Jerome David Salinger
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Jerome David Salinger
Salinger, el escritor solitario que conquistó la literatura moderna
Autor de "El guardián entre el centeno" huyó tempranamente del éxito.
Permaneció recluido en su casa de New Hampshire hasta su muerte
Esta es una de las pocas imágenes públicas del escritor mostrando su vida privada. |
Su primera novela "El guardián entre el centeno", de 1951, alcanzó inmediatamente gran popularidad y fue aplaudido por su forma de
reflejar a los jóvenes de la época, convirtiéndose además en uno de los libros favoritos de muchos asesinos en serie y otros delincuentes.
El novelista, padre del actor Matt Salinger ("Bajo el sol de la Toscana"), publicó además una colección de relatos en 1953 titulada "Nueve cuentes". En 1961, escribió "Franny y Zooey". En 1963 lanzó una colección de novelas cortas titulada "Raise high the roof beam, carpenters and seymour: an introduction" protagonizada por la extraña "familia Glass".
Pese al éxito que alcanzó gracias sus obras, Salinger se mudó de Nueva York a New Hampshire para alejarse del mundo exterior y proteger así su vida privada.
Durante su reclusión voluntaria continuó escribiendo novelas que nunca publicó. Sin embargo, en 2002, recopilaron más de 80 cartas que distintos escritores y
admiradores le enviaron a Salinger para lanzar el libro "Cartas a J.D.
Salinger"
Salinger logró influir en distintos artistas a nivel mundial, al punto que en 2008 el líder de Guns N' Roses, Axl Rose, aseguró que se inspiró en "El guardián entre el centeno" para escribir una de sus canciones del álbum
"Chinese democracy".
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Jerome David Salinger
Además, su obra "The Catcher in the Rye" ("el guardián entre el centeno" en castellano) se hizo más famosa todavía cuando se supo que el asesino de John Lennon la llevaba en el bolsillo.
¡Descanse en paz!
Besos
Mª Dolores
¡Descanse en paz!
Besos
Mª Dolores
Mª Dolores- Cantidad de envíos : 887
Localización : Barcelona
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Jerome David Salinger
Dicen que no sufrió, además estaba pachucho con una cadera que se le había roto unos años antes.
Descanse en paz.
Descanse en paz.
Manuela- Cantidad de envíos : 598
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Jerome David Salinger
Siempre consideré que Salinger debe ser una lectura obligada para todos aquéllos que se queieren dedicar a tratar adolescentes. Fue un maestro en entenderlos, y una especie de mentor para los jóvenes que pasaron esa época entre los cincuentas y los sesentas.
Ety
Ety
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Jerome David Salinger
El escritor estadunidense saltó a la fama con su obra El guardián entre el centeno
La muerte de J.D. Salinger conmociona el mundo literario
Ni se droga ni se escapa; es un atrincherado, pero no un evadido, afirmó de él Mario BenedettiDejó varios libros que serán publicados de manera póstuma, dice su hija Margaret
Imagen de Salinger junto a algunos ejemplares de El guardián entre el centeno, obra cumbre del narrador, y su libro Nueve historias, en la biblioteca pública de Orange Village, Ohio
Nueva York, 28 de enero. Unas pocas palabras conmocionaron ayer el mundo literario: El escritor J.D. Salinger murió en su casa de New Hampshire. Tenía 91 años.
No se ofrecieron más detalles, con lo cual el notable autor, que durante toda su vida cuidó al máximo su privacidad, se transformó en leyenda.
Su nombre era Jerome David Salinger y pertenece ya a la distinguida y poco común estirpe de narradores a quienes les basta un solo libro para conmover, de manera inolvidable, a colegas y lectores.
Entre el manojo de relatos que escribió bastó El guardián entre el centeno (The catcher in the rye), para alcanzar una gloria que siempre despreció. Salinger nació en 1919, en el Upper East Side, de Nueva York, hijo de un judío polaco que importaba carne y queso de Europa oriental. La relación con el padre, quien esperaba legarle el negocio e incluso lo obligó a realizar una gira formativa por los mataderos de Polonia (al regreso decidió hacerse vegetariano), fue muy mala; cuando murió el patriarca de la familia Salinger, el escritor no acudió al entierro.
Como estudiante fue pésimo, aunque se le consideraba mucho más brillante que los demás chicos. Como parte de su servicio militar participó en el desembarco en Normandía, donde vio morir a ocho de cada 10 integrantes de su compañía y, según su hija, fue uno de los primeros soldados estadunidenses en llegar a los campos de exterminio nazi, de lo cual nunca quiso hablar.
Rebeldía de un eremita
Salinger siempre anheló ser escritor. Le llevó diez años fraguar su obra cumbre, dibujar a cincel a su protagonista: Holden Caulfield, un muchacho en la frontera sutil entre la infancia y la adolescencia, en rebeldía contra unas convenciones sociales capaces de aplastar lo humano.
El guardián entre el centeno se publicó en 1951 y desde entonces sigue cimbrando el alma de cientos de personas que lo han leído en 40 idiomas. El autor prefirió firmar sus trabajos sólo con las iniciales J.D. y dejar que su apellido flotara, por si acaso alguien lo pudiera olvidar.
Siempre tuvo fama de ermitaño. A las puertas de su propiedad puso un letrero: Prohibido el paso, y si a alguien no le bastaba con eso, era capaz de echar mano de su vieja escopeta de caza y lanzar perdigones al viento. Así vieron algunos impertinentes salir al hombre armado de casi dos metros de alto y cabello totalmente blanco.
Vivía con su tercera mujer, Colleen, una enfermera 30 años más joven que él y aficionada a tejer tapices, en la misma finca rural de los bosques de New Hampshire donde reside Claire, su anterior esposa.
Escribió cuentos, reunidos en un solo volumen. A diferencia de los beatniks, afirmaba el escritor uruguayo Mario Benedetti, Salinger no cierra los ojos, ni se droga ni se escapa. Es un atrincherado, pero no un evadido; en última instancia, es alguien que no renuncia a descubrir un sentido en la vida; alguien que, así sea pasivamente, aún resiste.
Alguien que busca, con serenidad y denuedo, un punto de apoyo. La periodista Joyce Maynard, quien a los 18 años sostuvo una relación con el autor, escribió que Salinger le confesó: Sólo puedo soportar la sociedad allá afuera mientras tenga puestos mis guantes de goma.
En 1988 la mujer publicó, sin autorización de su ex amante, un libro sobre su convivencia mutua, incluidas cartas que intercambiaron. No obstante haber dado a conocer unos pocos textos, todavía hace unos años algunos de sus allegados aseguraban que él seguía escribiendo febrilmente: Amo escribir, pero lo hago para mí mismo y para mi placer, dijo en 1974 en una de las raras declaraciones que hizo públicas.
Dicen que guardaba sus manuscritos bajo llave mientras trabajaba cada día enfundado en un overol de obrero. El año pasado, todavía tuvo fuerza para luchar por su obra, por conducto de sus abogados, nunca presentándose en público. Logró que una juez federal detuviera la publicación de un libro que Salinger afirmaba era una secuela falsa de su clásico El guardián entre el centeno.
El sueco Fredrik Colting, con el seudónimo de John David California, pretendía lanzar el título 60 Years Later: Coming Through the Rye. La juez Deborah Batts manifestó que el personaje central en la novela de Colting (Mr. C) constituía una violación
del personaje central de Salinger, Holden Caulfield. Los otros acusados fueron la editorial sueca Nicotext y Windupbird Publishing.
Cuando Mark Chapman asesinó a John Lennon, en diciembre de 1980, llevaba bajo el brazo un ejemplar de El guardián entre el centeno, entonces la obra llegó a asociarse con el satanismo y fue prohibida en algunas escuelas de Estados Unidos, en el resto es lectura obligatoria.
William Faulkner dijo que se trataba de la obra maestra de su generación.
El hermetismo del autor, en un mundo de marketing, resulta una paradoja, pues sus libros siempre son éxitos de venta.
Hasta donde se sabe, explican los diarios de su país, siguió persiguiendo jovencitas hasta que las fuerzas se lo permitieron, alimentándose de vegetales (excepto alguna pieza de cordero, cocida a 150 grados) y viendo la televisión (no se perdía la serie Dinastía).
Su hija Margaret es autora de una obra sobre él, Dreamcatcher, en la que enumera sus numerosas manías y asegura que hay varios libros terminados que se publicarán tras su muerte.
En 2001, el diario El País reportaba que Salinger gustaba de llamar por teléfono a las actrices o presentadoras de informativos de televisión que más le atraían, confiando en que fueran lectoras de su obra y la seducción resultase más fácil.
“Cree más o menos en el budismo, durante un tiempo perteneció a la Iglesia de la Cienciología, nunca ha utilizado un ordenador, ve una y otra vez la película 39 escalones, de Alfred Hitchcock, y exige que sus amigos le llamen Jerry. Sus fotos son rarísimas –suele tratarse de instantáneas tomadas a la puerta de un supermercado o en la calle, a distancia, porque el hombre es irascible– y hace más de 30 años que no concede entrevistas; la última fue realizada por dos estudiantes de secundaria y apareció en una revista de colegio”, agregaba la publicación.
Salinger mismo dejó claro el criterio para una gran novela cuando le hizo decir a su personaje Holden: Lo que más valoro es cuando uno queda completamente agotado después de leer un libro y desea ser amigo del autor y poder llamarlo por teléfono
en cualquier momento.
Su agente literario, Phyllis Westber, declaró que el novelista se había roto la cadera el pasado mayo, de lo cual se recuperó bien. Pero su salud se deterioró a principios de año, poco después de celebrar su cumpleaños 91, el primero de enero; no obstante, al morir no sufrió ningún dolor.
La familia de Salinger subrayó el deseo del autor de defender su privacidad a toda costa y pidió a los medios y al público respeto en estos momentos.
La muerte de J.D. Salinger conmociona el mundo literario
Ni se droga ni se escapa; es un atrincherado, pero no un evadido, afirmó de él Mario BenedettiDejó varios libros que serán publicados de manera póstuma, dice su hija Margaret
Imagen de Salinger junto a algunos ejemplares de El guardián entre el centeno, obra cumbre del narrador, y su libro Nueve historias, en la biblioteca pública de Orange Village, Ohio
Nueva York, 28 de enero. Unas pocas palabras conmocionaron ayer el mundo literario: El escritor J.D. Salinger murió en su casa de New Hampshire. Tenía 91 años.
No se ofrecieron más detalles, con lo cual el notable autor, que durante toda su vida cuidó al máximo su privacidad, se transformó en leyenda.
Su nombre era Jerome David Salinger y pertenece ya a la distinguida y poco común estirpe de narradores a quienes les basta un solo libro para conmover, de manera inolvidable, a colegas y lectores.
Entre el manojo de relatos que escribió bastó El guardián entre el centeno (The catcher in the rye), para alcanzar una gloria que siempre despreció. Salinger nació en 1919, en el Upper East Side, de Nueva York, hijo de un judío polaco que importaba carne y queso de Europa oriental. La relación con el padre, quien esperaba legarle el negocio e incluso lo obligó a realizar una gira formativa por los mataderos de Polonia (al regreso decidió hacerse vegetariano), fue muy mala; cuando murió el patriarca de la familia Salinger, el escritor no acudió al entierro.
Como estudiante fue pésimo, aunque se le consideraba mucho más brillante que los demás chicos. Como parte de su servicio militar participó en el desembarco en Normandía, donde vio morir a ocho de cada 10 integrantes de su compañía y, según su hija, fue uno de los primeros soldados estadunidenses en llegar a los campos de exterminio nazi, de lo cual nunca quiso hablar.
Rebeldía de un eremita
Salinger siempre anheló ser escritor. Le llevó diez años fraguar su obra cumbre, dibujar a cincel a su protagonista: Holden Caulfield, un muchacho en la frontera sutil entre la infancia y la adolescencia, en rebeldía contra unas convenciones sociales capaces de aplastar lo humano.
El guardián entre el centeno se publicó en 1951 y desde entonces sigue cimbrando el alma de cientos de personas que lo han leído en 40 idiomas. El autor prefirió firmar sus trabajos sólo con las iniciales J.D. y dejar que su apellido flotara, por si acaso alguien lo pudiera olvidar.
Siempre tuvo fama de ermitaño. A las puertas de su propiedad puso un letrero: Prohibido el paso, y si a alguien no le bastaba con eso, era capaz de echar mano de su vieja escopeta de caza y lanzar perdigones al viento. Así vieron algunos impertinentes salir al hombre armado de casi dos metros de alto y cabello totalmente blanco.
Vivía con su tercera mujer, Colleen, una enfermera 30 años más joven que él y aficionada a tejer tapices, en la misma finca rural de los bosques de New Hampshire donde reside Claire, su anterior esposa.
Escribió cuentos, reunidos en un solo volumen. A diferencia de los beatniks, afirmaba el escritor uruguayo Mario Benedetti, Salinger no cierra los ojos, ni se droga ni se escapa. Es un atrincherado, pero no un evadido; en última instancia, es alguien que no renuncia a descubrir un sentido en la vida; alguien que, así sea pasivamente, aún resiste.
Alguien que busca, con serenidad y denuedo, un punto de apoyo. La periodista Joyce Maynard, quien a los 18 años sostuvo una relación con el autor, escribió que Salinger le confesó: Sólo puedo soportar la sociedad allá afuera mientras tenga puestos mis guantes de goma.
En 1988 la mujer publicó, sin autorización de su ex amante, un libro sobre su convivencia mutua, incluidas cartas que intercambiaron. No obstante haber dado a conocer unos pocos textos, todavía hace unos años algunos de sus allegados aseguraban que él seguía escribiendo febrilmente: Amo escribir, pero lo hago para mí mismo y para mi placer, dijo en 1974 en una de las raras declaraciones que hizo públicas.
Dicen que guardaba sus manuscritos bajo llave mientras trabajaba cada día enfundado en un overol de obrero. El año pasado, todavía tuvo fuerza para luchar por su obra, por conducto de sus abogados, nunca presentándose en público. Logró que una juez federal detuviera la publicación de un libro que Salinger afirmaba era una secuela falsa de su clásico El guardián entre el centeno.
El sueco Fredrik Colting, con el seudónimo de John David California, pretendía lanzar el título 60 Years Later: Coming Through the Rye. La juez Deborah Batts manifestó que el personaje central en la novela de Colting (Mr. C) constituía una violación
del personaje central de Salinger, Holden Caulfield. Los otros acusados fueron la editorial sueca Nicotext y Windupbird Publishing.
Cuando Mark Chapman asesinó a John Lennon, en diciembre de 1980, llevaba bajo el brazo un ejemplar de El guardián entre el centeno, entonces la obra llegó a asociarse con el satanismo y fue prohibida en algunas escuelas de Estados Unidos, en el resto es lectura obligatoria.
William Faulkner dijo que se trataba de la obra maestra de su generación.
El hermetismo del autor, en un mundo de marketing, resulta una paradoja, pues sus libros siempre son éxitos de venta.
Hasta donde se sabe, explican los diarios de su país, siguió persiguiendo jovencitas hasta que las fuerzas se lo permitieron, alimentándose de vegetales (excepto alguna pieza de cordero, cocida a 150 grados) y viendo la televisión (no se perdía la serie Dinastía).
Su hija Margaret es autora de una obra sobre él, Dreamcatcher, en la que enumera sus numerosas manías y asegura que hay varios libros terminados que se publicarán tras su muerte.
En 2001, el diario El País reportaba que Salinger gustaba de llamar por teléfono a las actrices o presentadoras de informativos de televisión que más le atraían, confiando en que fueran lectoras de su obra y la seducción resultase más fácil.
“Cree más o menos en el budismo, durante un tiempo perteneció a la Iglesia de la Cienciología, nunca ha utilizado un ordenador, ve una y otra vez la película 39 escalones, de Alfred Hitchcock, y exige que sus amigos le llamen Jerry. Sus fotos son rarísimas –suele tratarse de instantáneas tomadas a la puerta de un supermercado o en la calle, a distancia, porque el hombre es irascible– y hace más de 30 años que no concede entrevistas; la última fue realizada por dos estudiantes de secundaria y apareció en una revista de colegio”, agregaba la publicación.
Salinger mismo dejó claro el criterio para una gran novela cuando le hizo decir a su personaje Holden: Lo que más valoro es cuando uno queda completamente agotado después de leer un libro y desea ser amigo del autor y poder llamarlo por teléfono
en cualquier momento.
Su agente literario, Phyllis Westber, declaró que el novelista se había roto la cadera el pasado mayo, de lo cual se recuperó bien. Pero su salud se deterioró a principios de año, poco después de celebrar su cumpleaños 91, el primero de enero; no obstante, al morir no sufrió ningún dolor.
La familia de Salinger subrayó el deseo del autor de defender su privacidad a toda costa y pidió a los medios y al público respeto en estos momentos.
Ety- Cantidad de envíos : 5484
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Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Jerome David Salinger
descanse en paz...no quería mezclarse con el mundo.
Damablanca.
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Jerome David Salinger
Me dieron muchas ganas de re-leer "The catcher in the Rye" - E Guardìán en el Centeno", hace mil años lo leì, tanto que no me acuerdo casi nada.
Yo realmente creía que Salinger había muerto hacìa mucho, debe ser porque no se hablaba nunca de él en los medios.
Yo realmente creía que Salinger había muerto hacìa mucho, debe ser porque no se hablaba nunca de él en los medios.
Re: Jerome David Salinger
Él nunca quiso conceder entrevistas ni que le hicieran fotos, así que no me extraña que creyeras que había muerto.
Besos
Mª Dolores
Besos
Mª Dolores
Mª Dolores- Cantidad de envíos : 887
Localización : Barcelona
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Jerome David Salinger
Otro escritor maldito
Salinger, el genio neurótico
Carmen Méndez
La novela más influyente de la segunda mitad del siglo XX: así se califica a The catcher in the rye (El guardián entre el centeno). Son palabras mayores, que esta semana han pasado otra página en la historia de la literatura occidental con el fallecimiento de su autor, el misterioso y huraño Jerome David Salinger, el último fallecido que engrosa la nómina de escritores geniales y malditos.
Millones de adolescentes y lectores de toda edad y condición han seguido los pasos de ese antihéroe llamado Holden Caulfield por Nueva York. Setenta millones de ejemplares vendidos en el mundo así lo atestiguan. Millones de lectores enganchados a esta historia de iniciación a la vida, entre la sordidez y la ternura, narrada en ese
lenguaje desharrapado de los adolescentes pero con el aliento de las historias inmortales.
«Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, que hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso».
Ésta es la primera frase de El guardián entre el centeno, la novela que se
ha hecho mito.
Mark David Chapman, que asesinó a John Lennon en 1980, llevaba este libro en el bolsillo cuando le arrestaron. Y John Hinkcley, que intentó matar a Ronald Reagan un año más tarde para impresonar a la actriz Jodie Foster, también estaba obsesionado por la novela.
Anécdotas que no han hecho sino alimentar la leyenda de este libro de culto y de su autor, encerrado en vida, un tipo huraño y de mal carácter, autor de otros libros –los de cuentos son excepcionales– pero que siempre será recordado por El guardián entre el centeno.
Salinger siguió escribiendo para sí mismo pero se negaba a publicar, igual que
se negaba a dejarse entrevistar o fotografiar.
Genio y figura, era una de esas personalidades creativas y atormentadas que pueblan los manuales de literatura. Falleció de muerte natural; no se suicidó como otro de esos grandes de las letras estadounidenses, Ernst Hemingway, otro carácter difícil, que se pegó un tiro.
John Kennedy Toole se mató antes de ver publicada La conjura de los necios, premio Pulitzer a título póstumo. Su madre no paró hasta que una editorial publicó esa joya que son las andanzas de un personaje estrafalario, Ignatius J. Reilly.
Personalidades complejas, dignas seguidoras de los tormentos de Edgar Allan Poe o de otros tipos difíciles, como Dashiell Hammet.
Para el psiquiatra y escritor Enrique Rojas, «Salinger fue una pluma extraordinaria, un genio con un trastorno de la personalidad. Por lo que sabemos de él, la suya era una personalidad narcisista e inestable.
Esto es frecuente con genios artísticos, como Pablo Picasso, también muy desequilibrado».
Enrique Rojas leyó con mucho interés El guardián entre el centeno hace cuatro o cinco años. «Me sorprendió la calidad literaria, el malabarismo de la palabra y sus agudas metáforas», afirma, pero por lo que se sabe de Salinger, éste era «un neurótico».
«El éxito del libro le condujo a una soberbia enfermiza. Muchas personas tienen una
soberbia basal –creerse más de lo que son–, pero en el caso de Salinger, era una soberbia enfermiza, con un amor desordenado a sí mismo».
El escritor estadounidense vivía a merced de sus filias y sus fobias, que agudizaron su desequilibrio y su carácter adusto y huraño, señala Rojas. No debió ser fácil la convivencia con él, como atestiguan las mujeres que pasaron por su vida, o el demoledor testimonio de su hija Margaret, autora del libro El guardián de los sueños, en el que el mito del hombre que se aisló del mundo después del éxito perdió todo su
encanto.
Adiós a la inocencia
Jerome David Salinger era un desequilibrado. Pero nadie le discute la genialidad literaria.
Cándido Pérez-Gallego, profesor emérito de la facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, ha enseñado literatura norteamericana durante más de veinte años a varias generaciones de estudiantes.
Este experto, profesor en la Universidad de Harvard y conferenciante
en el MIT de Massachusetts, considera El guardián entre el centeno «una auténtica joya». «Cuando publica esta novela, Salinger rompe con la literatura que se escribía en EEUU en los años 50, y se coloca en la cima», asegura.
Para Pérez-Gallego es «el gran libro sobre la pérdida de la inocencia y de cómo los jóvenes alcanzan la experiencia. Y a ésta sólo se llega sufriendo». Para este experto, en las páginas que escribió Salinger están las grandes preguntas sobre la vida y el amor, expresadas con un lenguaje cotidiano.
«Quizá la explicación de este éxito está en la gran cuestión: ¿Quién nos ayuda a vivir? Ese héroe solitario que es Holden Caulfield, que se sale de los parámetros de la literatura oficial de la época, busca quien le ayude a vivir. No encuentra ese apoyo en sus padres; todo es búsqueda, asaltos del recuerdo del hermano muerto y obsesión por proteger a su hermana».
Pérez-Gallego cree que «esta novela maravillosa, que puede ser tristísima y divertida, rebosante de talento, causa mucho efecto en pocas palabras». Lo que él llama la «droga Salinger».
Emily Dickinson, otra reclusa voluntaria
Buena parte de la fama de Salinger viene de su condición de recluso voluntario. El escritor se aisló del mundo de manera pertinaz.
En la literatura estadounidense existe otro caso similar, también de una personalidad extremadamente compleja, el de la poetisa Emily Dickinson (1830-1886). Jorge Luis Borges escribió: «No hay, que yo sepa, una vida
más apasionada y más solitaria que la de esta mujer. Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo y temerlo».
Dickinson, que comparte laureles fundacionales literarios con Poe, Emerson y Walt Whitman, sólo publicó seis poemas en vida. A los 30 años decidió recluirse en su casa de Amhers y vestirse de blanco. No volvió a salir. Ahí se fraguó una de las obras poeticas más sólidas de toda la literatura.
Rebelde y culta, su encierro, no obstante, no la aisló del mundo. La poetisa mantuvo una intensa actividad epistolar, incluso un amor platónico con un viudo, con el que intercambió unas cartas tan asombrosas como su poesía.
Lumen ha publicado esas misivas recientemente, desbordantes de la misma poética que sus versos. Tras su muerte se descubrieron 1.775 poemas. A saber lo que habrá dejado escrito Salinger para sí mismo.
Salinger, el genio neurótico
Carmen Méndez
La novela más influyente de la segunda mitad del siglo XX: así se califica a The catcher in the rye (El guardián entre el centeno). Son palabras mayores, que esta semana han pasado otra página en la historia de la literatura occidental con el fallecimiento de su autor, el misterioso y huraño Jerome David Salinger, el último fallecido que engrosa la nómina de escritores geniales y malditos.
Millones de adolescentes y lectores de toda edad y condición han seguido los pasos de ese antihéroe llamado Holden Caulfield por Nueva York. Setenta millones de ejemplares vendidos en el mundo así lo atestiguan. Millones de lectores enganchados a esta historia de iniciación a la vida, entre la sordidez y la ternura, narrada en ese
lenguaje desharrapado de los adolescentes pero con el aliento de las historias inmortales.
«Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, que hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso».
Ésta es la primera frase de El guardián entre el centeno, la novela que se
ha hecho mito.
Mark David Chapman, que asesinó a John Lennon en 1980, llevaba este libro en el bolsillo cuando le arrestaron. Y John Hinkcley, que intentó matar a Ronald Reagan un año más tarde para impresonar a la actriz Jodie Foster, también estaba obsesionado por la novela.
Anécdotas que no han hecho sino alimentar la leyenda de este libro de culto y de su autor, encerrado en vida, un tipo huraño y de mal carácter, autor de otros libros –los de cuentos son excepcionales– pero que siempre será recordado por El guardián entre el centeno.
Salinger siguió escribiendo para sí mismo pero se negaba a publicar, igual que
se negaba a dejarse entrevistar o fotografiar.
Genio y figura, era una de esas personalidades creativas y atormentadas que pueblan los manuales de literatura. Falleció de muerte natural; no se suicidó como otro de esos grandes de las letras estadounidenses, Ernst Hemingway, otro carácter difícil, que se pegó un tiro.
John Kennedy Toole se mató antes de ver publicada La conjura de los necios, premio Pulitzer a título póstumo. Su madre no paró hasta que una editorial publicó esa joya que son las andanzas de un personaje estrafalario, Ignatius J. Reilly.
Personalidades complejas, dignas seguidoras de los tormentos de Edgar Allan Poe o de otros tipos difíciles, como Dashiell Hammet.
Para el psiquiatra y escritor Enrique Rojas, «Salinger fue una pluma extraordinaria, un genio con un trastorno de la personalidad. Por lo que sabemos de él, la suya era una personalidad narcisista e inestable.
Esto es frecuente con genios artísticos, como Pablo Picasso, también muy desequilibrado».
Enrique Rojas leyó con mucho interés El guardián entre el centeno hace cuatro o cinco años. «Me sorprendió la calidad literaria, el malabarismo de la palabra y sus agudas metáforas», afirma, pero por lo que se sabe de Salinger, éste era «un neurótico».
«El éxito del libro le condujo a una soberbia enfermiza. Muchas personas tienen una
soberbia basal –creerse más de lo que son–, pero en el caso de Salinger, era una soberbia enfermiza, con un amor desordenado a sí mismo».
El escritor estadounidense vivía a merced de sus filias y sus fobias, que agudizaron su desequilibrio y su carácter adusto y huraño, señala Rojas. No debió ser fácil la convivencia con él, como atestiguan las mujeres que pasaron por su vida, o el demoledor testimonio de su hija Margaret, autora del libro El guardián de los sueños, en el que el mito del hombre que se aisló del mundo después del éxito perdió todo su
encanto.
Adiós a la inocencia
Jerome David Salinger era un desequilibrado. Pero nadie le discute la genialidad literaria.
Cándido Pérez-Gallego, profesor emérito de la facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, ha enseñado literatura norteamericana durante más de veinte años a varias generaciones de estudiantes.
Este experto, profesor en la Universidad de Harvard y conferenciante
en el MIT de Massachusetts, considera El guardián entre el centeno «una auténtica joya». «Cuando publica esta novela, Salinger rompe con la literatura que se escribía en EEUU en los años 50, y se coloca en la cima», asegura.
Para Pérez-Gallego es «el gran libro sobre la pérdida de la inocencia y de cómo los jóvenes alcanzan la experiencia. Y a ésta sólo se llega sufriendo». Para este experto, en las páginas que escribió Salinger están las grandes preguntas sobre la vida y el amor, expresadas con un lenguaje cotidiano.
«Quizá la explicación de este éxito está en la gran cuestión: ¿Quién nos ayuda a vivir? Ese héroe solitario que es Holden Caulfield, que se sale de los parámetros de la literatura oficial de la época, busca quien le ayude a vivir. No encuentra ese apoyo en sus padres; todo es búsqueda, asaltos del recuerdo del hermano muerto y obsesión por proteger a su hermana».
Pérez-Gallego cree que «esta novela maravillosa, que puede ser tristísima y divertida, rebosante de talento, causa mucho efecto en pocas palabras». Lo que él llama la «droga Salinger».
Emily Dickinson, otra reclusa voluntaria
Buena parte de la fama de Salinger viene de su condición de recluso voluntario. El escritor se aisló del mundo de manera pertinaz.
En la literatura estadounidense existe otro caso similar, también de una personalidad extremadamente compleja, el de la poetisa Emily Dickinson (1830-1886). Jorge Luis Borges escribió: «No hay, que yo sepa, una vida
más apasionada y más solitaria que la de esta mujer. Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo y temerlo».
Dickinson, que comparte laureles fundacionales literarios con Poe, Emerson y Walt Whitman, sólo publicó seis poemas en vida. A los 30 años decidió recluirse en su casa de Amhers y vestirse de blanco. No volvió a salir. Ahí se fraguó una de las obras poeticas más sólidas de toda la literatura.
Rebelde y culta, su encierro, no obstante, no la aisló del mundo. La poetisa mantuvo una intensa actividad epistolar, incluso un amor platónico con un viudo, con el que intercambió unas cartas tan asombrosas como su poesía.
Lumen ha publicado esas misivas recientemente, desbordantes de la misma poética que sus versos. Tras su muerte se descubrieron 1.775 poemas. A saber lo que habrá dejado escrito Salinger para sí mismo.
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Jerome David Salinger
Adiós a J. D. Salinger (Traigo este artículo por su excelsa descripción de la adolescencia ante los ojos de Salinger).
Tengo una foto suya, que recorté de una revista y que luego encuadré para, finalmente, ponerla sobre uno de los estantes de mi biblioteca. Ahí, recostada sobre lomos de libros, acompaña los retratos de algunos de los dioses tutelares que han ido marcando mi vida de lector: Canetti, Pavese, Lichtenberg, Mark Twain, entre otros.
Yo creo que él mismo, con todo y su misantropía, no habría desdeñado estar rodeado de semejante compañía. La foto es en blanco y negro. Lleva un suéter debajo de la americana. Lo que más me impresiona son las arrugas de su frente, los ojos desorbitados por la ira, y las cejas totalmente blancas. Parece que fue tomada a la salida de un supermercado, mientras él empujaba su carrito de las compras.
De pronto le sale al paso un fotógrafo y le dispara el flashazo. En la foto vemos su rostro descompuesto, como un animal acorralado que reacciona instintivamente,
enfurecido porque un miserable paparazo ha venido a allanar, a ensuciar su anonimato mantenido con tanto celo durante más de cinco décadas.
Tiene el brazo levantado a la altura del hombro, el puño cerrado, listo para lanzarlo a la cámara abusiva o al rostro del ladrón de su intimidad. El fotógrafo, luego de conseguir su botín, seguramente ha de haber salido disparado, perseguido por las amenazas y los insultos de este anciano recalcitrante. La foto, al fin y al cabo, es un tesoro gráfico, pues es una de las poquísimas que conocemos de él a lo largo de varias décadas, desde que decidiera alejarse de la vida mundana y del trato con sus semejantes.
Enclaustrado en su casa de campo, en Cornish, luchó más de la mitad de su vida contra su inmensa celebridad hasta su muerte, hace pocos días.
Hay escritores que se sienten como peces en el agua haciendo vida social, tanto que no pueden vivir sin las tablas, los reflectores, las entrevistas, las conferencias y, sobre todo, sin los halagos. Hay otros, que actúan de manera totalmente opuesta, odian el protagonismo, odian las mundanidades, nadie los ha visto deambular en los círculos literarios, ni en los platós de televisión, ni en los estudios de radio; no conceden entrevistas ni permiten que los fotografíen; no existen fuera de sus libros.
Los primeros, por supuesto, son la inmensa mayoría; los últimos, son rarísimos. Recordemos, por ejemplo a B. Traven, que vivió refundido en el sur de México hasta el fin de sus días; sus novelas circulaban y se vendían muy bien en todo el mundo,
pero de él no se sabía prácticamente nada, y lo que se sabía era pura especulación.
De Thomas Pynchon, autor del revolucionario Arcoíris de la gravedad, sólo se conoce una foto, que muestra a un Pynchon dientudo, casi adolescente. En Francia, a lo largo del siglo veinte, hubo algunos ermitas extraordinarios, que hoy, en la era de la globalización e hipermercantilización de la cultura, resultaría impensable que pudiesen existir. Pienso en Henri Michaux, en Maurice Blanchot, en Julien Graq, en Samuel Beckett, quienes fueron radicales en ese aspecto.
Cioran, otro bípedo de la misma especie, sólo concedió unas pocas entrevistas en su vida, y todas eran publicadas en revista extranjeras que circulaban fuera de Francia y de la lengua francesa. Georges Hyvernaud, “el más ligero de los grandes escritores franceses”, como lo llamó lúcidamente un crítico, es un caso ejemplar de aislamiento, pues, hasta hoy, su nombre no existe en los manuales de literatura
francesa, solamente en la curiosidad de ciertos lectores insatisfechos, ésos que buscan más allá del gusto que impone el canon literario del momento.
Pero, en mi opinión, el caso más radical de estos autores que han rechazado la fama y el contacto con los lectores, ha sido el enclaustrado de New Hampshire, quien pronto hubiera cumplido seis décadas de vivir recluido en el noreste de Estados Unidos, atrincherado contra los críticos, los aficionados, los curiosos, los biógrafos y esas hienas, cuya carroña es la vida privada de las celebridades que son los paparazzi.
El cazador solitario
Este personaje, conocido en el mundo literario como J. D. Salinger, fue el autor de algunos libros que marcaron, por su vitalismo exacerbado y su originalidad, la literatura del siglo veinte, sobre todo, la el archiconocida novela The Catcher in the Rye, traducida al español como El Guardián entre el Centeno
(1951), cuyo protagonista, Holden Caulfierld, es un adolescente de dieciséis años que, a causa de un desbalance entre su experiencia vital y su madurez intelectual, se convierte prematuramente en un escéptico y padece a flor de piel el mal de vivir.
Al igual que en el rock and roll, la juventud de los años cincuenta descubrió en este libro un personaje y, sobre todo, un lenguaje con los que podía identificarse plenamente. Es por esta época cuando en la jerga sociológica y psicológica se acuña el concepto de “conflicto de generaciones”; la juventud ya no ve con ojos respetuosos y obedientes el mundo de sus mayores; desconfía de éste, y empieza a
elaborar y asumir sus propias conductas sociales, sus gustos, sus mitologías, y en especial (es aquí donde se encuentra el gran hallazgo de Salinger), su propio lenguaje.
A partir de entonces, se han publicado decenas de millones de ejemplares de esta novela, y las ediciones se suceden todavía hoy en todas las lenguas modernas.
El hombre que describía de una manera tan viva la personalidad de un adolescente, y lo hacía expresarse con un lenguaje propio de su edad, tenía, sin embargo, al publicarse el libro, cuarenta años. Esa proeza era, por lo tanto, producto del oficio de un virtuoso manipulador de la lengua, tanto como una demostración de maestría en el manejo de las más modernas técnicas narrativas. No se trataba, pues,
de un fenómeno de precocidad literaria, sino de una consecuencia, el resultado de una búsqueda; la búsqueda de un lenguaje personal.
Esta evolución había comenzado entre las páginas de la famosa revista New Yorker, en donde Salinger publicó durante décadas las pequeñas obras maestras que, más tarde formarían el volumen Nueve cuentos.
Ahí, en todas estas narraciones, estaba, ya en gestación, el cuerpo literario que luego se desarrollaría en su narrativa extensa. Viéndola en su conjunto, su obra podría tomarse como variaciones sobre algunas ideas recurrentes en el imaginario del autor, pues, desde esos cuentos primerizos hasta sus últimas novelas Salinger dotará a sus personajes con rasgos psicológicos y circunstancias vitales y anecdóticas muy similares; tanto es así que el lector tiene la impresión de que el
autor estuviera recurriendo una y otra vez a su propia biografía.
Novelas de iniciación
Algo que no deja de sorprender es que, hasta el día de hoy, los adolescentes de todo el mundo sigan leyendo El Guardián entre el Centeno con una pasión semejante a la que experimentaron sus padres, y hasta sus propios abuelos. La novela ha superado tres generaciones sin envejecer. Esto lo he podido comprobar en clase, con mis alumnos de literatura, adolescentes de ambos sexos.
Desde que empiezan a leer la novela, quedan tan deslumbrados que no se detienen sino hasta la última página. Y eso que la personalidad del protagonista no es tan simpática que digamos; en realidad, resulta todo lo contrario, Holden Caulfield es un auténtico latoso: criticón, extremista, egocéntrico, inestable, depresivo y bastante neurótico; pero al mismo tiempo es lúcido, tierno, inteligente, mordaz y con mucho sentido del humor.
Supongo que estos rasgos de su personalidad, a menudo tan extremos, vuelven creíble, verosímil, el personaje a los ojos de sus jóvenes lectores, y eso termina por seducirlos completamente.
En castellano existe una novela que, por su maestría, podría comprarse a El Guardián entre el Centeno; es De Perfil, del mexicano José Agustín. Resulta evidente la influencia que tuvo Salinger no sólo sobre Agustín, sino también sobre toda esa generación de jóvenes narradores mexicanos de mediados de los años sesenta del
siglo XX, que se conoce como Literatura de la Onda. Ambas novelas tienen varios puntos en común; pero sobre todo, ambas son dos obras maestras, cada cual en su lengua, dentro de esa sub-rama de la novela, a menudo vista con cierto desdén por la crítica académica, llamada “Literatura de Iniciación”, o bien “Literatura de Aprendizaje”, es decir de aprendizaje de vida, donde los personajes principales son
jóvenes que realizan su inserción social y vital por medio de una serie
de experiencias y situaciones. En francés hay no pocas obras, ya canónicas en este aspecto; podrían citarse como ejemplo, La Educación sentimental, de Flaubert, El Gran Maulnes, de Alain Fournier, o La Consagración de la Primavera, de Claude Simon; en alemán, Las tribulaciones del joven Törless, de Roibert Musil. En castellano la lista es pobre, y las obras tampoco llegan a alcanzar un nivel similar al de De Perfil.
A partir de los años sesenta, Salinger decidió cortar radicalmente con su entorno y enclaustrarse en su casa de campo. A partir de entonces no volvió a publicar nada. Lo cual no significa que hubiera dejado de escribir. En un controvertido libro escrito por su hija, ésta afirma que Salinger continuó produciendo. Esperemos que ahora, cuando ya Salinger está totalmente liberado del trato con sus semejantes, cuando ya no lo persiguen fotógrafos abusivos, ni biógrafos oportunistas, ni fanáticos enardecidos, se descubran algunas joyas másentre los papeles íntimos de este solitario airado que, con el tiempo, se fue confundiendo con sus personajes complicados y sufrientes, hasta convertirse en otra anécdota más de su propia obra.
¿Y si antes de morir hubiera decidido quemar todos sus manuscritos inéditos?
Sería como despedirse a su manera, como decirnos adiós en un estilo muy suyo.
Tengo una foto suya, que recorté de una revista y que luego encuadré para, finalmente, ponerla sobre uno de los estantes de mi biblioteca. Ahí, recostada sobre lomos de libros, acompaña los retratos de algunos de los dioses tutelares que han ido marcando mi vida de lector: Canetti, Pavese, Lichtenberg, Mark Twain, entre otros.
Yo creo que él mismo, con todo y su misantropía, no habría desdeñado estar rodeado de semejante compañía. La foto es en blanco y negro. Lleva un suéter debajo de la americana. Lo que más me impresiona son las arrugas de su frente, los ojos desorbitados por la ira, y las cejas totalmente blancas. Parece que fue tomada a la salida de un supermercado, mientras él empujaba su carrito de las compras.
De pronto le sale al paso un fotógrafo y le dispara el flashazo. En la foto vemos su rostro descompuesto, como un animal acorralado que reacciona instintivamente,
enfurecido porque un miserable paparazo ha venido a allanar, a ensuciar su anonimato mantenido con tanto celo durante más de cinco décadas.
Tiene el brazo levantado a la altura del hombro, el puño cerrado, listo para lanzarlo a la cámara abusiva o al rostro del ladrón de su intimidad. El fotógrafo, luego de conseguir su botín, seguramente ha de haber salido disparado, perseguido por las amenazas y los insultos de este anciano recalcitrante. La foto, al fin y al cabo, es un tesoro gráfico, pues es una de las poquísimas que conocemos de él a lo largo de varias décadas, desde que decidiera alejarse de la vida mundana y del trato con sus semejantes.
Enclaustrado en su casa de campo, en Cornish, luchó más de la mitad de su vida contra su inmensa celebridad hasta su muerte, hace pocos días.
Hay escritores que se sienten como peces en el agua haciendo vida social, tanto que no pueden vivir sin las tablas, los reflectores, las entrevistas, las conferencias y, sobre todo, sin los halagos. Hay otros, que actúan de manera totalmente opuesta, odian el protagonismo, odian las mundanidades, nadie los ha visto deambular en los círculos literarios, ni en los platós de televisión, ni en los estudios de radio; no conceden entrevistas ni permiten que los fotografíen; no existen fuera de sus libros.
Los primeros, por supuesto, son la inmensa mayoría; los últimos, son rarísimos. Recordemos, por ejemplo a B. Traven, que vivió refundido en el sur de México hasta el fin de sus días; sus novelas circulaban y se vendían muy bien en todo el mundo,
pero de él no se sabía prácticamente nada, y lo que se sabía era pura especulación.
De Thomas Pynchon, autor del revolucionario Arcoíris de la gravedad, sólo se conoce una foto, que muestra a un Pynchon dientudo, casi adolescente. En Francia, a lo largo del siglo veinte, hubo algunos ermitas extraordinarios, que hoy, en la era de la globalización e hipermercantilización de la cultura, resultaría impensable que pudiesen existir. Pienso en Henri Michaux, en Maurice Blanchot, en Julien Graq, en Samuel Beckett, quienes fueron radicales en ese aspecto.
Cioran, otro bípedo de la misma especie, sólo concedió unas pocas entrevistas en su vida, y todas eran publicadas en revista extranjeras que circulaban fuera de Francia y de la lengua francesa. Georges Hyvernaud, “el más ligero de los grandes escritores franceses”, como lo llamó lúcidamente un crítico, es un caso ejemplar de aislamiento, pues, hasta hoy, su nombre no existe en los manuales de literatura
francesa, solamente en la curiosidad de ciertos lectores insatisfechos, ésos que buscan más allá del gusto que impone el canon literario del momento.
Pero, en mi opinión, el caso más radical de estos autores que han rechazado la fama y el contacto con los lectores, ha sido el enclaustrado de New Hampshire, quien pronto hubiera cumplido seis décadas de vivir recluido en el noreste de Estados Unidos, atrincherado contra los críticos, los aficionados, los curiosos, los biógrafos y esas hienas, cuya carroña es la vida privada de las celebridades que son los paparazzi.
El cazador solitario
Este personaje, conocido en el mundo literario como J. D. Salinger, fue el autor de algunos libros que marcaron, por su vitalismo exacerbado y su originalidad, la literatura del siglo veinte, sobre todo, la el archiconocida novela The Catcher in the Rye, traducida al español como El Guardián entre el Centeno
(1951), cuyo protagonista, Holden Caulfierld, es un adolescente de dieciséis años que, a causa de un desbalance entre su experiencia vital y su madurez intelectual, se convierte prematuramente en un escéptico y padece a flor de piel el mal de vivir.
Al igual que en el rock and roll, la juventud de los años cincuenta descubrió en este libro un personaje y, sobre todo, un lenguaje con los que podía identificarse plenamente. Es por esta época cuando en la jerga sociológica y psicológica se acuña el concepto de “conflicto de generaciones”; la juventud ya no ve con ojos respetuosos y obedientes el mundo de sus mayores; desconfía de éste, y empieza a
elaborar y asumir sus propias conductas sociales, sus gustos, sus mitologías, y en especial (es aquí donde se encuentra el gran hallazgo de Salinger), su propio lenguaje.
A partir de entonces, se han publicado decenas de millones de ejemplares de esta novela, y las ediciones se suceden todavía hoy en todas las lenguas modernas.
El hombre que describía de una manera tan viva la personalidad de un adolescente, y lo hacía expresarse con un lenguaje propio de su edad, tenía, sin embargo, al publicarse el libro, cuarenta años. Esa proeza era, por lo tanto, producto del oficio de un virtuoso manipulador de la lengua, tanto como una demostración de maestría en el manejo de las más modernas técnicas narrativas. No se trataba, pues,
de un fenómeno de precocidad literaria, sino de una consecuencia, el resultado de una búsqueda; la búsqueda de un lenguaje personal.
Esta evolución había comenzado entre las páginas de la famosa revista New Yorker, en donde Salinger publicó durante décadas las pequeñas obras maestras que, más tarde formarían el volumen Nueve cuentos.
Ahí, en todas estas narraciones, estaba, ya en gestación, el cuerpo literario que luego se desarrollaría en su narrativa extensa. Viéndola en su conjunto, su obra podría tomarse como variaciones sobre algunas ideas recurrentes en el imaginario del autor, pues, desde esos cuentos primerizos hasta sus últimas novelas Salinger dotará a sus personajes con rasgos psicológicos y circunstancias vitales y anecdóticas muy similares; tanto es así que el lector tiene la impresión de que el
autor estuviera recurriendo una y otra vez a su propia biografía.
Novelas de iniciación
Algo que no deja de sorprender es que, hasta el día de hoy, los adolescentes de todo el mundo sigan leyendo El Guardián entre el Centeno con una pasión semejante a la que experimentaron sus padres, y hasta sus propios abuelos. La novela ha superado tres generaciones sin envejecer. Esto lo he podido comprobar en clase, con mis alumnos de literatura, adolescentes de ambos sexos.
Desde que empiezan a leer la novela, quedan tan deslumbrados que no se detienen sino hasta la última página. Y eso que la personalidad del protagonista no es tan simpática que digamos; en realidad, resulta todo lo contrario, Holden Caulfield es un auténtico latoso: criticón, extremista, egocéntrico, inestable, depresivo y bastante neurótico; pero al mismo tiempo es lúcido, tierno, inteligente, mordaz y con mucho sentido del humor.
Supongo que estos rasgos de su personalidad, a menudo tan extremos, vuelven creíble, verosímil, el personaje a los ojos de sus jóvenes lectores, y eso termina por seducirlos completamente.
En castellano existe una novela que, por su maestría, podría comprarse a El Guardián entre el Centeno; es De Perfil, del mexicano José Agustín. Resulta evidente la influencia que tuvo Salinger no sólo sobre Agustín, sino también sobre toda esa generación de jóvenes narradores mexicanos de mediados de los años sesenta del
siglo XX, que se conoce como Literatura de la Onda. Ambas novelas tienen varios puntos en común; pero sobre todo, ambas son dos obras maestras, cada cual en su lengua, dentro de esa sub-rama de la novela, a menudo vista con cierto desdén por la crítica académica, llamada “Literatura de Iniciación”, o bien “Literatura de Aprendizaje”, es decir de aprendizaje de vida, donde los personajes principales son
jóvenes que realizan su inserción social y vital por medio de una serie
de experiencias y situaciones. En francés hay no pocas obras, ya canónicas en este aspecto; podrían citarse como ejemplo, La Educación sentimental, de Flaubert, El Gran Maulnes, de Alain Fournier, o La Consagración de la Primavera, de Claude Simon; en alemán, Las tribulaciones del joven Törless, de Roibert Musil. En castellano la lista es pobre, y las obras tampoco llegan a alcanzar un nivel similar al de De Perfil.
A partir de los años sesenta, Salinger decidió cortar radicalmente con su entorno y enclaustrarse en su casa de campo. A partir de entonces no volvió a publicar nada. Lo cual no significa que hubiera dejado de escribir. En un controvertido libro escrito por su hija, ésta afirma que Salinger continuó produciendo. Esperemos que ahora, cuando ya Salinger está totalmente liberado del trato con sus semejantes, cuando ya no lo persiguen fotógrafos abusivos, ni biógrafos oportunistas, ni fanáticos enardecidos, se descubran algunas joyas másentre los papeles íntimos de este solitario airado que, con el tiempo, se fue confundiendo con sus personajes complicados y sufrientes, hasta convertirse en otra anécdota más de su propia obra.
¿Y si antes de morir hubiera decidido quemar todos sus manuscritos inéditos?
Sería como despedirse a su manera, como decirnos adiós en un estilo muy suyo.
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Jerome David Salinger
Cartas de Salinger revelan datos sobre su vida
Se trata de 11 cartas que escribió Salinger a un amigo, en donde relata cómo disfrutó el reconocimiento por su obra y su estilo de vida durante su "retiro".
Nueva York. Unas cartas del escritor norteamericano J.D Salinger revelan datos sobre este autor fallecido hace dos semanas y una las personalidades menos conocidas de las letras estadounidenses, informa hoy la prensa local.
Se trata de 11 cartas que el autor de "El guardián entre el centeno" escribió entre 1951 y 1993 a su amigo Michael Mitchell y que serán expuestas en Nueva York.
Arrojan luz sobre el escritor, que durante medio siglo vivió apartado en su casa Nueva Inglaterra y trabajó de activamente, sin dar a conocer sus escritos. Salinger, considerado uno de los mayores talentos literarios del siglo XX, falleció el 29 de enero pasado a los 91 años.
Mitchell dejó las misivas al colecionista Carter Burden, quien a su vez las legó a la Morgan Library. En ellas, Salinger relata cómo al principio disfrutó el reconocimiento que le aportó su novela de culto, lo que le permitió, entre otros, una cena privada con Laurence Olivier y Vivian Leigh en Londres.
Después de su huida a la soledad en New Hampshire, acudía -según las cartas- a menudo a Nueva York, la ciudad de su héroe de la novela Holden Caulfield.
Allí se reunía con amigos, degustaba comida china preferentemente y pasaba horas en librerías o acudía a algún espectáculo de Broadway.
Su entusiasmo por la metrópolis fue decayendo con los años y al final sólo estaba fascinado con el "submundo" de Nueva York. A Salinger le encantaba el metro, tal como reconoció en una carta a Mitchell.
El "New York Times" informaba hoy de las cartas que ahora se podrán ver y leer en la Morgan Library, un pequeño museo en Manhattan.
Desde su "retiro" siguió con gran interés la evolución de la cultura pop y la política, según el "New York Times".
En vida, Salinger peleó hasta las máximas instancias judiciales para impedir que sus escritos llegasen al público. Y no obstante, hasta los años 80, o incluso más tarde, se levantaba a las seis de la mañana, se sentaba en su escritorio y trabajaba, según contaba a su amigo Mitchell en las cartas.
Las descripciones de su vida diaria alientan a los fans de Salinger porque podría haber dejado escritas más novelas, que no publicó por temor a las posibles críticas.
En una carta de 1966 habla de "dos guiones, realmente libros, que desde hace años
llevo conmigo y trabajo (en ellos)".
Se trata de 11 cartas que escribió Salinger a un amigo, en donde relata cómo disfrutó el reconocimiento por su obra y su estilo de vida durante su "retiro".
Nueva York. Unas cartas del escritor norteamericano J.D Salinger revelan datos sobre este autor fallecido hace dos semanas y una las personalidades menos conocidas de las letras estadounidenses, informa hoy la prensa local.
Se trata de 11 cartas que el autor de "El guardián entre el centeno" escribió entre 1951 y 1993 a su amigo Michael Mitchell y que serán expuestas en Nueva York.
Arrojan luz sobre el escritor, que durante medio siglo vivió apartado en su casa Nueva Inglaterra y trabajó de activamente, sin dar a conocer sus escritos. Salinger, considerado uno de los mayores talentos literarios del siglo XX, falleció el 29 de enero pasado a los 91 años.
Mitchell dejó las misivas al colecionista Carter Burden, quien a su vez las legó a la Morgan Library. En ellas, Salinger relata cómo al principio disfrutó el reconocimiento que le aportó su novela de culto, lo que le permitió, entre otros, una cena privada con Laurence Olivier y Vivian Leigh en Londres.
Después de su huida a la soledad en New Hampshire, acudía -según las cartas- a menudo a Nueva York, la ciudad de su héroe de la novela Holden Caulfield.
Allí se reunía con amigos, degustaba comida china preferentemente y pasaba horas en librerías o acudía a algún espectáculo de Broadway.
Su entusiasmo por la metrópolis fue decayendo con los años y al final sólo estaba fascinado con el "submundo" de Nueva York. A Salinger le encantaba el metro, tal como reconoció en una carta a Mitchell.
El "New York Times" informaba hoy de las cartas que ahora se podrán ver y leer en la Morgan Library, un pequeño museo en Manhattan.
Desde su "retiro" siguió con gran interés la evolución de la cultura pop y la política, según el "New York Times".
En vida, Salinger peleó hasta las máximas instancias judiciales para impedir que sus escritos llegasen al público. Y no obstante, hasta los años 80, o incluso más tarde, se levantaba a las seis de la mañana, se sentaba en su escritorio y trabajaba, según contaba a su amigo Mitchell en las cartas.
Las descripciones de su vida diaria alientan a los fans de Salinger porque podría haber dejado escritas más novelas, que no publicó por temor a las posibles críticas.
En una carta de 1966 habla de "dos guiones, realmente libros, que desde hace años
llevo conmigo y trabajo (en ellos)".
Ety- Cantidad de envíos : 5484
Localización : México, D.F.
Fecha de inscripción : 18/02/2008
Re: Jerome David Salinger
Interesante, Ety, abrazos,
Damablanca.
Damablanca.
Damablanca- Cantidad de envíos : 5190
Localización : España
Fecha de inscripción : 18/02/2008
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