WikiLeaks, otra forma de literatura
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WikiLeaks, otra forma de literatura
Wikileaks, literatura dispersa
A medida que vamos conociendo los informes gubernamentales que
Wikileaks pone a disposición del público, uno tiene la sensación de que
emerge una gran literatura de nuestra época
Se trata de una literatura dispersa y de corte realista que, más que revelarnos grandes verdades ocultas, nos ilustra de manera minuciosa sobre muchas de las cosas que ya se sabían, se intuían o se daban por sentadas.
De hecho, gran cantidad de información de la que ha reunido y filtra Julian Assange linda con lo obvio y su interés sólo reside en la forma en que ha sido escrita por
sus autores. No es casual que un número importante de diplomáticos tenga vocación literaria y que esta profesión haya dado importantes voces de las letras mundiales, incluidos algunos Nobel.
Si se leen como un secreto que ha dejado de serlo, los papeles del Departamento de
Estado tienen interés, pero resultan mucho más apasionantes si nos acercamos a ellos como una forma de ficción construida a partir de materiales más o menos reales.O tan reales como pueda ser una charla entre un diplomático extranjero y alguien con un cargo relevante.
Tomemos, por ejemplo, el retrato que el embajador estadounidense Eduardo Aguirre hizo del ministro de Fomento en enero del 2009: “Blanco tiene una indefectible idiosincrasia particular: no mira a los ojos de sus interlocutores cuando estrecha la mano. Más aún: tiene famade ser muy rudo en temas políticos, algo con lo que aparentemente disfruta”.
El mismo embajador describió del siguiente modo al presidente español: “Zapatero es un político astuto con una asombrosa habilidad, como un felino en la jungla, para oler las oportunidades o el peligro. Es peligroso minusvalorarle, como muchos de sus enemigos pudieron comprobar demasiado tarde”.
Obsérvese que el autor gusta de recrearse en los detalles y en la metáfora para expresar la cualidad sobresaliente de la figura descrita. Diríase que el Blanco o el
Zapatero que dibuja el embajador Aguirre son personajes mucho más atractivos que los dirigentes de carne y hueso.
Lo verosímil desplaza a lo verdadero porque ya estamos de lleno en el reino de la literatura, a pesar de que estos escritos son, nada más y nada menos, material
confidencial o secreto para uso y consumo de políticos y funcionarios del Gobierno de Estados Unidos. La verdad del diplomático es aquí, en esencia, como la verdad del novelista.
Me he convencido del primado literario de Wikileaks al leer El caso Moro, deslumbrante y ya clásica obra de Leonardo Sciascia sobre el secuestro y asesinato del dirigente democristiano Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas, reeditada ahora oportunamente en español por Tusquets.
“Cuando la verdad, abandonada a la literatura –escribe Sciascia sobre el drama italiano de finales de los setenta–, se hizo patente en la vida cotidiana con toda su trágica crudeza y ya fue imposible ignorarla o disimularla, pareció engendrada por la
literatura”.
De ahí que el incesante caudal de Wikileaks acabe pareciendo, por un efecto de saturación, una realidad otra que se produce y reproduce al lado, por debajo y por encima de la realidad real.
Los familiares del reportero José Couso, muerto por los disparos de un carro de combate norteamericano en Bagdad, son de los pocos que tratan de atravesar el frágil pasadizo entre una y otra realidad, mientras las autoridades españolas actúan y hablan como si la literatura de Wikileaks fuera, ciertamente, eso: un mero producto de la
imaginación, sin vínculo alguno con lo sucedido, sin relación alguna con los hechos.
Estas autoridades intuyen o recuerdan, tal vez, que los situacionistas tenían razón al proclamar que “lo verdadero es un momento de lo falso”. Les podría apoyar Sciascia, de no haber muerto en 1989, con la siguiente reflexión a propósito del crimen contra Moro:
“La impresión de que es, por así decirlo, un caso literario se debe sobre todo a esa fuga o abstracción de la realidad, a ese paso de los hechos –en el momento de ocurrir y aún más al contemplarlos luego en conjunto– a una dimensión imaginativa o fantástica de impecable coherencia lógica, de la que resulta una constante ambigüedad: tanta perfección no puede darse más que en la imaginación, en la fantasía, no en la realidad”.
Por todo ello, los que creen en un mundo movido mecánicamente por conspiraciones perfectamente trazadas con tiralíneas sienten que Wikileaks vigoriza su fe, aunque la lectura atenta de estos miles de cables indique más bien todo lo contrario: la pasta que genera el cruce de intereses, voluntades, equilibrios, caos y azares lo es todo menos un magma conspirativo.
Hay –seamos adultos por un segundo– más incompetentes que malvados hijos de Fu Manchú. No obstante, la historia del diente que Assange asegura le robaron en la prisión de Wandsworth es perfecta para que los creyentes no tengan un brote de higiénico y racional escepticismo. En el detalle está la verdad del relato y nada
debe romper la magia.
Siguiendo esta línea, el fundador de Wikileaks es, en estos momentos, un personaje literario más que una persona real, lo cual ya deben haber olfateado los más brillantes y rápidos guionistas de Hollywood. Los que le han entrevistado explican que
Assange interpreta fielmente al aclamado Assange justiciero y luchador cuando responde las preguntas de los periodistas. Su puesta en escena es tan descuidadamente planificada, tan cool, que la futura película basada en sus peripecias no podrá ser de otro género que el falso documental.
Acaso sirvan también los dibujos animados. Para darle la vuelta al calcetín de la verdad sin que se note ni se vea el agujero de la impostura.
A medida que vamos conociendo los informes gubernamentales que
Wikileaks pone a disposición del público, uno tiene la sensación de que
emerge una gran literatura de nuestra época
Se trata de una literatura dispersa y de corte realista que, más que revelarnos grandes verdades ocultas, nos ilustra de manera minuciosa sobre muchas de las cosas que ya se sabían, se intuían o se daban por sentadas.
De hecho, gran cantidad de información de la que ha reunido y filtra Julian Assange linda con lo obvio y su interés sólo reside en la forma en que ha sido escrita por
sus autores. No es casual que un número importante de diplomáticos tenga vocación literaria y que esta profesión haya dado importantes voces de las letras mundiales, incluidos algunos Nobel.
Si se leen como un secreto que ha dejado de serlo, los papeles del Departamento de
Estado tienen interés, pero resultan mucho más apasionantes si nos acercamos a ellos como una forma de ficción construida a partir de materiales más o menos reales.O tan reales como pueda ser una charla entre un diplomático extranjero y alguien con un cargo relevante.
Tomemos, por ejemplo, el retrato que el embajador estadounidense Eduardo Aguirre hizo del ministro de Fomento en enero del 2009: “Blanco tiene una indefectible idiosincrasia particular: no mira a los ojos de sus interlocutores cuando estrecha la mano. Más aún: tiene famade ser muy rudo en temas políticos, algo con lo que aparentemente disfruta”.
El mismo embajador describió del siguiente modo al presidente español: “Zapatero es un político astuto con una asombrosa habilidad, como un felino en la jungla, para oler las oportunidades o el peligro. Es peligroso minusvalorarle, como muchos de sus enemigos pudieron comprobar demasiado tarde”.
Obsérvese que el autor gusta de recrearse en los detalles y en la metáfora para expresar la cualidad sobresaliente de la figura descrita. Diríase que el Blanco o el
Zapatero que dibuja el embajador Aguirre son personajes mucho más atractivos que los dirigentes de carne y hueso.
Lo verosímil desplaza a lo verdadero porque ya estamos de lleno en el reino de la literatura, a pesar de que estos escritos son, nada más y nada menos, material
confidencial o secreto para uso y consumo de políticos y funcionarios del Gobierno de Estados Unidos. La verdad del diplomático es aquí, en esencia, como la verdad del novelista.
Me he convencido del primado literario de Wikileaks al leer El caso Moro, deslumbrante y ya clásica obra de Leonardo Sciascia sobre el secuestro y asesinato del dirigente democristiano Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas, reeditada ahora oportunamente en español por Tusquets.
“Cuando la verdad, abandonada a la literatura –escribe Sciascia sobre el drama italiano de finales de los setenta–, se hizo patente en la vida cotidiana con toda su trágica crudeza y ya fue imposible ignorarla o disimularla, pareció engendrada por la
literatura”.
De ahí que el incesante caudal de Wikileaks acabe pareciendo, por un efecto de saturación, una realidad otra que se produce y reproduce al lado, por debajo y por encima de la realidad real.
Los familiares del reportero José Couso, muerto por los disparos de un carro de combate norteamericano en Bagdad, son de los pocos que tratan de atravesar el frágil pasadizo entre una y otra realidad, mientras las autoridades españolas actúan y hablan como si la literatura de Wikileaks fuera, ciertamente, eso: un mero producto de la
imaginación, sin vínculo alguno con lo sucedido, sin relación alguna con los hechos.
Estas autoridades intuyen o recuerdan, tal vez, que los situacionistas tenían razón al proclamar que “lo verdadero es un momento de lo falso”. Les podría apoyar Sciascia, de no haber muerto en 1989, con la siguiente reflexión a propósito del crimen contra Moro:
“La impresión de que es, por así decirlo, un caso literario se debe sobre todo a esa fuga o abstracción de la realidad, a ese paso de los hechos –en el momento de ocurrir y aún más al contemplarlos luego en conjunto– a una dimensión imaginativa o fantástica de impecable coherencia lógica, de la que resulta una constante ambigüedad: tanta perfección no puede darse más que en la imaginación, en la fantasía, no en la realidad”.
Por todo ello, los que creen en un mundo movido mecánicamente por conspiraciones perfectamente trazadas con tiralíneas sienten que Wikileaks vigoriza su fe, aunque la lectura atenta de estos miles de cables indique más bien todo lo contrario: la pasta que genera el cruce de intereses, voluntades, equilibrios, caos y azares lo es todo menos un magma conspirativo.
Hay –seamos adultos por un segundo– más incompetentes que malvados hijos de Fu Manchú. No obstante, la historia del diente que Assange asegura le robaron en la prisión de Wandsworth es perfecta para que los creyentes no tengan un brote de higiénico y racional escepticismo. En el detalle está la verdad del relato y nada
debe romper la magia.
Siguiendo esta línea, el fundador de Wikileaks es, en estos momentos, un personaje literario más que una persona real, lo cual ya deben haber olfateado los más brillantes y rápidos guionistas de Hollywood. Los que le han entrevistado explican que
Assange interpreta fielmente al aclamado Assange justiciero y luchador cuando responde las preguntas de los periodistas. Su puesta en escena es tan descuidadamente planificada, tan cool, que la futura película basada en sus peripecias no podrá ser de otro género que el falso documental.
Acaso sirvan también los dibujos animados. Para darle la vuelta al calcetín de la verdad sin que se note ni se vea el agujero de la impostura.
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