Y me pongo a escribir un libro...
+2
Ana Yajaira Salazar
Damablanca
6 participantes
Página 1 de 3.
Página 1 de 3. • 1, 2, 3
Y me pongo a escribir un libro...
Sí, así como quien no quiere la cosa. Aunque tengo un libro de poemas como la Bella Durmiente, esperando el turno de "revivir", pues resulta que hoy, que hace un frío que pela y que ando un poco resfriada y además tengo un concierto el sábado, pues he decidido quedarme en casa y me ha dado por empezar a escribir un libro que tengo en mente desde hace algún tiempo. No voy a decir el título, ni tampoco garantizo que vaya a continuar. A lo mejor si alguien me empujara un poco...pero en fin, el caso es que de momento he escrito la primera página, lo cual, para empezar, no está mal. Quiero que sea un relato de relatos, de gente ingenua apabullada por la vida y cómo cada cual se las arregla como puede. Lo voy a escribir en clave de humor, si es que tengo humor para escribirlo. Aquí dejo el principio...y a ver si alguien se anima, que sé que Ana Yajaira, al menos, también quería escribir.
DECLARANDO INTENCIONES.
Cuando a la hora de plasmar una declaración de intenciones sobre una página en blanco te enfrentas a dilucidar lo que en realidad pretendes, te sientes con el corazón anclado en la congoja de quien se sabe pequeño entre la multitud, indefenso, endeble y si te comparas con esas imágenes que de vez en cuando aparecen en Tv o circulan por Internet, en las que nuestro planeta se convierte en un minúsculo grano de arena flotando en un universo inexpugnable, entonces sólo te queda el deseo de acurrucarte, enroscarte y evadirte de tu increíble pequeñez.
¿Y qué le voy a decir yo a usted que usted no sepa? La vida es como un tranvía en el que de pronto te das cuenta cómo en cada parada cambias de barrio, de gente y de compañeros de viaje. Y aunque el tranvía parezca lento en los tiempos en que vivimos, su velocidad es mucho mayor que nuestra propia capacidad de adaptación. Por esa razón intento verter mis palabras sobre esta página, como quien vomita sensaciones, algo tan imposible de compartir que todo intento es vano en principio. Y es en esta soledad, la de cada cual frente a su propio universo, enganchado a la vida y a ese vuelo incomprensible del planeta, cuando surge el humor como tabla de salvación. Así nació la idea de escribir este libro, si se me permite el atrevimiento. Aunque no me negarán que, para osadía, la de nuestros respectivos progenitores, los suyos y los míos, al ponernos de patitas en el mundo sin preguntarnos siquiera por nuestras apetencias, situándonos en una clase social, en un entorno, en un país sin que mediara nuestra complicidad. ¿O sí? Dicen algunas corrientes filosóficas que elegimos a nuestros padres antes de nacer, que nuestro espíritu se encarna en la materia con todas las de la ley y que antes de venir a este mundo tenemos todo un proyecto vital en nuestra conciencia. Puede ser, no soy yo quien para meterme en tamañas profundidades ni menos aún para negarlas así, a priori.
El título me vino entregado a través de un sueño. Sí, soñé con este título “XXXXXXXXXXXXX”. Luego la imaginación hizo el resto. ¿Cómo pasearse por esta vida sin una mínima protección, aunque sea la de un simple paraguas? Mis personajes poco tienen de reales y mucho tienen al mismo tiempo de reales. Copio de cuando veo, como el pintor, y luego lo plasmo con mayor o menor fortuna. Ya se sabe, cada cual ve las cosas y las personas desde su punto de vista y la objetividad no existe, por mucho que alguien se empeñe en desmentirlo.
Mi relación con la literatura siempre ha tenido un carácter inconstante. A veces leo, a veces escribo, no le soy fiel ni a la lectura ni a la escritura. Salto de la una a la otra sin proponérmelo, según viene. Mis escritos siempre han tenido un ribete poético y mi entrega ha sido más bien para los mundos de la música, de los que no creo desertar por intentar ampliar mi cauce de riachuelo escondido.
Si ha llegado hasta aquí, tal vez le interese mi universo. Le advierto que no soy nada del otro mundo: simplemente alguien que desea compartir algunas experiencias, propias y ajenas (la observación es una experiencia interesantísima) y enredarlas en una sonrisa.
Si desea continuar, sea bienvenido.
Damablanca.
DECLARANDO INTENCIONES.
Cuando a la hora de plasmar una declaración de intenciones sobre una página en blanco te enfrentas a dilucidar lo que en realidad pretendes, te sientes con el corazón anclado en la congoja de quien se sabe pequeño entre la multitud, indefenso, endeble y si te comparas con esas imágenes que de vez en cuando aparecen en Tv o circulan por Internet, en las que nuestro planeta se convierte en un minúsculo grano de arena flotando en un universo inexpugnable, entonces sólo te queda el deseo de acurrucarte, enroscarte y evadirte de tu increíble pequeñez.
¿Y qué le voy a decir yo a usted que usted no sepa? La vida es como un tranvía en el que de pronto te das cuenta cómo en cada parada cambias de barrio, de gente y de compañeros de viaje. Y aunque el tranvía parezca lento en los tiempos en que vivimos, su velocidad es mucho mayor que nuestra propia capacidad de adaptación. Por esa razón intento verter mis palabras sobre esta página, como quien vomita sensaciones, algo tan imposible de compartir que todo intento es vano en principio. Y es en esta soledad, la de cada cual frente a su propio universo, enganchado a la vida y a ese vuelo incomprensible del planeta, cuando surge el humor como tabla de salvación. Así nació la idea de escribir este libro, si se me permite el atrevimiento. Aunque no me negarán que, para osadía, la de nuestros respectivos progenitores, los suyos y los míos, al ponernos de patitas en el mundo sin preguntarnos siquiera por nuestras apetencias, situándonos en una clase social, en un entorno, en un país sin que mediara nuestra complicidad. ¿O sí? Dicen algunas corrientes filosóficas que elegimos a nuestros padres antes de nacer, que nuestro espíritu se encarna en la materia con todas las de la ley y que antes de venir a este mundo tenemos todo un proyecto vital en nuestra conciencia. Puede ser, no soy yo quien para meterme en tamañas profundidades ni menos aún para negarlas así, a priori.
El título me vino entregado a través de un sueño. Sí, soñé con este título “XXXXXXXXXXXXX”. Luego la imaginación hizo el resto. ¿Cómo pasearse por esta vida sin una mínima protección, aunque sea la de un simple paraguas? Mis personajes poco tienen de reales y mucho tienen al mismo tiempo de reales. Copio de cuando veo, como el pintor, y luego lo plasmo con mayor o menor fortuna. Ya se sabe, cada cual ve las cosas y las personas desde su punto de vista y la objetividad no existe, por mucho que alguien se empeñe en desmentirlo.
Mi relación con la literatura siempre ha tenido un carácter inconstante. A veces leo, a veces escribo, no le soy fiel ni a la lectura ni a la escritura. Salto de la una a la otra sin proponérmelo, según viene. Mis escritos siempre han tenido un ribete poético y mi entrega ha sido más bien para los mundos de la música, de los que no creo desertar por intentar ampliar mi cauce de riachuelo escondido.
Si ha llegado hasta aquí, tal vez le interese mi universo. Le advierto que no soy nada del otro mundo: simplemente alguien que desea compartir algunas experiencias, propias y ajenas (la observación es una experiencia interesantísima) y enredarlas en una sonrisa.
Si desea continuar, sea bienvenido.
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Dejo aquí un capítulo, al menos en extracto. Seguramente habrá que alargarlo:
ELLA SIEMPRE DECÍA “SÍ”
Si alguien he conocido en esta vida con un carácter complaciente, amable, sacrificado y necesitado de un buen paraguas, ésa fue mi tía Jacinta, la pobre.
Fruta gentil de la posguerra, nacida en una oscura capital de provincias, con un padre de mentalidad decimonónica y un novio desaparecido en la contienda, fue una joven hermosa aunque ni siquiera se le permitiera la más nimia frivolidad, ya fuera por recato femenino o porque en la España de la época, un lápiz de carmín era un objeto que sólo se conseguía en la estratosfera o en el estraperlo. El caso es que las veleidades de la existencia y la corriente de su educación, desembocada en un presente nada halagüeño, la condujeron a un matrimonio que si bien no estaba exento de cierto cariño obligado por las circunstancias, tampoco es que fuera la antesala del paraíso, precisamente.
Nunca discutió con nadie. Nunca en la familia resonó la voz discordante de la tía Jacinta. Su esposo, un hombre gris cuyo nombre resonó en los ecos del anonimato, no encontró en ella jamás oposición a sus conjeturas ni a sus opiniones. Y era difícil de sobrellevar, el anónimo. Ni un cine, ni un teatro, como mucho, un paseíto por la calle principal y a casa.
La tía Jacinta sostenía una teoría: decir que “sí” a todo, dar la razón a todo el mundo y continuar “a su aire”. Sin embargo, la ausencia del “no” en su vocabulario le supuso no pocos contratiempos. Cargar con los caprichos y desplantes de una suegra posesiva y manipuladora, por citar un ejemplo. Aunque el “sí” de la tía Jacinta le ayudaba y no poco a escurrir el bulto, no siempre el corredor de escape resultaba lo suficientemente amplio y más de un marrón tuvo que digerir la desventurada. Como cuando le empaquetaban algún sobrino justo durante el fin de semana, teniendo en cuenta que ella y su marido no salían los sábados por la noche y que los niños “la querían mucho”. Tampoco pudo la tía Jacinta escapar de algún que otro sablazo por parte de la familia del anónimo, más complaciente con sus allegados que con su propia esposa.
Pocos caprichos se permitió esta mujer, acostumbrada a la renuncia y a lo que yo llamo “estilo camaleónico” de adaptabilidad a las circunstancias. Una manera de sobrevivir como otra cualquiera para alguien que, con el paso de los años, no fue capaz de replantear una “mejora vital” en sus legítimas aspiraciones, eso suponiendo que las aspiraciones formaran parte de su vocabulario, porque éstas suelen ir unidas en esencia a algún que otro “no” y este adverbio de negación, como ya les he contado, no existía para la tía Jacinta.
Lo que aprendí de mi querida tía, persona cariñosa y tierna como pocas, es que su fórmula de autoprotección, la del “sí”, no es un cobijo lo suficientemente útil para cubrirse. No es un buen paraguas.
Damablanca.
ELLA SIEMPRE DECÍA “SÍ”
Si alguien he conocido en esta vida con un carácter complaciente, amable, sacrificado y necesitado de un buen paraguas, ésa fue mi tía Jacinta, la pobre.
Fruta gentil de la posguerra, nacida en una oscura capital de provincias, con un padre de mentalidad decimonónica y un novio desaparecido en la contienda, fue una joven hermosa aunque ni siquiera se le permitiera la más nimia frivolidad, ya fuera por recato femenino o porque en la España de la época, un lápiz de carmín era un objeto que sólo se conseguía en la estratosfera o en el estraperlo. El caso es que las veleidades de la existencia y la corriente de su educación, desembocada en un presente nada halagüeño, la condujeron a un matrimonio que si bien no estaba exento de cierto cariño obligado por las circunstancias, tampoco es que fuera la antesala del paraíso, precisamente.
Nunca discutió con nadie. Nunca en la familia resonó la voz discordante de la tía Jacinta. Su esposo, un hombre gris cuyo nombre resonó en los ecos del anonimato, no encontró en ella jamás oposición a sus conjeturas ni a sus opiniones. Y era difícil de sobrellevar, el anónimo. Ni un cine, ni un teatro, como mucho, un paseíto por la calle principal y a casa.
La tía Jacinta sostenía una teoría: decir que “sí” a todo, dar la razón a todo el mundo y continuar “a su aire”. Sin embargo, la ausencia del “no” en su vocabulario le supuso no pocos contratiempos. Cargar con los caprichos y desplantes de una suegra posesiva y manipuladora, por citar un ejemplo. Aunque el “sí” de la tía Jacinta le ayudaba y no poco a escurrir el bulto, no siempre el corredor de escape resultaba lo suficientemente amplio y más de un marrón tuvo que digerir la desventurada. Como cuando le empaquetaban algún sobrino justo durante el fin de semana, teniendo en cuenta que ella y su marido no salían los sábados por la noche y que los niños “la querían mucho”. Tampoco pudo la tía Jacinta escapar de algún que otro sablazo por parte de la familia del anónimo, más complaciente con sus allegados que con su propia esposa.
Pocos caprichos se permitió esta mujer, acostumbrada a la renuncia y a lo que yo llamo “estilo camaleónico” de adaptabilidad a las circunstancias. Una manera de sobrevivir como otra cualquiera para alguien que, con el paso de los años, no fue capaz de replantear una “mejora vital” en sus legítimas aspiraciones, eso suponiendo que las aspiraciones formaran parte de su vocabulario, porque éstas suelen ir unidas en esencia a algún que otro “no” y este adverbio de negación, como ya les he contado, no existía para la tía Jacinta.
Lo que aprendí de mi querida tía, persona cariñosa y tierna como pocas, es que su fórmula de autoprotección, la del “sí”, no es un cobijo lo suficientemente útil para cubrirse. No es un buen paraguas.
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Amparo, las coincidencias de la vida no dejan de sorprenderme. Fíjate: Ahora mismo estoy con un
resfriado bastante fuerte, que debo cuidar para que no se me complique con una Neumonía, tengo
mucha opresión en el pecho y con un "ronco sonido" en la voz, que me va dejando afónica.
Ya estoy con mis tés de eucalipto y todos los bebedizos calientes que me irán mejorando.
Asi las cosas, me puse a retomar mis escritos inconclusos, y me encuentro con tus relatos que
he leído y releído, saboreando la crónica de la tía Jacinta, esa hermosa mujer que se quedó asintiendo
a todo lo que se le plantara por delante, creyendo erradamente que asi, sin discutir, sin argumentar, sin
expresar su punto de vista u opinión, se le facilitaria el camino de la vida que "acataba" porque vivir, vivir, es
otra cosa.
Ella siempre decía "Sí" deja en mi ánimo un sentimiento de rebeldía, de inconformidad frente al
uso y abuso de la tía Jacinta, la que siempre dice Sí en voz alta, quedándose con los no atragantados...
Y luego, prosigo en la lectura de tus escritos y me encuentro con
la DECLARACIÓN DE INTENCIONES, una extraordinaria invitación, para dar contenido a esa hoja en blanco que tenemos a la vista y que recojo con entusiasmo, ese que me faltaba para dejar de postergar y postergar la cita con todas esas palabras que " me bailan" esperando los acordes exactos para darse gusto.
Vengan todas las sonoridades a acompañarme, que me propongo hilvanarlas en un escrito que ya tiene nombre, fue lo primero que tuvo, un nombre que espera por su desarrollo, algo asi como el hijo al que le aguarda un nombre, desde que esta en el vientre, y que apenas "nace" se le coloca encima...
Así que escribiremos aquí en este espacio, cada una su libro, que luego impriimiremos, (con crisis o sin ella,que mas dá) para cumplir con una de las tres premisas chinas, de la trascendencia en la tierra:
1. Plantar un árbol (He plantado varios)
2. Tener un hijo (acá aplica no solamente el concepto de reproducción biológica sino el de entrega en amor)
3. Escribir un libro
Dentro de un rato, empezaré... Ahora vuelvo
Ana Yajaira
Ana Yajaira Salazar- Cantidad de envíos : 1098
Edad : 69
Localización : Isla Margarita, Estado Nueva Esparta. Venezuela
Fecha de inscripción : 01/09/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Por supuesto abriré un apartado para mi libro, no vaya a tropezarse con el tuyo,
que vayan paralelos y así cada cual podrá dejar sus pareceres, frente a lo que
vaya saliendo... Que pretenciosa me siento...
Saludos,
Ana Yajaira
Ana Yajaira Salazar- Cantidad de envíos : 1098
Edad : 69
Localización : Isla Margarita, Estado Nueva Esparta. Venezuela
Fecha de inscripción : 01/09/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Mira, Ana Yajaira, de pretenciosa nada. Aquí hacemos cada cual lo que podemos. Resulta pretencioso invitar a que nos lean y nos aplaudan, pero como no damos por hecha tal cosa e incluso nos arriesgamos al "tomatazo" (ése es el riesgo que corre quien se pone ante un público), pues lo dicho. Éste es un foro abierto para que sus componentes vuelquen lo que llevan adentro y bien que lo hacen, en todos los apartados. Así que adelante con el resfriado, mientras dure, a aprovechar el tiempo y a escribir. A ver si nos animamos un@s a otro@s y mejor para todos.
Bss
Damablanca.
Bss
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Y hablando de literatura, en el Hogar y Centro de Castilla y León de Barcelona han abierto la inscripción para un certamen de poesía. El caso es que las normas dicen "en castellano y catalán" y mira, me gustaría presentarme, pero de catalán, ni idea. Soy capaz de entenderlo así, un poco por encima, pero nada más. Voy a preguntarles que si "cuela" que alguien me traduzca los poemas al catalán, tampoco es tanto. Se piden entre 40 y 80 versos en ambas lenguas y si no lo consideran "trampa", pues a lo mejor le pido a alguien que me traduzca una parte de lo que presente. Tendría que ser alguien acostumbrado a leer poesía en catalán, porque traducir un poema tiene su intríngulis.
A ver qué me cuentan.
Bss
Damablanca.
A ver qué me cuentan.
Bss
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Aquí dejo otra entrega:
ADIOS, REYES MAGOS.
Permítanme que me presente. Mi nombre es Marita, bueno María Teresa, que suena más serio y apropiado para una señora de mi edad. Sin embargo, la historia que les voy a relatar se remonta a los ya lejanos días de mi infancia, en un tiempo ya casi olvidado y sin embargo tan presente para los que tuvimos la dicha, siempre la dicha, de vivirlo.
No eran tiempos de riqueza, tampoco de pobreza absoluta, pero las épocas que le tocan a una siempre son las mejores, puesto que poco podemos hacer al respecto y así más nos vale contemplarlas desde el mejor punto de vista posible.
Yo amaba a los Reyes Magos. Sobre todo a Baltasar. No voy a decir que fuera un amor platónico al estilo de las novelas románticas, pero sí en la medida en que la imaginación infantil crea gigantes a partir de molinos, como aquel insigne caballero trotador que nunca salió de la primera etapa del aprendizaje: la de la inocencia. Pues bien, era todo tan mágico, tan posible, eso de que pidieras un juguete y aquellos tres seres maravillosos te lo dejaran en el saloncito de tu casa. Y que te levantaras temprano, en pleno enero, con frío hasta en las pestañas y que de pronto te encontraras, no sólo con lo que habías pedido, sino que además te habían traído un libro de cuentos y alguna cosilla más que siempre caía y nunca sabías cómo ni por dónde habían entrado, pero ¡qué más daba! Eran magos y los magos no se enzarzan en problemas con las barreras arquitectónicas.
Pues bien, aquella mañana, cuando regresábamos del colegio, se me ocurrió hablar de los bienamados magos de oriente y de lo que pensaba pedir ese año y entonces ¡maldita sea! Dos de las niñas que se habían colado en el grupo, mayores que nosotras, empezaron a reír. Sí se burlaban, se carcajeaban y sin cortarse lo más mínimo, me contaron, con pelos y señales quienes eran en realidad los Reyes Magos y lo tonta y boba que yo era con creerme semejante historia. Nunca me he sentido tan ridícula como en aquel momento. ¿Lloré? No, ni hablar, ¡enseguida me iba yo a poner en plan llorón frente a aquel par de mostrencas! Me mordí la lengua, me callé y enfadada, al llegar a casa, se lo conté a mi madre y le recriminé el engaño…¡porque me sentía culpable! Sí, me sentía culpable no por boba sino porque seguramente, de haber sabido la verdad, no me habría atrevido a pedir “más de la cuenta”, como había hecho en alguna ocasión.
Los críos de ahora son más espabilados. Lo saben todo, pero se lo callan, no sea que los susodichos Reyes Magos se reconviertan y ya no caiga todo lo que suele caer. Yo no fui tan lista, me faltó el paraguas. Aquel año llegaron los regalos, como siempre, pero ya no fue igual.
Aún les guardo rencor a las dos brujas que me sacaron de mi ignorancia. Ya no recuerdo ni sus nombres ni sus caras, pero allá donde estén, si alguna vez cae esto en sus manos, debo comunicarles que, para su escarmiento, los Reyes Magos existen y continúan visitándome año tras año. Ellos se las arreglan para que cada enero tenga en mis manos la posibilidad de cumplir no sólo mi deseo, sino el deseo de otras personillas que tengo a mano y que saben muy bien que son los Reyes Magos quienes les dejan los regalos. ¡Bribonas embusteras!.
Bss
Damablanca.
ADIOS, REYES MAGOS.
Permítanme que me presente. Mi nombre es Marita, bueno María Teresa, que suena más serio y apropiado para una señora de mi edad. Sin embargo, la historia que les voy a relatar se remonta a los ya lejanos días de mi infancia, en un tiempo ya casi olvidado y sin embargo tan presente para los que tuvimos la dicha, siempre la dicha, de vivirlo.
No eran tiempos de riqueza, tampoco de pobreza absoluta, pero las épocas que le tocan a una siempre son las mejores, puesto que poco podemos hacer al respecto y así más nos vale contemplarlas desde el mejor punto de vista posible.
Yo amaba a los Reyes Magos. Sobre todo a Baltasar. No voy a decir que fuera un amor platónico al estilo de las novelas románticas, pero sí en la medida en que la imaginación infantil crea gigantes a partir de molinos, como aquel insigne caballero trotador que nunca salió de la primera etapa del aprendizaje: la de la inocencia. Pues bien, era todo tan mágico, tan posible, eso de que pidieras un juguete y aquellos tres seres maravillosos te lo dejaran en el saloncito de tu casa. Y que te levantaras temprano, en pleno enero, con frío hasta en las pestañas y que de pronto te encontraras, no sólo con lo que habías pedido, sino que además te habían traído un libro de cuentos y alguna cosilla más que siempre caía y nunca sabías cómo ni por dónde habían entrado, pero ¡qué más daba! Eran magos y los magos no se enzarzan en problemas con las barreras arquitectónicas.
Pues bien, aquella mañana, cuando regresábamos del colegio, se me ocurrió hablar de los bienamados magos de oriente y de lo que pensaba pedir ese año y entonces ¡maldita sea! Dos de las niñas que se habían colado en el grupo, mayores que nosotras, empezaron a reír. Sí se burlaban, se carcajeaban y sin cortarse lo más mínimo, me contaron, con pelos y señales quienes eran en realidad los Reyes Magos y lo tonta y boba que yo era con creerme semejante historia. Nunca me he sentido tan ridícula como en aquel momento. ¿Lloré? No, ni hablar, ¡enseguida me iba yo a poner en plan llorón frente a aquel par de mostrencas! Me mordí la lengua, me callé y enfadada, al llegar a casa, se lo conté a mi madre y le recriminé el engaño…¡porque me sentía culpable! Sí, me sentía culpable no por boba sino porque seguramente, de haber sabido la verdad, no me habría atrevido a pedir “más de la cuenta”, como había hecho en alguna ocasión.
Los críos de ahora son más espabilados. Lo saben todo, pero se lo callan, no sea que los susodichos Reyes Magos se reconviertan y ya no caiga todo lo que suele caer. Yo no fui tan lista, me faltó el paraguas. Aquel año llegaron los regalos, como siempre, pero ya no fue igual.
Aún les guardo rencor a las dos brujas que me sacaron de mi ignorancia. Ya no recuerdo ni sus nombres ni sus caras, pero allá donde estén, si alguna vez cae esto en sus manos, debo comunicarles que, para su escarmiento, los Reyes Magos existen y continúan visitándome año tras año. Ellos se las arreglan para que cada enero tenga en mis manos la posibilidad de cumplir no sólo mi deseo, sino el deseo de otras personillas que tengo a mano y que saben muy bien que son los Reyes Magos quienes les dejan los regalos. ¡Bribonas embusteras!.
Bss
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Pues me han dicho los de Barcelona que se puede concurrir indistintamente en castellano y catalán, así que lo mismo me animo.
La última vez que me presenté a un concurso, de cuentos, no me lo aceptaron porque era demasiado largo. Así que procuraré ser breve.
Bss
Damablanca.
La última vez que me presenté a un concurso, de cuentos, no me lo aceptaron porque era demasiado largo. Así que procuraré ser breve.
Bss
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Cada cual se lo monta como puede cuando necesita protección. Aquí dejo otra entrega:
EL ESCÁNDALO DEL ESTORNUDO
Hola, mi nombre es Chus, bueno, María Jesús, pero quedó reducido a ese sonido casi cacofónico que recuerda el de un estornudo. Para mí que todo tiene su por qué. A lo largo de mi existencia he generado una especie de alergia al género humano y es posible que el hecho de estornudar cuando digo mi nombre me libere de ciertas controversias acumuladas en mi inconsciente.
Puede parecer irrisorio, petulante e incluso atrevido ese prejuicio antihumanidad que sin yo quererlo se ha adueñado de mis sentidos y me ha convertido en un ser, sino asocial, al menos sí un poco distanciado de lo que podría denominarse como acercamiento a los otros o “disciplina compensadora de la soledad”. Resumiendo, que vivo sola y estoy tan a gusto. No sé muy bien si me quiero o si me odio, lo que tengo muy claro es que cada cual en esta vida busca una fórmula para autoprotegerse y refugiarme en mi “cocoon” es la mejor instancia que la vida ha puesto en mis manos. Soy escandalosamente solitaria, escandalosamente autosuficiente y escandalosamente independiente. Mi única vulnerabilidad está en mi nombre “Chus”, ese estornudo que, aunque nadie lo comprenda, es la válvula de escape de mi alergia.
Es posible que lo mío tenga algo de hereditario. Nací de dos seres de distinto sexo, como es lo natural, pero absolutamente solitarios. Convivían, si a eso se le puede llamar convivencia, en el mismo domicilio y compartían habitación y número de teléfono. Nunca pude imaginar lo que sucedía en ese dormitorio al que cada uno de ellos accedía a horas muy diferentes. Mi madre, tan perfecta, tan exacta y puntual en todos sus quehaceres, exageradamente limpia, impoluta, precisa, era capaz de levantarte un contencioso si llegabas cinco minutos tarde a almorzar. Mi padre, bohemio, seductor, inimaginable, jamás dejaba las cosas dos veces en el mismo lugar. Más de una noche, al llegar tarde y ebrio se pegó un buen porrazo al resbalar con las bayetas con las que mi madre, primorosamente, sacaba brillo a la madera del suelo. Para ella las bayetas del suelo eran una especie de artefactos utilizados con efectos de patinaje artístico con los que realizaba mil piruetas a cualquier hora del día. Para mi padre y para mí eran una especie de obstáculo que teníamos que esquivar al entrar en casa, porque nunca sabías por dónde podían aparecer.
Entiendo que si soy hija única es por un azar del destino que nunca volvió a tener ocasión de generar un nuevo ser. Dos personas perdidas en su ensimismamiento pueden llegar a unirse para proteger su mutuo interés por la soledad. Eso es lo único que desde siempre se me ha ocurrido pensar sobre el matrimonio de mis progenitores. No había entre ellos ademanes de afecto, como mucho, un extraño y frío respeto que sólo la ebriedad de mi padre, bastante común, por cierto, era capaz de hacer estallar convirtiendo su llegada en una bronca nocturna que solía durar unos veinte minutos. Veinte minutos espantosos, ruidosos, terribles en el que se intercambiaban todo tipo de adjetivos, algo que, por otra parte, dotaban a ese extraño hogar de un cierto matiz vital. El resto de la jornada todo estaba absolutamente muerto.
Nunca llegué a tener lo que se dice un novio, ni un amante. A decir verdad jamás me he fiado de la buena voluntad de nadie, ni de hombres ni de mujeres. Amigas he tenido alguna que otra, pero ni quiero ni pretendo generar conflicto en nadie por confiarle mis secretos, que los tengo, como cada cual. En mis horas bajas me digo a mí misma que el mundo es así y que mejor no hacerle ni caso. Trabajo por mi cuenta y para mí. Nunca pondría mi destino en manos ajenas.
Ahora tengo un vecino bastante peculiar. Tiene la osadía de acercarse a mi puerta y a mi timbre a horas insospechadas con la extraña pretensión de que le preste perejil, vinagre o cualquier aditamento extraño que sabe con certeza, porque se lo he explicado, que yo no utilizo porque no sé guisar. Almuerzo fuera de casa y en mi nevera sólo hay ensalada, leche y yogur. Pero insiste. El otro día incluso me invitó a que pasara a cenar a su casa, como si yo no tuviera otra cosa que hacer. No entiendo a los humanos, aunque comparta con ellos la misma especie. Sé por el portero que ha preguntado por mí, cosas ciertamente un poco indiscretas a las que el ujier no ha sabido responder, por fortuna.
Ciertos individuos no tienen ni idea de lo que supone vivir en comunidad. Espero que poco a poco refine sus modales y me deje vivir en paz. Como siempre he hecho. Y además, me molesta ese retintín cuando se tropieza conmigo en la escalera y me llama “Chus”.
Damablanca.
EL ESCÁNDALO DEL ESTORNUDO
Hola, mi nombre es Chus, bueno, María Jesús, pero quedó reducido a ese sonido casi cacofónico que recuerda el de un estornudo. Para mí que todo tiene su por qué. A lo largo de mi existencia he generado una especie de alergia al género humano y es posible que el hecho de estornudar cuando digo mi nombre me libere de ciertas controversias acumuladas en mi inconsciente.
Puede parecer irrisorio, petulante e incluso atrevido ese prejuicio antihumanidad que sin yo quererlo se ha adueñado de mis sentidos y me ha convertido en un ser, sino asocial, al menos sí un poco distanciado de lo que podría denominarse como acercamiento a los otros o “disciplina compensadora de la soledad”. Resumiendo, que vivo sola y estoy tan a gusto. No sé muy bien si me quiero o si me odio, lo que tengo muy claro es que cada cual en esta vida busca una fórmula para autoprotegerse y refugiarme en mi “cocoon” es la mejor instancia que la vida ha puesto en mis manos. Soy escandalosamente solitaria, escandalosamente autosuficiente y escandalosamente independiente. Mi única vulnerabilidad está en mi nombre “Chus”, ese estornudo que, aunque nadie lo comprenda, es la válvula de escape de mi alergia.
Es posible que lo mío tenga algo de hereditario. Nací de dos seres de distinto sexo, como es lo natural, pero absolutamente solitarios. Convivían, si a eso se le puede llamar convivencia, en el mismo domicilio y compartían habitación y número de teléfono. Nunca pude imaginar lo que sucedía en ese dormitorio al que cada uno de ellos accedía a horas muy diferentes. Mi madre, tan perfecta, tan exacta y puntual en todos sus quehaceres, exageradamente limpia, impoluta, precisa, era capaz de levantarte un contencioso si llegabas cinco minutos tarde a almorzar. Mi padre, bohemio, seductor, inimaginable, jamás dejaba las cosas dos veces en el mismo lugar. Más de una noche, al llegar tarde y ebrio se pegó un buen porrazo al resbalar con las bayetas con las que mi madre, primorosamente, sacaba brillo a la madera del suelo. Para ella las bayetas del suelo eran una especie de artefactos utilizados con efectos de patinaje artístico con los que realizaba mil piruetas a cualquier hora del día. Para mi padre y para mí eran una especie de obstáculo que teníamos que esquivar al entrar en casa, porque nunca sabías por dónde podían aparecer.
Entiendo que si soy hija única es por un azar del destino que nunca volvió a tener ocasión de generar un nuevo ser. Dos personas perdidas en su ensimismamiento pueden llegar a unirse para proteger su mutuo interés por la soledad. Eso es lo único que desde siempre se me ha ocurrido pensar sobre el matrimonio de mis progenitores. No había entre ellos ademanes de afecto, como mucho, un extraño y frío respeto que sólo la ebriedad de mi padre, bastante común, por cierto, era capaz de hacer estallar convirtiendo su llegada en una bronca nocturna que solía durar unos veinte minutos. Veinte minutos espantosos, ruidosos, terribles en el que se intercambiaban todo tipo de adjetivos, algo que, por otra parte, dotaban a ese extraño hogar de un cierto matiz vital. El resto de la jornada todo estaba absolutamente muerto.
Nunca llegué a tener lo que se dice un novio, ni un amante. A decir verdad jamás me he fiado de la buena voluntad de nadie, ni de hombres ni de mujeres. Amigas he tenido alguna que otra, pero ni quiero ni pretendo generar conflicto en nadie por confiarle mis secretos, que los tengo, como cada cual. En mis horas bajas me digo a mí misma que el mundo es así y que mejor no hacerle ni caso. Trabajo por mi cuenta y para mí. Nunca pondría mi destino en manos ajenas.
Ahora tengo un vecino bastante peculiar. Tiene la osadía de acercarse a mi puerta y a mi timbre a horas insospechadas con la extraña pretensión de que le preste perejil, vinagre o cualquier aditamento extraño que sabe con certeza, porque se lo he explicado, que yo no utilizo porque no sé guisar. Almuerzo fuera de casa y en mi nevera sólo hay ensalada, leche y yogur. Pero insiste. El otro día incluso me invitó a que pasara a cenar a su casa, como si yo no tuviera otra cosa que hacer. No entiendo a los humanos, aunque comparta con ellos la misma especie. Sé por el portero que ha preguntado por mí, cosas ciertamente un poco indiscretas a las que el ujier no ha sabido responder, por fortuna.
Ciertos individuos no tienen ni idea de lo que supone vivir en comunidad. Espero que poco a poco refine sus modales y me deje vivir en paz. Como siempre he hecho. Y además, me molesta ese retintín cuando se tropieza conmigo en la escalera y me llama “Chus”.
Damablanca.
Última edición por Damablanca el Sáb Dic 18, 2010 3:52 pm, editado 1 vez
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Las hay que no confían y las hay que son confiadas.
PLANTADA Y LLOVIENDO
“El ritmo de la lluvia”…¿Alguien recuerda aquella canción de los 60 que luego volvió a escucharse en plan “revival”? Cada vez que oigo esa sintonía no puedo por menos de recordar el terrible plantón que tuve que sufrir allá por la época en que era una estudiante de enfermería.
Aún no me explico ni me explicaré jamás cómo una muchacha normal, con entendederas normales, de familia normal, puede pirrarse por un tipo raro, introvertido, con ese aire de necesitado y…misógino, porque estoy segura de que era un misógino.
Le conocí haciendo prácticas en un hospital. Su aire melancólico, su presencia desarrapada y silenciosa y esa mirada perdida (supongo que todavía no habrá conseguido encontrarla) me convirtieron en una cucharada de miel. Tenía una pierna rota, el pobrecito. Un mal resbalón, según me contó. El caso es que no sé cómo demonios se las arregló para que una lesión que normalmente se cura en casa, se convirtiera para él en dos semanas de rehabilitación hospitalaria. Se quejaba y sabía quejarse. Si yo tuviera que aconsejar a cualquier mujer, le diría que jamás se deje confundir por los quejidos de un medroso que aliente su sentimiento maternal, o está perdida. Si en vez de una doctora al cargo de la sección hubiera estado al frente un médico militar, le habría pegado un puntapié en salva sea la parte y le habría enviado a su casa al segundo día.
Claro que para mal resbalón, el mío. Me rompí el corazón y para esta víscera no hay salas de rehabilitación que valgan ni escayolas ni alivios. Me contaba su vida, todo le había ido mal, por supuesto siempre los malos habían sido los otros: sus padres que no le atendieron, sus hermanos egoístas, la soledad, la falta de comprensión…era tan perfecto su simulacro que incluso ahora imagino que no fingía, que realmente creía en todo cuanto decía y que el problema de aquel muchacho era “la mirada perdida”, pero perdida en una miopía de tal magnitud que le resultaba imposible incluso mirarse al espejo sin odiarse.
Comencé a mimarle de una forma especial y él sonreía, sonreía, y yo me lo creía y me lo creía. Un día nos besamos, primero fui yo y luego él me respondió apasionadamente, a pesar de los dolores insoportables que aún sufría su pierna, prácticamente curada. Le dieron el alta, intercambiamos los teléfonos y luego…un día, y otro día y otro…hasta que me decidí y le llamé. Se disculpó. Me dijo que tenía miedo, que nunca había sentido por una mujer lo que sentía por mí, que se hallaba perdido…y que nos veríamos al día siguiente. No apareció. Yo no sabía qué hacer. Volverle a llamar me parecía humillante, mas, por otra parte, estaba preocupada, así que, dejando de lado mi autoestima, le volví a llamar. Me respondió con un tono casi trágico. Estaba hundido, indeciso. “No soy la persona adecuada para ti”, me respondió y yo, entre lágrimas intenté consolarle. “Te estimas en muy poco”, le dije. Total, que quedamos al día siguiente en el mismo lugar, a la misma hora.
Allí estuve, puntual. Dispuesta a todo con tal de arrastrarle a mi terreno. Empezaban a caer unas gotas y yo no llevaba paraguas. Esperé. Impávida. Rígida. Cuando quise reaccionar había transcurrido media hora y estaba empapada hasta los huesos. Volví a casa extenuada. La desilusión me atenazaba, la ira me invadía y lo único que se me ocurrió fue tomarme un tranquilizante o tal vez dos, de los que guardaba en mi maletín de prácticas. Dormí, no sé cuanto dormí, pero al despertar, con un dolor de cabeza increíble, me pregunté a mí misma que hacía yo en semejante estado, por qué, cuándo y cómo se me hábía ocurrido enamorarme de alguien incapaz de dar un solo paso ni siquiera para encontrarse conmigo. No tenía la pierna rota. Todo él estaba roto, roto sin remedio, como una marioneta sin hilos. No decidí nada, no hice nada, continué con mi vida de siempre, pasaron las semanas, hasta que un día…¡Los vi! ¡Era él, iba rodeando con su brazo a la doctora encargada del área de rehabilitación!.
Damablanca.
PLANTADA Y LLOVIENDO
“El ritmo de la lluvia”…¿Alguien recuerda aquella canción de los 60 que luego volvió a escucharse en plan “revival”? Cada vez que oigo esa sintonía no puedo por menos de recordar el terrible plantón que tuve que sufrir allá por la época en que era una estudiante de enfermería.
Aún no me explico ni me explicaré jamás cómo una muchacha normal, con entendederas normales, de familia normal, puede pirrarse por un tipo raro, introvertido, con ese aire de necesitado y…misógino, porque estoy segura de que era un misógino.
Le conocí haciendo prácticas en un hospital. Su aire melancólico, su presencia desarrapada y silenciosa y esa mirada perdida (supongo que todavía no habrá conseguido encontrarla) me convirtieron en una cucharada de miel. Tenía una pierna rota, el pobrecito. Un mal resbalón, según me contó. El caso es que no sé cómo demonios se las arregló para que una lesión que normalmente se cura en casa, se convirtiera para él en dos semanas de rehabilitación hospitalaria. Se quejaba y sabía quejarse. Si yo tuviera que aconsejar a cualquier mujer, le diría que jamás se deje confundir por los quejidos de un medroso que aliente su sentimiento maternal, o está perdida. Si en vez de una doctora al cargo de la sección hubiera estado al frente un médico militar, le habría pegado un puntapié en salva sea la parte y le habría enviado a su casa al segundo día.
Claro que para mal resbalón, el mío. Me rompí el corazón y para esta víscera no hay salas de rehabilitación que valgan ni escayolas ni alivios. Me contaba su vida, todo le había ido mal, por supuesto siempre los malos habían sido los otros: sus padres que no le atendieron, sus hermanos egoístas, la soledad, la falta de comprensión…era tan perfecto su simulacro que incluso ahora imagino que no fingía, que realmente creía en todo cuanto decía y que el problema de aquel muchacho era “la mirada perdida”, pero perdida en una miopía de tal magnitud que le resultaba imposible incluso mirarse al espejo sin odiarse.
Comencé a mimarle de una forma especial y él sonreía, sonreía, y yo me lo creía y me lo creía. Un día nos besamos, primero fui yo y luego él me respondió apasionadamente, a pesar de los dolores insoportables que aún sufría su pierna, prácticamente curada. Le dieron el alta, intercambiamos los teléfonos y luego…un día, y otro día y otro…hasta que me decidí y le llamé. Se disculpó. Me dijo que tenía miedo, que nunca había sentido por una mujer lo que sentía por mí, que se hallaba perdido…y que nos veríamos al día siguiente. No apareció. Yo no sabía qué hacer. Volverle a llamar me parecía humillante, mas, por otra parte, estaba preocupada, así que, dejando de lado mi autoestima, le volví a llamar. Me respondió con un tono casi trágico. Estaba hundido, indeciso. “No soy la persona adecuada para ti”, me respondió y yo, entre lágrimas intenté consolarle. “Te estimas en muy poco”, le dije. Total, que quedamos al día siguiente en el mismo lugar, a la misma hora.
Allí estuve, puntual. Dispuesta a todo con tal de arrastrarle a mi terreno. Empezaban a caer unas gotas y yo no llevaba paraguas. Esperé. Impávida. Rígida. Cuando quise reaccionar había transcurrido media hora y estaba empapada hasta los huesos. Volví a casa extenuada. La desilusión me atenazaba, la ira me invadía y lo único que se me ocurrió fue tomarme un tranquilizante o tal vez dos, de los que guardaba en mi maletín de prácticas. Dormí, no sé cuanto dormí, pero al despertar, con un dolor de cabeza increíble, me pregunté a mí misma que hacía yo en semejante estado, por qué, cuándo y cómo se me hábía ocurrido enamorarme de alguien incapaz de dar un solo paso ni siquiera para encontrarse conmigo. No tenía la pierna rota. Todo él estaba roto, roto sin remedio, como una marioneta sin hilos. No decidí nada, no hice nada, continué con mi vida de siempre, pasaron las semanas, hasta que un día…¡Los vi! ¡Era él, iba rodeando con su brazo a la doctora encargada del área de rehabilitación!.
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Amparo, me ofrezco para ayudarte en el tema del poema en catalán.
Yo tambien tengo algunos poemas en el cajón, en castellano y en catalán. Asi que igual me animo tambien.
Esta muy bien que te hayas peusto el reto de escribir un libro, te animo a hacerlo.
Yo creo que debe ser algo asi como parir un hijo, un libro es parte de ti y requiere mucha atención y mucho amor... y trabajo.
Gracias por compartirlo.
Petons
Joan
Ana, me gustara saber sobre el tuyo, petoins para ti.
Yo tambien tengo algunos poemas en el cajón, en castellano y en catalán. Asi que igual me animo tambien.
Esta muy bien que te hayas peusto el reto de escribir un libro, te animo a hacerlo.
Yo creo que debe ser algo asi como parir un hijo, un libro es parte de ti y requiere mucha atención y mucho amor... y trabajo.
Gracias por compartirlo.
Petons
Joan
Ana, me gustara saber sobre el tuyo, petoins para ti.
Re: Y me pongo a escribir un libro...
¡Hola Joan! Gracias por tu ayuda, pero creo que no va a ser necesario, porque ademiten los poemas en castellano y/o catalán, es decir, no es necesario aportar concretamente en ambos idiomas.
Petons,
Damablanca.
P.D. Si tienes poemas, tráenos alguno.
Petons,
Damablanca.
P.D. Si tienes poemas, tráenos alguno.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
No recuerdo si ya edité aquí este cuento, pero lo incluyo.
PANEGÍRICO A LAS ACELGAS.
Buenas tardes, permítanme que me presente, soy una acelga, la reina de la nevera, la frágil, verdosa y casi transparente acelga, como mis consumidores, casi siempre señoras, verdosas y casi transparentes tal y como corresponde a los códigos de belleza actuales.
Me ha costado mucho tiempo, siglos y siglos llegar a donde he llegado: a mi papel de vedette de plato principal.
En un principio fue el hambre. Los humanos luchaban por conseguir carne y pescado y las verduras sólo servíamos como alimento de los animales herbívoros. Por aquel entonces algunas de nosotras incluso fallecíamos de muerte natural.
Cuando el hombre se asentó en granjas y comenzó a cultivar la tierra, las acelgas éramos muy útiles en la alimentación de animales domésticos.
Poco a poco fuimos subiendo en el escalafón y llegamos a la mesa humana en forma de aditamento a las legumbres, para darles algo de sabor, y este tipo de potajes constituía el máximo placer culinario al que los humanos de clase popular podían acceder.
Y continuamos ascendiendo. Llegamos a las mesas de las clases pudientes. Cuando el humano ricohombre harto y atosigado de manjares diversos, hundido en la gula durante años y envidiado por sus congéneres, llegaba a cierto grado de ancianidad y la gota le asestaba un duro golpe, tenía que resignarse, tristemente, a devorar acelgas para no morir de inanición y cumplir en vida la penitencia a la que le habían condenado su pecado y sus excesos, so pena de acabar en los infiernos, donde somos plato habitual. El vino nunca nos acompañaba y nos miraba por encima del hombro. El vino entonces sólo se dignaba acompañar carnes rellenas, mariscos y pescados exquisitamente elaborados, quesos franceses, frutas en almíbar, tartas y pasteles. Todos nos consideraban una clase inferior y como mucho, toleraban nuestra presencia entre los manteles como simple comparsa acompañante, que, generalmente, se quedaba en el plato.
Cuando surgieron los primeros conocimientos sobre dietética y alimentación saludable, empezamos a estar bien vistas por parte de los especialistas en nutrición sana y estos pioneros, a los que debemos nuestro actual status, intentaron convencer a los humanos acerca de la conveniencia de incluirnos en su dieta. Algunos aceptaron de mala gana y mirándonos con el rabillo del ojo. Otros, siguieron consumiéndonos porque no podían permitirse otra cosa.
Pero el gran “boom” para las acelgas llegó en el siglo XX después de la caída de los grandes mitos eróticos entraditos en carnes, como La Fornarina y La Chelito, vedettes de postín. Poco a poco la delgadez se fue imponiendo como algo “chic” en la mujer de la época y en la segunda mitad de la centuria, cuando por fin los pobladores de occidente pudieron acceder al pollo, la ternera, el faisán, la merluza rellena, los pastelillos de hojaldre, las voluptuosas tartas y a toda la parafernalia que había contribuido en tiempos anteriores a dañar el organismo de los ricos, estos sufridos descendientes de los que antaño pasaron hambre, no tuvieron más remedio que apuntarse a las acelgas para entrar dentro de los patrones estéticos. Todo ello para bien de su salud.
Quiero expresar mi más profundo agradecimiento a los diseñadores contemporáneos de ropa femenina, casi todos “gay”, adoradores de las hechuras efébicas que no contemplan senos ni caderas ni gramo de grasa ni nada que recuerde que una mujer es una mujer. A esos benditos comegrasas y sacamantecas que han hecho de nosotras, las acelgas, la única vía mediante la cual una hembra bien plantada puede reucir su armazón hasta llegar a embutirse en una talla 38. Gracias a todos. Estaremos mucho tiempo entre ustedes.
Damablanca.
PANEGÍRICO A LAS ACELGAS.
Buenas tardes, permítanme que me presente, soy una acelga, la reina de la nevera, la frágil, verdosa y casi transparente acelga, como mis consumidores, casi siempre señoras, verdosas y casi transparentes tal y como corresponde a los códigos de belleza actuales.
Me ha costado mucho tiempo, siglos y siglos llegar a donde he llegado: a mi papel de vedette de plato principal.
En un principio fue el hambre. Los humanos luchaban por conseguir carne y pescado y las verduras sólo servíamos como alimento de los animales herbívoros. Por aquel entonces algunas de nosotras incluso fallecíamos de muerte natural.
Cuando el hombre se asentó en granjas y comenzó a cultivar la tierra, las acelgas éramos muy útiles en la alimentación de animales domésticos.
Poco a poco fuimos subiendo en el escalafón y llegamos a la mesa humana en forma de aditamento a las legumbres, para darles algo de sabor, y este tipo de potajes constituía el máximo placer culinario al que los humanos de clase popular podían acceder.
Y continuamos ascendiendo. Llegamos a las mesas de las clases pudientes. Cuando el humano ricohombre harto y atosigado de manjares diversos, hundido en la gula durante años y envidiado por sus congéneres, llegaba a cierto grado de ancianidad y la gota le asestaba un duro golpe, tenía que resignarse, tristemente, a devorar acelgas para no morir de inanición y cumplir en vida la penitencia a la que le habían condenado su pecado y sus excesos, so pena de acabar en los infiernos, donde somos plato habitual. El vino nunca nos acompañaba y nos miraba por encima del hombro. El vino entonces sólo se dignaba acompañar carnes rellenas, mariscos y pescados exquisitamente elaborados, quesos franceses, frutas en almíbar, tartas y pasteles. Todos nos consideraban una clase inferior y como mucho, toleraban nuestra presencia entre los manteles como simple comparsa acompañante, que, generalmente, se quedaba en el plato.
Cuando surgieron los primeros conocimientos sobre dietética y alimentación saludable, empezamos a estar bien vistas por parte de los especialistas en nutrición sana y estos pioneros, a los que debemos nuestro actual status, intentaron convencer a los humanos acerca de la conveniencia de incluirnos en su dieta. Algunos aceptaron de mala gana y mirándonos con el rabillo del ojo. Otros, siguieron consumiéndonos porque no podían permitirse otra cosa.
Pero el gran “boom” para las acelgas llegó en el siglo XX después de la caída de los grandes mitos eróticos entraditos en carnes, como La Fornarina y La Chelito, vedettes de postín. Poco a poco la delgadez se fue imponiendo como algo “chic” en la mujer de la época y en la segunda mitad de la centuria, cuando por fin los pobladores de occidente pudieron acceder al pollo, la ternera, el faisán, la merluza rellena, los pastelillos de hojaldre, las voluptuosas tartas y a toda la parafernalia que había contribuido en tiempos anteriores a dañar el organismo de los ricos, estos sufridos descendientes de los que antaño pasaron hambre, no tuvieron más remedio que apuntarse a las acelgas para entrar dentro de los patrones estéticos. Todo ello para bien de su salud.
Quiero expresar mi más profundo agradecimiento a los diseñadores contemporáneos de ropa femenina, casi todos “gay”, adoradores de las hechuras efébicas que no contemplan senos ni caderas ni gramo de grasa ni nada que recuerde que una mujer es una mujer. A esos benditos comegrasas y sacamantecas que han hecho de nosotras, las acelgas, la única vía mediante la cual una hembra bien plantada puede reucir su armazón hasta llegar a embutirse en una talla 38. Gracias a todos. Estaremos mucho tiempo entre ustedes.
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Una nueva entrega. Es la historia de alguien que se aferró a lo que tenía a mano...como paraguas de su desdicha.
CUANDO QUIERO ALGO, TÚ NO ESTÁS.
Cuando quiero algo, tú no estás. Ya sé que soy una caprichosa, una egoísta, una malcriada y hasta te permito que me consideres una inmadura. Pero tampoco te pido que me reboces la luna en tranchetes y me la sirvas con ensalada. Ni que te disfraces de guardia de circulación para salvarme de la multa cada vez que me trago un semáforo en rojo. Ni siquiera pretendo que oposites a consejero de los pájaros o al puesto de albacea testamentario de la reina de las abejas. Yo sólo quiero que, de vez en cuando, me concedas algún deseo. Por ejemplo, que a la hora de comer consideres la posibilidad de que te sirva las lentejas en un cucurucho de papel de periódico y que te las comas con los dedos, ya que tu incapacidad para fregar un plato, una cuchara y un tenedor ha quedado bien patente durante los últimos quince años. O por ejemplo, que te acostumbres a salir desnudo a la calle, ya que las intrincadas junglas del armario constituyen para ti caminos laberínticos donde ni siquiera te atreves a asomarte para cazar una camisa o unos calcetines. No estaría de más que cada vez que llegas a casa evitaras confundirme con el mobiliario y fueras capaz de reconocer en mí a un ser que respira, que sufre, que en ocasiones incluso goza y que, aunque te parezca un atrevimiento casi irreverente, existe. A veces me pregunto cómo es posible que alguien tan racional como tú acepte con normalidad el hecho prodigioso de que unos calzoncillos tirados al vuelo y aterrizados en medio del cuarto de baño, posean la capacidad milagrosa de reaparecer en la cómoda perfectamente limpios y planchados. Por todo eso no debe sorprenderte que a veces yo me catapulte hasta la cresta de la ola buscando momentos mágicos, ni que me aferre con fuerza a estas pocas hebras de amor deslucidas, desteñidas y desgastadas de esta triste madeja que es mi vida.
Pero sobre todo, no te extrañe si al traspasar el umbral te tropiezas con esta expresión mía de rana hipocondríaca. Es que tengo miedo, mucho miedo ¡pánico! de que cometas el último e imperdonable error: aparecer en casa mientras "él" esté todavía aquí.
Damablanca.
CUANDO QUIERO ALGO, TÚ NO ESTÁS.
Cuando quiero algo, tú no estás. Ya sé que soy una caprichosa, una egoísta, una malcriada y hasta te permito que me consideres una inmadura. Pero tampoco te pido que me reboces la luna en tranchetes y me la sirvas con ensalada. Ni que te disfraces de guardia de circulación para salvarme de la multa cada vez que me trago un semáforo en rojo. Ni siquiera pretendo que oposites a consejero de los pájaros o al puesto de albacea testamentario de la reina de las abejas. Yo sólo quiero que, de vez en cuando, me concedas algún deseo. Por ejemplo, que a la hora de comer consideres la posibilidad de que te sirva las lentejas en un cucurucho de papel de periódico y que te las comas con los dedos, ya que tu incapacidad para fregar un plato, una cuchara y un tenedor ha quedado bien patente durante los últimos quince años. O por ejemplo, que te acostumbres a salir desnudo a la calle, ya que las intrincadas junglas del armario constituyen para ti caminos laberínticos donde ni siquiera te atreves a asomarte para cazar una camisa o unos calcetines. No estaría de más que cada vez que llegas a casa evitaras confundirme con el mobiliario y fueras capaz de reconocer en mí a un ser que respira, que sufre, que en ocasiones incluso goza y que, aunque te parezca un atrevimiento casi irreverente, existe. A veces me pregunto cómo es posible que alguien tan racional como tú acepte con normalidad el hecho prodigioso de que unos calzoncillos tirados al vuelo y aterrizados en medio del cuarto de baño, posean la capacidad milagrosa de reaparecer en la cómoda perfectamente limpios y planchados. Por todo eso no debe sorprenderte que a veces yo me catapulte hasta la cresta de la ola buscando momentos mágicos, ni que me aferre con fuerza a estas pocas hebras de amor deslucidas, desteñidas y desgastadas de esta triste madeja que es mi vida.
Pero sobre todo, no te extrañe si al traspasar el umbral te tropiezas con esta expresión mía de rana hipocondríaca. Es que tengo miedo, mucho miedo ¡pánico! de que cometas el último e imperdonable error: aparecer en casa mientras "él" esté todavía aquí.
Damablanca.
Última edición por Damablanca el Vie Dic 03, 2010 1:26 pm, editado 1 vez
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Me gustó mucho esta historia Dama.
Ety
Ety
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
¡Ay, sí a mi también! Y ese final inesperado aunque esperado, que remata y sacude todo lo anterior.
Sos una genia Dama (viste, estoy utilizando el lenguaje de mis nietos)
Sos una genia Dama (viste, estoy utilizando el lenguaje de mis nietos)
Rosario- Cantidad de envíos : 627
Edad : 73
Localización : Montevideo, Uruguay
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Sí, la "genia" de la lámpara maravillosa.
Bss
Damablanca.
Bss
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
No está mal la comparación: frotas la lámpara y aparece un cuenta de Damablanca
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Damablanca:
Mus buenos tus relatos, en cada uno de ellos, me quedo como
con el sabor de la historia, son tan nitidas las expresiones que es cual si
nos asomáramos a un gran balcón a mirarlas pasar.
Aguardo la próxima con impaciencia. Este enganche es para largoooo..
Besos,
Ana Yajaira
Ana Yajaira Salazar- Cantidad de envíos : 1098
Edad : 69
Localización : Isla Margarita, Estado Nueva Esparta. Venezuela
Fecha de inscripción : 01/09/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Es un lujo poder compartir lo que a una se le ocurre. Es el milagro de internet.
Seguiré, seguiré, mientras el cuerpo y las teclas aguanten.
Bss
Amaparo.
Seguiré, seguiré, mientras el cuerpo y las teclas aguanten.
Bss
Amaparo.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Aquí dejo una nueva "entrega", entre el humor y la desazón de la protagonista.
CURVAS AL PODER
¡Y cómo tiran los puñeteros puntos! Y no me puedo quejar, encima, porque la operación ha sido un capricho, o al menos eso creen todos, pero no, no ha sido un capricho de señora entrada en años que quiera mejorarse, no, es algo que llevo aquí adentro desde siempre y que tengo el capricho de ver aquí afuera…bien. Hagamos recuento de mi historia, tal vez entonces podría saber por qué tomé esta decisión…
El día, la noche y la calle para correr fue la única herencia recibida de mis padres, aparte de la enseñanza básica y la no menos básica alimentación y, aunque yo era una muchacha bastante voraz y en casa abundaban las legumbres y los guisos al estilo tradicional, mi desarrollo se resolvió en una joven tirando a delgaducha, de piel aceitunada, pelo oscuro y ojos un poco saltones. Nada del otro mundo, más bien de éste y dentro de lo corrientito.
Diecisiete abriles contaba cuando conseguí, por fin, un empleo estable como dependienta en unos grandes almacenes. “Buena presencia”, solicitaban y el día de la entrevista mi madre me llevó a la peluquería para que me peinaran y me maquillaran. Toda una preparación de “casting” hollywoodense para conseguir un empleo que no me convertiría en una “rockefeller” precisamente y trabajando ocho horas diarias.
Pero aquello funcionó. La juventud y el maquillaje pueden obrar milagros y me dieron por “válida”. Lo del maquillaje y el arreglo personal iba dentro del paquete de las obligaciones de una dependienta, aunque en el transcurso de las horas, el cansancio me devolvía a mi estado original: una morenucha flaca y con pocos recursos “sexy”.
Me destinaron a la sección de zapatería en la planta de caballeros. “A sus pies, señor” podría haber sido el lema de mi empleo y así fue durante los años que estuve trabajando en los susodichos almacenes.
No es que aquello fuera una panacea, pero al menos tenía un trabajo estable y dinerillo para mis gastos, amén de echar una mano a la familia, pues detrás de mí venían otros dos vástagos que aún había que alimentar.
Pero sucedió que a las pocas semanas de empezar en mi nuevo empleo, llegó a la misma sección una compañera bastante peculiar. “Celia”, se llamaba o se hacía llamar, porque yo siempre sospeché que lo de “Celia” era un sobrenombre que encubría otro apelativo más “del montón”. En fin, el caso es que la chica en cuestión era resultona. Llevaba el pelo teñido de rubio, sabía pintarse y caminaba ondulándose, casi diría yo que cojeando pero sin llegar a tanto. Sin embargo su “punto fuerte” era la “delantera”. Tenía por costumbre desabrocharse el botón de la batita azul obligatoria en los almacenes dejando al descubierto una buena parte de su escote. Ni que decir tiene que, al arrodillarse para probar el calzado a los clientes, a éstos se les salían los ojos de las órbitas y no era raro que alguno, por la tarde, volviera a comprarse otro par de zapatos.
Así pues, Celia vendía y vendía y cobraba y cobraba, puesto que teníamos una pequeña comisión sobre el número de ventas. Entretanto, a mí sólo me llegaban los clientes de los juanetes, ésos que te tienen dos horas probándose zapatos para ver si alguno les sirve y que muchas veces ni siquiera compran. También algún venerable anciano o algún despistado con prisas, pero lo normal es que acudieran a que Celia les atendiera. No eran pocos los que, sonrisita en ristre, le cuchicheaban algo al oído. Ella no parecía descontenta del trato que le daba la clientela, al contrario, se le ponía carita de mimo y les vendía otro par de zapatos.
Por la tarde, frente a la salida de las empleadas, que éramos absoluta mayoría frente a los dependientes varones, se dibujaba una hilera de muchachos esperando a que las puertas vomitaran al gentío femenino, es decir, a sus novias.
A mí venía a esperarme Pablito, el chico de la ferretería de enfrente de mi casa. Larguirucho, flaco y con nariz aguileña. No es que me entusiasmara, pero todas mis amigas salían con alguien y yo no quería ser menos, así que aprendí a aceptar su compañía y no niego que mi autoestima en aquella época estaba bastante dañada por la presencia de Celia. Ella cada día salía con uno diferente. Se ve que tenía donde elegir y sabía hacerlo. Siempre la esperaban en coche.
Yo no, lo mío era el metro o el autobús, según viniera la cosa o el trayecto hasta dónde fuéramos a pasear Pablito y yo. Aprendí a resignarme y a fin de cuentas Pablo era un buen chico y sobrino del ferretero, con lo cual el trabajo lo tenía seguro.
Y pasaba el tiempo. Me dolía la espalda de probar zapatos y de soportar calcetines rotos y otras lindezas que no voy a relatar. Un día Pablo me propuso que nos casáramos, que teníamos ahorrado un dinerillo y yo acepté. Mi relación con Celia siempre fue bastante distante, así que ni siquiera la invité a la boda. En el fondo temía que su presencia me robara el protagonismo en el único día en que la protagonista habría de ser yo.
Nunca la volví a ver, ni he sabido nada acerca de su vida. Si al fin se casó con alguno de sus admiradores o si continúa mariposeando o quién sabe, si abrió su propio negocio de zapatería. Celia fue como una bota militar sobre mi cabeza durante los primeros años de mi juventud y su delantera apoteósica me acomplejó de tal manera que no es de extrañar que, al cabo de los años, haya decidido imitarla y operarme.
Y aquí estamos, en una ciudad dormitorio de Madrid. Mis dos hijos ya son mayorcitos y funcionan a su aire. Este año no hay vacaciones, por lo de mi operación de estética. Pablo resiste el calor de Agosto con resignación y lee el periódico mientras un goterón de sudor le cae por la frente. No parece que mi nueva imagen le haya impactado lo más mínimo. No hay quien entienda a los hombres.
CURVAS AL PODER
¡Y cómo tiran los puñeteros puntos! Y no me puedo quejar, encima, porque la operación ha sido un capricho, o al menos eso creen todos, pero no, no ha sido un capricho de señora entrada en años que quiera mejorarse, no, es algo que llevo aquí adentro desde siempre y que tengo el capricho de ver aquí afuera…bien. Hagamos recuento de mi historia, tal vez entonces podría saber por qué tomé esta decisión…
El día, la noche y la calle para correr fue la única herencia recibida de mis padres, aparte de la enseñanza básica y la no menos básica alimentación y, aunque yo era una muchacha bastante voraz y en casa abundaban las legumbres y los guisos al estilo tradicional, mi desarrollo se resolvió en una joven tirando a delgaducha, de piel aceitunada, pelo oscuro y ojos un poco saltones. Nada del otro mundo, más bien de éste y dentro de lo corrientito.
Diecisiete abriles contaba cuando conseguí, por fin, un empleo estable como dependienta en unos grandes almacenes. “Buena presencia”, solicitaban y el día de la entrevista mi madre me llevó a la peluquería para que me peinaran y me maquillaran. Toda una preparación de “casting” hollywoodense para conseguir un empleo que no me convertiría en una “rockefeller” precisamente y trabajando ocho horas diarias.
Pero aquello funcionó. La juventud y el maquillaje pueden obrar milagros y me dieron por “válida”. Lo del maquillaje y el arreglo personal iba dentro del paquete de las obligaciones de una dependienta, aunque en el transcurso de las horas, el cansancio me devolvía a mi estado original: una morenucha flaca y con pocos recursos “sexy”.
Me destinaron a la sección de zapatería en la planta de caballeros. “A sus pies, señor” podría haber sido el lema de mi empleo y así fue durante los años que estuve trabajando en los susodichos almacenes.
No es que aquello fuera una panacea, pero al menos tenía un trabajo estable y dinerillo para mis gastos, amén de echar una mano a la familia, pues detrás de mí venían otros dos vástagos que aún había que alimentar.
Pero sucedió que a las pocas semanas de empezar en mi nuevo empleo, llegó a la misma sección una compañera bastante peculiar. “Celia”, se llamaba o se hacía llamar, porque yo siempre sospeché que lo de “Celia” era un sobrenombre que encubría otro apelativo más “del montón”. En fin, el caso es que la chica en cuestión era resultona. Llevaba el pelo teñido de rubio, sabía pintarse y caminaba ondulándose, casi diría yo que cojeando pero sin llegar a tanto. Sin embargo su “punto fuerte” era la “delantera”. Tenía por costumbre desabrocharse el botón de la batita azul obligatoria en los almacenes dejando al descubierto una buena parte de su escote. Ni que decir tiene que, al arrodillarse para probar el calzado a los clientes, a éstos se les salían los ojos de las órbitas y no era raro que alguno, por la tarde, volviera a comprarse otro par de zapatos.
Así pues, Celia vendía y vendía y cobraba y cobraba, puesto que teníamos una pequeña comisión sobre el número de ventas. Entretanto, a mí sólo me llegaban los clientes de los juanetes, ésos que te tienen dos horas probándose zapatos para ver si alguno les sirve y que muchas veces ni siquiera compran. También algún venerable anciano o algún despistado con prisas, pero lo normal es que acudieran a que Celia les atendiera. No eran pocos los que, sonrisita en ristre, le cuchicheaban algo al oído. Ella no parecía descontenta del trato que le daba la clientela, al contrario, se le ponía carita de mimo y les vendía otro par de zapatos.
Por la tarde, frente a la salida de las empleadas, que éramos absoluta mayoría frente a los dependientes varones, se dibujaba una hilera de muchachos esperando a que las puertas vomitaran al gentío femenino, es decir, a sus novias.
A mí venía a esperarme Pablito, el chico de la ferretería de enfrente de mi casa. Larguirucho, flaco y con nariz aguileña. No es que me entusiasmara, pero todas mis amigas salían con alguien y yo no quería ser menos, así que aprendí a aceptar su compañía y no niego que mi autoestima en aquella época estaba bastante dañada por la presencia de Celia. Ella cada día salía con uno diferente. Se ve que tenía donde elegir y sabía hacerlo. Siempre la esperaban en coche.
Yo no, lo mío era el metro o el autobús, según viniera la cosa o el trayecto hasta dónde fuéramos a pasear Pablito y yo. Aprendí a resignarme y a fin de cuentas Pablo era un buen chico y sobrino del ferretero, con lo cual el trabajo lo tenía seguro.
Y pasaba el tiempo. Me dolía la espalda de probar zapatos y de soportar calcetines rotos y otras lindezas que no voy a relatar. Un día Pablo me propuso que nos casáramos, que teníamos ahorrado un dinerillo y yo acepté. Mi relación con Celia siempre fue bastante distante, así que ni siquiera la invité a la boda. En el fondo temía que su presencia me robara el protagonismo en el único día en que la protagonista habría de ser yo.
Nunca la volví a ver, ni he sabido nada acerca de su vida. Si al fin se casó con alguno de sus admiradores o si continúa mariposeando o quién sabe, si abrió su propio negocio de zapatería. Celia fue como una bota militar sobre mi cabeza durante los primeros años de mi juventud y su delantera apoteósica me acomplejó de tal manera que no es de extrañar que, al cabo de los años, haya decidido imitarla y operarme.
Y aquí estamos, en una ciudad dormitorio de Madrid. Mis dos hijos ya son mayorcitos y funcionan a su aire. Este año no hay vacaciones, por lo de mi operación de estética. Pablo resiste el calor de Agosto con resignación y lee el periódico mientras un goterón de sudor le cae por la frente. No parece que mi nueva imagen le haya impactado lo más mínimo. No hay quien entienda a los hombres.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Muy bueno este relato, me trajo a la memoria la novela Sin Tetas no hay paraíso del autor colombiano
Gustavo Bolívar Moreno, que luego fue adaptada a serie de televisión tanto en Colombia, como en otros paìses
y también al refrán popular "la suerte de la fea la bonita la desea"...Y no es que la protagonista del relato
así lo fuese, pero se sintió siempre "eclipsada" por Celia y sus atributos físicos...
Buena manera de comenzar mi día, gracias por este disfrute.
Saludos,
Ana Yajaira
Ana Yajaira Salazar- Cantidad de envíos : 1098
Edad : 69
Localización : Isla Margarita, Estado Nueva Esparta. Venezuela
Fecha de inscripción : 01/09/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Y digo yo, que estos órganos, que son alimentarios, a quienes deberían preocupar es a los bebés y no a sus papás.
Bss
Damablanca.
Bss
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
LA MÁS BELLA DEL BAILE
¡Venga! Suelta ya el dinero, cajero maldito...eres igual de tacaño que tus jefes ¡Venga ya! ¡ni que estuvieras pariendo! Ya...parece que ya por fin...¡Uffff! ¡Qué susto! Creí que me había pasado en la cantidad...vamos a ver, bueno, no es que sea mucho pero lo suficiente. A ver mañana cómo le cae esto a mi madre, bueno, lo importante es que dé por perdida su tarjeta, luego imaginará que ha sido un robo y que le han hecho trampa...Bien, ahora la segunda parte ¿dónde escondo yo la ropa que me voy a comprar? A ver si convenzo a Belén de que me la guarde. Al día siguiente la esconderé en la taquilla del gimnasio. Ahora...primero, ir a la boutique, el traje negro y plateado...¡Me cachis! ¡500 Euros! Si mi madre lo descubre me mata, pero no lo va a descubrir y los zapatos...130 euros. La que se podría armar si mi madre me viera vestida así...Bueno, venga, me paso 30 euros de los 600 que me ha dado el cajero, pero en fin, los ahorros de dos fines de semana sin cine y sin cañas. Es que mi madre...¡mira que mi padre gana de sobra! Y ella...es una rácana, más rata que la propia tacañería. Ella cree que con los vaquerillos y las sudaderas tengo bastante y con esas deportivas que me compra en las rebajas. No se da cuenta de que ya he cumplido los diecisiete, mierda, que una tiene que presumir y a ver con qué cara me presento en el cumple de la creída de Nieves sin un modelito. Pero lo siento, mami, esta nena no hace el ridi delante de toda la tropa y la boba de Nieves no se va a reír de mí. Vamos a ver: los viejos de Nieves nos dejan el chalet libre hasta las tres, la fiesta empieza a las once, así que yo me voy a casa de Belén a las diez y media, dejo los andrajos en su garaje y vestida de reina llegamos a las once y cuarto a la fiesta. El problema es la chaqueta de punto y no tengo más remedio que ponérmela por encima para que los padres de Belén no le vayan a mi madre con el rollo de ¡qué guapa estaba tu hija el sábado! ¡Vaya pinta con la chaqueta encima del traje! Bueno, al entrar me la quito y en paz. ¡Lo que hay que hacer para entrar en sociedad dignamente!. A ver, señorita, quiero probarme el vestido del escaparate y esos zapatos en el número 38.
Damablanca.
¡Venga! Suelta ya el dinero, cajero maldito...eres igual de tacaño que tus jefes ¡Venga ya! ¡ni que estuvieras pariendo! Ya...parece que ya por fin...¡Uffff! ¡Qué susto! Creí que me había pasado en la cantidad...vamos a ver, bueno, no es que sea mucho pero lo suficiente. A ver mañana cómo le cae esto a mi madre, bueno, lo importante es que dé por perdida su tarjeta, luego imaginará que ha sido un robo y que le han hecho trampa...Bien, ahora la segunda parte ¿dónde escondo yo la ropa que me voy a comprar? A ver si convenzo a Belén de que me la guarde. Al día siguiente la esconderé en la taquilla del gimnasio. Ahora...primero, ir a la boutique, el traje negro y plateado...¡Me cachis! ¡500 Euros! Si mi madre lo descubre me mata, pero no lo va a descubrir y los zapatos...130 euros. La que se podría armar si mi madre me viera vestida así...Bueno, venga, me paso 30 euros de los 600 que me ha dado el cajero, pero en fin, los ahorros de dos fines de semana sin cine y sin cañas. Es que mi madre...¡mira que mi padre gana de sobra! Y ella...es una rácana, más rata que la propia tacañería. Ella cree que con los vaquerillos y las sudaderas tengo bastante y con esas deportivas que me compra en las rebajas. No se da cuenta de que ya he cumplido los diecisiete, mierda, que una tiene que presumir y a ver con qué cara me presento en el cumple de la creída de Nieves sin un modelito. Pero lo siento, mami, esta nena no hace el ridi delante de toda la tropa y la boba de Nieves no se va a reír de mí. Vamos a ver: los viejos de Nieves nos dejan el chalet libre hasta las tres, la fiesta empieza a las once, así que yo me voy a casa de Belén a las diez y media, dejo los andrajos en su garaje y vestida de reina llegamos a las once y cuarto a la fiesta. El problema es la chaqueta de punto y no tengo más remedio que ponérmela por encima para que los padres de Belén no le vayan a mi madre con el rollo de ¡qué guapa estaba tu hija el sábado! ¡Vaya pinta con la chaqueta encima del traje! Bueno, al entrar me la quito y en paz. ¡Lo que hay que hacer para entrar en sociedad dignamente!. A ver, señorita, quiero probarme el vestido del escaparate y esos zapatos en el número 38.
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Y me pongo a escribir un libro...
Os cuento una anécdota. He editado algunos de estos relatos en el foro de un periódico, para ver cómo raccionaba la gente y en el cuento titulado "el escándalo del estornudo", resulta que un párrafo, en el que yo quería decir "veinte minutos de bronca", se ha entendido como "veinte minutos de sexo". Leyéndolo, me doy cuenta de que, efectivamente, yo lo expresé mal y viendo el contexto, no sé si dejarlo como está o si cambiarlo. ¿Qué me aconsejáis? a veces la narrativa se toma sus propias libertades, por encima del autor:
"No había entre ellos ademanes de afecto, como mucho, un extraño y frío respeto que sólo la ebriedad de mi padre, bastante común, por cierto, era capaz de hacer estallar convirtiendo su llegada en un conflicto nocturno que solía durar unos veinte minutos. Veinte minutos espantosos, ruidosos, terribles que, por otra parte, dotaban a ese extraño hogar de un cierto matiz vital. El resto de la jornada todo estaba absolutamente muerto."
Bss
Damablanca.
"No había entre ellos ademanes de afecto, como mucho, un extraño y frío respeto que sólo la ebriedad de mi padre, bastante común, por cierto, era capaz de hacer estallar convirtiendo su llegada en un conflicto nocturno que solía durar unos veinte minutos. Veinte minutos espantosos, ruidosos, terribles que, por otra parte, dotaban a ese extraño hogar de un cierto matiz vital. El resto de la jornada todo estaba absolutamente muerto."
Bss
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Página 1 de 3. • 1, 2, 3
Página 1 de 3.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.