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Mensaje  Ety Sáb Ene 08, 2011 1:17 am

Marilyn: presencia y ausencia

José Cueli

El arte de Marilyn Monroe resplandece en su vida eterna, que fue una película melancólica. En el espectro de las Sílfides un galán está próximo a casarse con su prima. La víspera se adormece y en su modorra entrevé una grácil y escultural figura que se acerca y lo
besa en los labios. Su alma se siente poseída de un amor loco. Cuando
despierta y va a tener en sus brazos a la aparecida, la bella mujer
abre las alas que cubren su espalda y desaparece ese amor que Marilyn despertó en millones de seres en el mundo.

Como rencarnación de las Sílfides, Marilyn, quien vivió con su madre, se aparecía en sueños a millones de enamorados que al verla querían correr tras ella, como se corre en la vida tras la ilusión, tras el sueño.

Esa ilusión, ese sueño que vivió Marilyn y transmitía primero individualmente y luego en lo colectivo. Así, cada vez que el galán iba a volver al amor de la prima, que era la realidad, la visión de las Sílfides vuelta Monroe, surgía ante sus ojos y recuerdos de los
galanes en la persecución de lo imposible. La Sílfides que hacía correr por el bosque, volar hacía las nubes. Hasta que el fin las manos del galán sujetaron las alas un día, sus brazos la aprisionaron y al estrecharla contra el pecho le rompió las alas y la Sílfides murió.

La melancolía de Marilyn era la ligereza, una ligereza alada, más que de ave de mariposa. Provocaba la sensación de que no pesaba, de que sus pies no llegaban a apoyarse en el suelo, de que era una aparición luminosa, un hada, una sonámbula con los ojos abiertos: mirando un cielo suyo nada más, en el que buscaba a un padre muerto o ausente, al que nunca encontró.

Los galanes, lo mismo los intelectuales, deportistas, políticos, o el hombre de la calle, pasaron por su vida uno detrás de otro como las nubes. En ellos esperó encontrar una
ternura que nunca conoció. Y que si la encontraba era confrontada con la melancolía que le legó su traumática vida.

Marilyn aprendió, y vaya que sí aprendió, a comunicarse sólo con su cuerpo. Lo consiguió tan espectacularmente que se comunicó con el mundo. Pero no con todos. Especialmente con los abandonados, los huérfanos, los marginados. Fue la portadora del ansia de vida de los dejados por la vida.

Marilyn se fue con el dolor del abandono de los que salía erotizándose, erotizando al colectivo. Detrás de su espectacular y voluptuoso cuerpo estaba el dolor, la imposibilidad de no querer nunca discernir lo que era verdad de lo soñado.

Una solitaria melancolía en un cuerpo pasional que emitía ondas, en la búsqueda de unos padres que se esfumaron. Un perseguir a los galanes, ella, la Sílfides, con el destino cruel y amargo de la huérfana temprana. Su traumático duelo, no elaborado, la llevaba a vivir con un panteón interno. Cadenas de repetición de pérdidas como un
intento de no sentir las anteriores.

Fue tal su impacto mundial en la festividad de la sexualidad que le aseguró una vida eterna con qué cubrir el dolor, actuaciones fuera de la realidad, angustia.

Marilyn Monroe no es símbolo sexual, es el símbolo del dolor de la mayor parte de la humanidad marginada. El espejo del dolor donde uno se visualiza.
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