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Fantasma de mi Corazón

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Mensaje  Ety Jue Ago 28, 2008 7:25 pm

Me encontré con este artículo del nicaraguense Sergio Ramírez, se le dedico a Eduardo que espero que en algún momento se de le vuelta por estos foros.

Igualmente se lo dedico a Joan Manuel Serrat, a quien también considero un fantasma de mi corazón.

Pero básicamente es para mis amigos de este foro, que espero disfruten la magia de este texto.

Fantasma de mi corazón

Las actrices que a lo largo de la vida uno llega a adorar, me recuerdan siempre los versos de mi infaltable Rubén Darío en los que clama, extraviado en los desiertos del alma: pretextos de mis rimas, fantasmas de mi corazón, evocando a las mujeres apenas entrevistas y perdidas para siempre. Pero de todas maneras, después de mucha búsqueda, se elige por fin a uno de esos fantasmas que habrá de reinar entre las brumas del deseo, la fascinación y la memoria. El fantasma de mi corazón es Meryl Streep.
A los doce años, porque me había convertido en proyeccionista del cine al aire libre que mi tío Ángel Mercado tenía en mi pueblo natal de Masatepe, mi templo de los fantasmas era aquella caseta de tablas que surgía de la cumbrera de la vieja casa de adobes, como un palomar, desde la que vigilaba la proyección a través de las ventanillas que daban al corral donde el público se congregaba, y que se cerraban con postigos movibles clavados a un fiel para que el haz de luz de un aparato no estorbara al que lo reponía.

Viejos fantasmas sin reposo. Fantasmas como diosas. Tenían en la pantalla una belleza tan perfecta que resultaba aterradora, Rita Hayworth la más perfecta de todas, y por eso nunca dejé de tener compasión por aquella June Allyson con cara de eterna colegiala del montón. Había otras a las que podía perdonárseles no ser tan bellas, Judy Garland que se adornaba con el fasto de los escenarios henchidos de colores en que cantaba, altares de Hollywood para diosas menores. Y estaba Joan Crawford, que tenía una boca demasiado grande, pero una majestad aún más grande, y Betty Davis, de ojos demasiado saltones, que podían quedarse habitando en el olimpo, aunque no llevaran al vértigo.

Muchos años más tarde, y mucho cine de por medio, fue que hallé en mi camino a Meryl Streep. Entró en mi corazón sin tener tampoco una belleza aterradora. Y como suele suceder con los amores lunáticos, yo sabía que estaba desde siempre allí, esperando por su trono, cuando la vi asomarse detrás de Robert de Niro en El Cazador, y luego en las disputas matrimoniales de Kramer contra Kramer al lado de Dustin Hoffman, su primer Oscar. Pero el rayo vino a mí en La amante del teniente francés, con un melancólico deslumbre.

Ella era Sara, la protagonista indócil, alejándose como una llama oscura por la pasarela de aquel muelle que se adentraba en un mar de bruma, y luego se volvía a mirarte envuelta en su capa. Todo estaba en aquella mirada transgresora, la amante que se había atrevido a amenazar un compromiso matrimonial sellado bajo las reglas del riguroso orden familiar victoriano.

No era Meryl Streep como la Sara que yo imaginaba cuando años atrás leí la novela de John Fowles, y es que uno imagina siempre a las amantes clandestinas, o a las adúlteras de las novelas, como dueñas de una belleza que en sí misma ya es un pecado. Encarnadas, o descarnadas en el cine, fantasmas de papel que se convierten en temblorosos fantasmas de celuloide. Greta Garbo como Ana Karenina, Jennifer Jones como Madame Bovary, suicidas que vivieron conmigo en la caseta de proyección.

Cuando en esa escena del muelle Sara vuelve la cabeza cubierta con la caperuza, los atractivos de Meryl Streep pugnan por abrirse paso en un rostro que al súbdito alerta, sentado en la butaca al amparo de la oscuridad, le resulta alejado de las proporciones de la perfección, quizás algo largo, las mejillas levemente hundidas, talvez prominente la barbilla. Demasiado alta de talla, a lo mejor, un tanto desgarbada. Pero la suma de esas imperfecciones menores es la que dice al corazón que ese fantasma de labios exangües es de todos modos adorable, y el aura del pecado que la envuelve hace lo demás.

Aclamada por fingir los acentos de cualquier idioma, como el de la refugiada polaca Sophie Zatkowska en La decisión de Sophie, o el de la escritora danesa Isak Dinesen en Memorias de África, también es capaz de transmutarse en la vagabunda alcohólica de Tallo de hierro junto a Jack Nicholson.

Pero no se transmuta en nadie a la hora de mostrar su sencillez, que es la esencia de su seducción. Porque aún seduce cuando se la ve comparecer delante de James Lipton en el programa de entrevistas Inside the Actor’s Studio, empezando por la manera en que aparece con la taza de café humeante en la mano, y con el mejor candor dice a manera de saludo: “traje café”. Parece ser siempre la camarera que un día fue en el Hotel Somerset de Somerville, en Nueva Jersey, el estado donde nació.

Cuando es Sophie, el personaje desdichado de La decisión de Sophie, que arrastra desde el campo de concentración de Auschwitz las cadenas de su pasado de horrores no resueltos, se convierta de verdad en reina atormentada de ese trío amoroso rondado por la locura, y otra vez por la tragedia, en aquel verano de incendio en Brooklyn.

Y mejor aún para el adorador, que también ha visto pasar los años sentado en su butaca, la metamorfosis de la elegida de su corazón en Francesca Johnson, la mujer madura de Los puentes de Madison, esa ama de casa perdida en la soledad rural que entra de manera inesperada en el adulterio, ella y ese fotógrafo de puentes, encarnado por un Clint Eastwood que ha envejecido tanto, y tan bien, desde sus días de pólvora en el lejano oeste, una pareja salvada así del olvido, que es como ser salvado de la muerte.

Y el adorador se levanta de la butaca, y sabe que el fantasma de su corazón, convocado en la pantalla, ya nunca será tocado por el olvido.

Masatepe, septiembre 2004.
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Mensaje  Damablanca Vie Ago 29, 2008 12:42 am

Aquí dejo la respuesta que escribí en el foro de Serrat:

Muy bonito el artículo, Ety, ahora (que tengo un ratito para escribir tranquilamente) voy a intentar darte mi opinión (a ver si alguien más se anima) sobre eso que llama el autor "fantasma de nuestro corazón". Fíjate que se enamora no ya de la actriz, sino de los personajes que interpreta, en especial "La mujer del teniente francés". Supongo que a ti como psicóloga este tipo de "afectos fantasmales" te dirán mucho.

Supongo que la vida en sí, es tan mediocre a veces, que no nos queda más remedio que volar mentalmente, provocarnos a nosotros mismos ensoñaciones, aunque creo que eso, como todo, madura con la edad. Recuerdo un "amor platónico" que viví al principio de entrar en la universidad, que por fortuna se quedó en "amor platónico" sin más, porque el muchacho en cuestión no tenía nada que ver con la imagen que yo tenía de él. Con el tiempo me río, pues esta persona no se parece en absoluto a esa "idea" de la que yo supuestamente me enamoré, es decir, estaba proyectando sobre él mis propias expectativas y esos "espejismos" pueden provocar desilusiones posteriores. De todas formas, a veces, se acierta, aunque hay que reconocer que los sueños forjados sobre telarañas, con el tiempo se desvanecen si no existe una base realmente sólida.

Supongo que "lo sano" es saber reconocer lo que es espejismo de lo que no lo es. Puedes sentirte atraído/a por alguien, sea un actor de Hollywood o sea el vecino del tercero en virtud de lo que deseas encontrar en el otro. La ventaja de que sea el vecino del tercero es que, con un poco de suerte, puedes entablar conversación y constatar si en realidad esa persona se ajusta a tu suposición o si, por el contrario, te la has inventado. Los "fantasmas", como dice Serrat, no son nada si les quitas la sábana.

Estoy leyendo un libro muy interesante: "El viaje al amor", de Eduardo Punset. Al final, todo es "química", pero una química complicadísima en la que se enredan el carácter, las experiencias de la infancia...el grado de madurez...ufff...una química que te puede hacer la pascua o te puede hacer feliz...

En fin, Ety, gracias por el artículo y de nuevo perdón por el rollo.

Un abrazo,
Damablanca.
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Mensaje  Ety Vie Ago 29, 2008 12:47 am

Creo Dama, que hay un momento que ya no importa quien es el objeto de nuestro amor, cuando lo verdaderamente valioso es el sentimiento de sentirse enamorada. Y esto no lo logran todos los fantasmas, sólo los "especiales". Estos últimos, aunque les quitemos las sábanas, siempre nos dejan algo.

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Mensaje  Damablanca Vie Ago 29, 2008 11:01 am

Y yo respondí "Además yo creo que los cantautores no llevan sábana. Precisamente es un oficio donde la sábana no sirve para nada porque lo que se desnuda a través de las canciones y de la interpretación es el interior más interior."

Un abrazo,
Damablanca.

P.D. Por cierto, muy interesante la exposición que nos brindó Ana Yajaira acerca del amor platónico.
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Mensaje  Damablanca Vie Ago 29, 2008 7:44 pm

Respuesta a Ana Yajaira:

Oh lala!! C'est l'amour!!... Excelente exposición, Ana. Afortunadamente ya hemos traspasado esa barrera que condicionaba la comunicación no ya física, sino espiritual entre hombres y mujeres. De los principios de Platón, me quedo con esa identificación entre lo bello y lo bueno. De Sócrates, con ese principio elemental de que el amor desea el bien del otro y que "lo semejante es amigo de lo semejante".

Creo que el amor es muy parecido a la porcelana china: duro a la par que frágil. Cuídalo y te durará siempre, aséstale un golpe y lo dejarás hecho añicos. Por esa razón me deja atónita el hecho de que alguien torpedee una buena convivencia con problemas cotidianos sin importancia, metralla de bajo calibre pero que provoca día a día fisuras en la relación. Supongo que responde a una "sabiduría elemental" la capacidad de distinguir entre lo que realmente es importante y lo que no lo es. El amor (estamos hablando del amor de pareja) pertenece a un ámbito que trasciende lo tangible, al igual que otras expresiones del espíritu. Es un material delicadísimo que hay que manejar con sumo cuidado. Voy a relataros una anécdota: En la ciudad en la que vivo hay una tertulia de la que me gusta formar parte y que organiza charlas abiertas al público, generalmente vienen escritores o personajes del mundillo cultural. Una vez vino Albert Boadella, director del grupo teatral "Els Joglars", como supongo que todos sabréis. Durante la cena que siguió a la charla, nos habló de muchas cosas con la gracia que le caracteriza. Nos contó que su abuela era catalana y su abuelo aragonés, que ni ella entendía el castellano y él tampoco entendía catalán, pero que se casaron, fueron felices, tuvieron sus hijos... y yo le respondí que naturalmente, que la felicidad estriba justamente en eso, o entenderse del todo o no entenderse en absoluto, que lo malo son las entendederas "a medias"...

Pero, bromas aparte, volviendo al tema del amor platónico, o amor ideal, perteneciente al ámbito de las ideas, creo que cada cual posee en su mundo interior la plasmación de ese deseo, de hallar un complemento que se ajuste a las propias necesidades individuales. En el caso del autor del artículo que nos propone Ety, cuando habla del personaje femenino de "La mujer del teniente francés", de esa imagen brumosa, de esa expresión de la actriz...pues nos está relatando el tipo de "idea" que a él le sugiere el amor, en este caso el mundo pasional idealizado de la época del romanticismo o pos-romanticismo victoriano.

No somos ángeles, ni seres de luz, somos simples mortales de carne y hueso que "hacemos camino al andar", como dijo el poeta, pero a tientas y con palos de ciego. Todos arrastramos un carro con nuestro pasado a cuestas, aciertos y errores. Es la vida, y no es poco que los años nos hayan ido proporcionando cierta experiencia como para saber caminar por la orilla y no embarrarnos con lodos innecesarios. A veces surgen del interior esas ráfagas de luz (no me voy a poner a hablar de la "cueva de Platón") que pueden alumbrarnos durante segundos...Dice Ety que "en caso de duda, consultar a los poetas", yo me atrevo a añadir que, en caso de duda, consultar con el poeta que llevamos dentro y que puede iluminarnos, pero, estamos en este mundo, hay que tirar del carro y, con un poco de suerte, al menos tendremos la oportunidad de averiguar quiénes somos y qué buscamos.


Un abrazo, Damablanca.
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