocen bien acuden a visitarla de cuando en cuando.
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Dama, justo hace unos minutos en la ciudad de México, (por lo menos la zona donde vivo) escuchamos un concierto efectuado por la música y el viento.
Sin embargo, conforme pasaba el tiempo, el viento parecía enfurecerse, la música se escuchaba lejana, y yo casi vuelo empujada por la rabia del viento. No tuve más remedio que refugiarme en la casita de cristal con la poesía.
Ety
Sin embargo, conforme pasaba el tiempo, el viento parecía enfurecerse, la música se escuchaba lejana, y yo casi vuelo empujada por la rabia del viento. No tuve más remedio que refugiarme en la casita de cristal con la poesía.
Ety
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Prec¡osos textos dama!!! Llevo un rato extas¡ada leyéndote... Que no pare tu mús¡ca!!
Un abrazo am¡ga!!
Aktea- Cantidad de envíos : 517
Localización : Islas Canarias
Fecha de inscripción : 19/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
¡Que sigamos Aktea! Mujeres a escribir, que llevamos siglos y siglos sin escribir ni un párrafo, salvo honrosas excepciones.
Bss
Damablanca
Bss
Damablanca
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
RECUERDOS DE LA MAR
Tiene los ojos embriagados de sal. La mar, enarbolando siempre imágenes de la luna cambiante, ¿qué secretos guarda la mar que a veces arrulla, otras desasosiega y las más arrastra la vista a horizontes invencibles? No sé que tiene la mar para quienes no tenemos la mar. Es un punto de llegada, un abismo, un mundo extraño, ignoto, inabarcable. Descendemos de la mar, nuestra patria lejana está en la mar. Sin agua, la vida sería imposible. Somos hijos del agua, herederos del agua, padres y esposos del agua.
Para los que habitamos en el interior la mar es un lujo. Me siento una extraña cuando me acerco al mar, pero al mismo tiempo es algo que le resulta cercano a mis sentidos. El mar, la mar, una de esas pocas palabras que en nuestro lenguaje admite lo mismo el artículo femenino que el masculino, tal vez porque su estirpe resulta ambivalente y posee a la vez fuerza y delicadeza. Tal vez porque hermana en sus aguas los rayos del sol y el brillo de la luna en las ascuas del amanecer o del poniente.
Frente a la tierra estática el agua, siempre cambiante en sus simetrías, interpreta una eterna danza entre audaz y seductora. Nada tan fuerte como la mar, capaz de horadar la roca más fiera con su constante vaivén.
La mar ejerce su dominio sobre la tierra firme. Nadie puede llevarse consigo un pedazo de mar como quien se lleva un saquito de tierra. Puedes encarcelar una porción en una botella, pero así como la tierra sigue siendo quien es esté donde esté, la mar deja de ser la mar si pretendes hacerla cautiva. Al contrario, las aguas del interior siempre corren hacia la mar, incluso arrastran la impronta de nuestros paisajes y arañan los cauces hacia los abismos del océano. Y ya nunca regresan.
Provocadora de sueños y engullidora de sueños, ¿qué tiene la mar para quienes no tenemos la mar?
Damablanca.
Tiene los ojos embriagados de sal. La mar, enarbolando siempre imágenes de la luna cambiante, ¿qué secretos guarda la mar que a veces arrulla, otras desasosiega y las más arrastra la vista a horizontes invencibles? No sé que tiene la mar para quienes no tenemos la mar. Es un punto de llegada, un abismo, un mundo extraño, ignoto, inabarcable. Descendemos de la mar, nuestra patria lejana está en la mar. Sin agua, la vida sería imposible. Somos hijos del agua, herederos del agua, padres y esposos del agua.
Para los que habitamos en el interior la mar es un lujo. Me siento una extraña cuando me acerco al mar, pero al mismo tiempo es algo que le resulta cercano a mis sentidos. El mar, la mar, una de esas pocas palabras que en nuestro lenguaje admite lo mismo el artículo femenino que el masculino, tal vez porque su estirpe resulta ambivalente y posee a la vez fuerza y delicadeza. Tal vez porque hermana en sus aguas los rayos del sol y el brillo de la luna en las ascuas del amanecer o del poniente.
Frente a la tierra estática el agua, siempre cambiante en sus simetrías, interpreta una eterna danza entre audaz y seductora. Nada tan fuerte como la mar, capaz de horadar la roca más fiera con su constante vaivén.
La mar ejerce su dominio sobre la tierra firme. Nadie puede llevarse consigo un pedazo de mar como quien se lleva un saquito de tierra. Puedes encarcelar una porción en una botella, pero así como la tierra sigue siendo quien es esté donde esté, la mar deja de ser la mar si pretendes hacerla cautiva. Al contrario, las aguas del interior siempre corren hacia la mar, incluso arrastran la impronta de nuestros paisajes y arañan los cauces hacia los abismos del océano. Y ya nunca regresan.
Provocadora de sueños y engullidora de sueños, ¿qué tiene la mar para quienes no tenemos la mar?
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Dama, yo, que vivo lejos del mar, siento lo mismo. El mar me embruja,me hipnotiza, quizás por que también lo añoro tanto.
Ety
Ety
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Creo que el mar (o el río ancho como mar como el Río de la Plata) nos fascina a todos, no nos cansamos de mirarlo, siempre está distinto. Y si no lo vemos, podemos imaginarlo también e hipnotizarnos con sus movimientos.
Rosario- Cantidad de envíos : 627
Edad : 73
Localización : Montevideo, Uruguay
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Página 2 de 3. • 1, 2, 3
Página 2 de 3.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.