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Los Escritores y su Historia

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Mensaje  Ety Lun Sep 06, 2010 2:31 am

De cómo la vida privada de grandes escritores marcó su literatura
Influencias y también carencias son narradas en “Novela familiar”, de Blas Matamoro



¿Se escribe mejor desde el dolor? ¿hay que tener una vida donde haya habido padres ausentes, violentos, promiscuos o madres castradoras o idealizadas para crear obras maestras? A la vista de los hechos parece que sí, como muestran las vidas de los grandes escritores de todos los tiempos, que recoge el libro Novela familiar, del ensayista y traductor argentino Blas Matamoro.

Voltaire, Kafka, Baudalaire, Nietzsche, Mario Vargas Llosa, Faukner, Marguerite Durás, Juan Rulfo, Genet, Sartre, Carson Mac Culler, Paul Celán, Stephen King, Pasolini o Francisco Umbral son algunos de los 300 escritores, de Europa y América, que Matamoro ha biografiado a modo de relatos cortos, en este libro, Premio Espasa de Ensayo.

Publicado por Páginas de Espuma en España, Blas Matamoro (Buenos Aires, 1942) demuestra que la escritura es una forma de reinventarse, que la familia, por acción u omisión, forma parte de la vocación literaria y que con la escritura “se crea una nueva realidad, un nuevo padre y una nueva madre”.

“El ser humano es humano y por lo tanto imperfecto, algo que le resulta insoportable y le lleva a inventarse ficciones, dioses o estrellas. Al tratar de curar esas heridas, por otro lado inherentes al ser humano, por medio de la escritura”, explica Matamoro.

Una de las biografías recogidas por Matamoro es la del peruano Mario Vargas Llosa, quien hasta los 10 años no se enteró de que su padre estaba vivo, ya que su madre le contó que había muerto. Se inventó una vida sustituta en la que su padre era el elegante tío Lucho y su madre, la tía Julia, con la que se casó a los 19 años. Matrimonio que contará después en La tía Julia y el escribidor, publicada ya casado con su segunda mujer, Patricia, con la que empieza a hablar de su escritura, esa vocación que su padre siempre le negó por considerarla tarea para homosexuales, pero que fue el acicate que llevó a Vargas Llosa a convertirse en una de las plumas más famosas.

Crecer sin afecto

La escritora francesa Marguerite Yourcenar (1903-1987) no conoció a su madre, que murió al darla a luz. De su padre, que tenía un hijo de su anterior matrimonio, tampoco recibió afecto y fue criada por ayas. Matamoro escribe que es posible que su progenitor influyera en su vocación literaria porque había escrito relatos y poesías que después la propia Marguerite rehizo y firmó con su nombre.

“Reformuló a su padre, haciéndose padre de sí misma. No quiso nunca ser madre y se enamoró de mujeres, las amantes de su padre, o de hombres que se iban después con otros hombres. Los protagonistas de sus obras suelen ser homosexuales, como Adriano.

Otro caso con herencia familiar importante es el estadounidense William Faulkner (1897-1962), con una familia paterna de pioneros, comerciantes, políticos y banqueros, pero con un padre abúlico e indiferente. “Su madre es culta y lectora y abre a su primogénito un espacio donde construirse sin modelo paterno. Faulkner no escribe sobre el padre pero en sus textos le obsesiona la figura del burgués prestigioso y abúlico siempre en conflicto con sus hijos, desarraigado y errante”, dice el ensayista.

“Mi madre, involuntariamente, ha envenenado mi vida”, escribió Baudelaire tras un intento de suicidio, y después de quedarse sin padre a los siete años con una madre autoritaria.

A Kafka su padre le consideraba un mal hijo incapacitado para trabajar, al tiempo que aborrecía su vocación literaria. “Pero cuando muere el padre desata el desorden pesadillero que entendemos hoy por kafkiano”, apunta Matamoro.

El padre muerto o ausente también está en la biografía de Albert Camus, quien no conoció a su progenitor porque murió en la guerra, en 1914. Fue criado por unos tíos y una abuela tiránica, mientras que la madre analfabeta trabajaba como sirvienta. Tampoco conoció a su madre Jean-Paul Sartre, pues murió cuando tenía quince meses. La madre esperaba a una niña y lo vistió de marino, la profesión del padre ausente.

El peruano Alfredo Bryce Echenique también tiene un padre “prohibido” y de niño contaba a sus compañeros del colegio que su padre no era el marido de su madre, sino “Arnaldo Alvarado, famoso automovilista peruano apodado ´el rey de las curvas´. Su madre confirma la noticia y que los nombres civiles del hijo son falsos, una mentira que habilita a Alfredo para convertirla en la mentira que siempre dice la verdad, o sea, la literatura”, escribe Matamoro.

El suicidio de los Quiroga

La vida del maestro del cuento, el uruguayo Horacio Quiroga está marcada por el drama familiar. Su padre se suicidó, el segundo esposo de su madre también. Su amada, a la que sus padres no la dejaban mantener relaciones con él, hizo lo mismo y poco tiempo después el propio autor tomaría unas gotas de cianuro para dejar este mundo.

Imposibilidad para amar, dolor, soledad, miedo, depresión, alcoholismo o suicidio son ingredientes que rodean a algunos de estos grandes creadores que han ahogado en la escritura su personal tragedia familiar.

“Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy genio”, dejó dicho Truman Capote, autor de A sangre fría, otro de los grandes cuya obra está determinada por una singular situación familiar, donde hay un padre ausente y una madre, alcohólica, mundana y brillante, que compite con él, destruye sus manuscritos y le acusa de plagiarla reprochándole constantemente su homosexualidad.

Así, parece que la actividad narrativa, la literatura, la palabra sanan como sostienen el psicoanálisis y muchas corrientes, filosóficas ya sea para denunciar, sublimar, olvidar o transcender la realidad que nos circunda.

Rilke decía que la verdadera patria es la infancia, y conviene retomar al creador del ensayo, Michael de Montaigne: “yo soy la materia de mi libro”, sentenció. “El escritor no solo inventa su obra sino también su vida, al hacer narrable algo en sí mismo inenarrable”, concluye Matamoro. (EFE Reportajes)



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